XXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impa)
Lunes
Lecturas bíblicas
a.- Col. 1, 24-2,3: Pablo es ministro de Dios.
b.- Lc. 6, 6-11: Estaban al acecho para ver si curaba en sábado.
Este evangelio nos presenta un nuevo encuentro de Jesús con los fariseos, esta
vez, los desafía. Luego de enseñar en la sinagoga, viendo que esperaban que
curara en sábado, para tener de qué acusarle, Jesús actúa (v. 7). Comprendiendo
la situación, mandó al hombre de la mano paralizada, ponerse en medio de la
asamblea, y les lanza la pregunta a los fariseos (vv. 9-10). Él quería hacer el bien,
aunque fuera en sábado, y no podía salvar una vida humana, que sufría, porque era
sábado, día del Señor. A la voz de Jesús, el hombre quedó sano. Si el sábado era el
día del Señor, conmemoración de la salida de Egipto, ¿qué mejor que liberar a un
hombre de la enfermedad? Sin embargo, la cerrazón farisaica, prohibía sanar en
sábado, pero paradójicamente, permitían salvar la vida de un animal accidentado
(cfr. Mt. 12, 11). Gran incoherencia, porque significaba poner la ley, por sobre el
bien del ser humano, lo cual encierra una visión errada del querer de Dios, que
Jesús con su obrar quiere corregir. ¡Qué lejos estaban de comprender que Dios ama
al hombre, sobre todo si es necesitado y enfermo! Sólo la compasión de Cristo
cumple la voluntad de Padre. La observancia del sábado y la circuncisión
adquirieron exigencia y notoriedad; eran signos de la alianza, su identidad más
profunda, síntesis de la ley mosaica. Jesús toma partido por el hombre, cuando
hace suyo el texto del profeta (cfr. Is. 61, 1-2), proclamado en la sinagoga de
Nazaret (cfr. Lc. 4, 18ss). Lo mismo la Iglesia en su evangelización, anuncia el
Reino de Dios, es decir, la liberación integral del hombre, de todas las formas de
esclavitud. Hay esclavitudes que nacen del pecado personal, otras, en cambio, del
pecado social o estructural, donde se violan los derechos humano más elementales
como vida digna y educación, libertad religiosa, trabajo digno y salario, familia y
vivienda, etc. No hay que dejar que el mal se adueñe de más personas, que
disfrutan de la vida en forma egoísta a costa del dolor de miles de personas que
sufren. Es el Evangelio donde encontramos la clave de esta liberación integral del
hombre.
Teresa de Jesús conoció de muchas enfermedades, desde joven laica y religiosa
carmelita; supo asistir a su padre en su última enfermedad, al que introdujo por los
caminos de la oración, cuando ella vivía una de las grandes crisis en ese campo, los
comienzos de su andar en los caminos del espíritu humano. “En este tiempo dio a
mi padre la enfermedad de que murió…Fui yo a curar, estando más enferma en el
alma que él en el cuerpo…Pasé harto trabajo en su enfermedad; creo le serví algo
de las que él había pasado en las mías” (V 7, 14).