XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
+ “Se acercan a Jesús algunos saduceos ”… Los saduceos formaban uno de los
partidos político-religiosos que existían en aquel tiempo. Eran totalmente
opuestos a los fariseos . Se caracterizaban por sus buenas relaciones con el
gobierno romano invasor, por ser arrogantes, y por mantener distancia con el
pueblo.
En materia religiosa eran totalmente conservadores ; y por eso no
admitían la esperanza de que vendría el Mesías; no creían en la existencia de los
ángeles, ni en la vida eterna, ni en la resurrección de los muertos; y con respecto a
Cristo, cuando fue juzgado, fueron los saduceos los que lo condenaron, los que lo
llevaron ante Pilato y lo acusaron para obtener la ejecución.
+ Hoy se acercan a Jesús para cuestionarlo acerca de la resurrección de los
muertos. Ellos parten de una ley del Antiguo Testamento ( Ley del Levirato : si una
mujer enviudaba sin hijos, uno de los hermanos de su marido debía casarse con
ella para darle descendencia) para concluir que su aplicación crea problemas en
el supuesto caso de que exista realmente la resurrección . El problema es
claro: ¿de cuál de estos hermanos será espora en el día de la resurrección?
+ Nuestro mundo tiene, en este mismo sentido, mucho de
“saduceo”: “¿Resurrección?” “Cómo reunir partículas dispersas de un cuerpo?”
¿Cómo entraremos todos en la Tierra?” “¿Cómo volver a reunir las cenizas de
tantos difuntos dispersas por el mundo?”, y otros cuestionamientos por el estilo.
+ El Señor responde dos cosas:
1) Ataca la idea errónea de resurrección que tienen los
saduceos.
2) Va directamente al tema de la existencia de la resurrección.
Los saduceos (igual que muchos hombres y mujeres de hoy) tienen una
idea totalmente equivocada de la resurrección , porque piensan que la otra
vida tendrá las mismas características que la que ahora vivimos.
En este mundo, la institución matrimonial es indispensable para que,
expresándose íntimamente el amor que los constituye esposos, el varón y la mujer
engendren hijos que pueblen el mundo, y que ocupen los lugares que van dejando
las personas que mueren. Pero en la otra vida las cosas no serán así. Allí
nadie experimenta la muerte ni la vejez, y el amor eterno es el “clima” que
se respira y bebe hasta por los poros, por lo cual no existe el matrimonio
en la forma que se da aquí.
Jesús mismo señala hoy una característica fundamental de la existencia en
el Cielo: “serán semejantes a los ángeles; hijos de Dios , merecedores de la
Resurrección” ... Es cierto que ya somos hijos… pero entonces lo seremos en
plenitud . Contemplando al Señor y compartiendo su vida, seremos semejantes a
Él, en una medida que escapa totalmente a nuestra imaginación”.
“¿Y el matrimonio, y nuestros amigos y seres queridos???…
Las cosas ligadas a la vida de este mundo, quedarán aquí (vg.: la
procreación, los límites (¡a veces tan estrechos!) de nuestro amor, y las
imperfecciones del mismo. Pero todas nuestras ternuras y afectos no solo no se
perderán, sino que resurgirán purificadas, enriquecidas y consolidadas
eternamente: allí creceremos sin fin en amor recíproco, intimidad y comunicación .
Attenti entonces al error de los saduceos, ¡y de muchos, hoy!, que interpretan la
resurrecci￳n como una simple “reviviscencia”, es decir, como un volver a
tener la misma vida que llevamos en este mundo, como una mera prolongación,
continuidad, “más de los mismo”...
Hoy la ciencia se afana prodigiosamente en procurar prolongar el tiempo, la
“cantidad” de vida… pero ¿y la calidad?... Sobran quienes se aferran
desesperadamente a la existencia del más acá, como si después de esta vida todo,
absolutamente todo, se acabara para siempre: “Comamos y bebamos…”
Los cristianos parecemos quedar así como tontos en desventaja, que no
están dispuestos a darse a todos los placeres que puedan aquí, sólo por cuidar “un
lugar” en la “otra vida”, “que vaya a saber uno si existe, y si vale la pena tanto
sacrificio”. Pero esto es una cruel mentira que pesa sobre los cristianos, que
estamos llamados a ser felices aquí y allá (cfr. Juan XXIII, decálogo de la
serenidad: “Sólo por hoy creeré, aunque todas las circunstancias pretendan
demostrarme lo contrario, que he sido creado para ser feliz, no sólo en la otra vida,
sino también en ésta...” Allá y acá”.)
El Evangelio nos muestra que también Jesús tuvo que enfrentarse con
personas prejuiciosas que negaban la inmortalidad y la resurrección. Y el Señor
proclamó su enseñanza (que es simplemente L A V ERDAD ) sobre la
resurrección ante un auditorio hostil a tales palabras. (cfr. también Pablo en
el areópago de Atenas Hch. 17,32).
Incluso frente a Jesús resucitado “algunos todavía dudaban” (Mt.
28, 17).
En nuestra proclamación y vivencia de la fe no podemos silenciar esta
parte del Credo , ni tampoco diluirla en fórmulas que sean más del agrado de los
hombres de nuestro tiempo, pero que hacen esfumar lo fundamental del mensaje
de Jesús.
Pero es importante tratar el tema correctamente. Cuando hablamos sobre la
Vida Eterna, hablamos de cosas que no podemos ni siquiera imaginar (“Ni el ojo
vi￳, ni el oído oy￳…” (I Co.2); es como intentar explicarle a un ciego de
nacimiento qué son los colores). Por eso recurrimos a comparaciones y analogías…
Muchas de las resistencias a aceptar estas verdades (así como también muchos
errores en el tema) provienen de una manera equivocada de entender y
presentar el tema . Vg.: resurrección como “ reviviscencia” ; o en general
retornar a una vida más o menos parecida a la de aquí abajo… O bien, concebir la
Vida Eterna simplemente como una vida “sin fin”, igual que la presente, pero
interminable (lo cual, más que un premio, podría ser un castigo...)
La Resurrección que Cristo proclama implica participar de su misma
Vida de Resucitado, llevando una existencia como la de Él (allí desaparecen
para siempre el hambre, la sed, el calor, las distancias, las carencias, el dolor, las
separaciones, etc.).
+ Frente a un mundo paganizado, que no espera nada del más allá (y por
eso desespera , manifestación de lo cual son las drogas, el alcohol, los desenfrenos
y hedonismos), más que nunca tenemos que “proclamar la Resurrecci￳n de del
Se￱or hasta que vuelva”.
Pero para proclamar , hay que creer… ¿Cómo estamos en esto? ¿Estamos
esperando? ¿Cómo valoramos el tiempo? (“El tiempo no es algo que pasa , sino
Alguien que viene ”) Tenemos que mirar de otra forma esta vida, con Esperanza .
Con los pies en la Tierra, pero los ojos en el Cielo… Todo pasa, también la fe y la
esperanza. Pero el amor que tengamos permanecerá para siempre.
El amor nunca se pierde.
El amor hace que los que ya murieron para nosotros, vivan para Dios, que
no es un Dios de muertos sino de vivientes: porque todos viven para Él, y porque la
muerte no termina con la vida sino que la transforma, “y al deshacerse este
cuerpo terrenal, se nos prepara una morada gloriosa…” 1[1] (como sucede
con el grano de trigo).
+ María, la primer resucitada después de Jesús , nos enseña hoy que
esta Verdad que profesamos desde la fe, es ya en ella una radiante realidad. Lo
que el Señor hizo en ella, lo hará también en nosotros.
Amén!
1 [1] Misal Romano, Misa de difuntos, prefacio.