CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO XXIX
“En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres. Ahora, en la etapa final, nos ha hablado por el Hijo” (Hb 1,
1-2), que es su Palabra, Dios desde toda la eternidad. La Palabra se hizo
carne y acampó entre nosotros. Y a cuantos la recibieron “les da poder
para ser hijos de Dios si creen en su nombre” (Jn 1, 1-12).
Así la Palabra hecha carne nos introduce en la eterna comunión de Personas
que es Dios: somos por gracia hijos de Dios en el Hijo eterno de Dios.
Injertados en la Palabra hecha carne, participamos del ser filial de Cristo.
Estamos llamados a vivir en comunión con Cristo. Decía San Bernardo que
el cristianismo es la “religión de la Palabra de Dios, no de una palabra
escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo”.
Cristo, la Palabra hecha carne, es el mediador y la plenitud de la
Revelación. Es la Palabra definitiva de Dios. “Porque en darnos, como nos
dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló
junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (San
Juan de la Cruz).
Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad” (1 Tim 2, 4): es decir, que lleguen al conocimiento de Jesucristo,
que envía a sus discípulos a anunciar el Evangelio por todo el mundo. Los
Apóstoles transmitieron a sus sucesores, los obispos y, a través de éstos, a
todos los generaciones hasta el fin de los tiempos todo lo que habían
recibido de Cristo. Esta Tradición Apostólica “se realiza de dos modos: con
la transmisión viva de la Palabra de Dios (también llamada simplemente
Tradición) y con la Sagrada Escritura, que es el mismo anuncio de la
salvación puesto por escrito” (Compendio del Catecismo 13).
La Sagrada Escritura, inspirada por Dios, “ puede darte la sabiduría que por
la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación ” (segunda lectura). Dice san
Buenaventura: “La Sagrada Escritura es precisamente el libro en el que
están escritas palabras de vida eterna para que no sólo creamos, sino que
poseamos también la vida eterna, en la que veremos, amaremos y serán
colmados todos nuestros deseos”.
La palabra de Dios es viva y eficaz ”, canta el Aleluya de hoy. El Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, no sólo habló por los profetas en la
antigüedad, sino que hace actual el Evangelio de Cristo. “El Espíritu Santo,
que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya
recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14, 26). El Paráclito hace
contemporáneo nuestro a Cristo, Palabra eterna de Dios. Es el Espíritu de la
verdad, que guiará a los discípulos de todos los tiempos hacia la verdad
completa. “no podemos llegar a comprender la Escritura sin la ayuda del
Espíritu Santo que la ha inspirado” (San Jerónimo).
A Dios, que nos habla hemos de responderle con la fe: es el encuentro
personal con Cristo, que “habita en nosotros por la fe” (Ef 3, 17). «Cuando
Dios revela, el hombre tiene que “someterse con la fe”, por la que el
hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece “el homenaje total
de su entendimiento y voluntad”, asintiendo libremente a lo que él ha
revelado» (DV 5).
La fe, que es don de Dios, nace del corazón: “Tocar con el corazón, esto es
creer” (San Agustín). La fe opera por el amor. Creer es una escucha
personal, de corazón a corazón. Requiere seguir a Jesús, como los primeros
discípulos, que “oyeron sus palabras y siguieron a Jesús” (Jn 1,37). María
de Nazaret personifica la escucha creyente de la Palabra divina.
La fe es la base esencial de la oración. Es su condición y su efecto. La
oración debe ser expresión de fe; de otro modo no es verdadera oración. Si
uno no cree en la bondad de Dios, no puede orar con verdad. Cuando venga
el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Evangelio).
La oración es “una actitud interior, antes que una serie de prácticas y
fórmulas, un modo de estar frente a Dios, antes que realizar actos de culto
o pronunciar palabras” (Benedicto XVI). El que ora es todo el hombre. Pero
la Sagrada Escritura designa el corazón (más de mil veces) como el lugar de
donde brota la oración. “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una
sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de
amor” (Santa Teresa del Niño Jesús).
La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en
Cristo. Es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre, en su Hijo
Jesucristo y por el Espíritu Santo. En la oración no podemos hablarle a Dios,
una Persona viva, si antes no le dejamos hablar, si no escuchamos sus
palabras. Él siempre es el primero, toma la iniciativa. La oración cristiana es
relación recíproca: nunca se realiza en sentido único de nosotros a Dios. No
es sólo una acción nuestra.
En el Evangelio de hoy la parábola de “la viuda importuna” pone de
manifiesto que es necesario orar siempre, sin desanimarse, con la paciencia
de la fe. Esta constancia nace del amor. “Ora continuamente el que une la
oración a las obras y las obras a la oración. Sólo así podemos cumplir el
mandato: Orad constantemente” (Orígenes). La oración constante es no
perder nunca el contacto con Dios, sentirlo en el corazón: el que cree, el
que reza nunca está sólo.
La oración es cristiana en cuanto es comunión con Cristo. Por la fe y el
bautismo participamos de su ser de Hijo. Sólo en Cristo podemos dialogar
como hijos con nuestro Padre Dios. Esta oración es participación en la
oración de Jesús, en su experiencia filial, como lo confirman las palabras del
Padrenuestro.
San Agustín dice que “Cristo ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora
en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a
Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de
Él, en nosotros”.
MARIANO ESTEBAN CARO