SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
Celebramos hoy la fiesta de Todos los Santos, los oficialmente reconocidos
por la Iglesia y también los innumerables hombres y mujeres, que gozan ya
de la presencia gloriosa de Dios. En una misma fiesta honramos a estos
santos de todos los tiempos, de toda raza y condición (1ª lectura):
sacerdotes, religiosos y religiosas; fieles cristianos jóvenes, niños y
mayores, esposos y honrados padres de familia.
Dios es el único santo y fuente de toda santidad. Nosotros por la fe y el
bautismo somos hijos de Dios en su Hijo único (2ª lectura) y participamos
de su naturaleza divina. Por tanto, el cristiano ya es santo, pero al mismo
tiempo debe llegar a serlo. Todos los bautizados sin excepción estamos
llamados a ser santos como nuestro Padre celestial es santo (Mt 5, 48). Ser
y vivir como hijos de Dios, imitando y siguiendo a Cristo (Jn 12, 26),
nuestro hermano, autor y guía de nuestra salvación: viviendo como Él vivió,
teniendo los sentimientos propios de Cristo Jesús, configurando nuestra
vida según su imagen. Y también escuchando su Palabra, participando en
los sacramentos, especialmente la Eucaristía, orando también en familia,
responsabilizándonos ante el bien común. Con el programa de las
bienaventuranzas Cristo Jesús, coronado de gloria por su pasión y muerte,
nos ofrece una propuesta de vida para participar con Él de la felicidad
eterna (Evangelio) cuando se manifieste en plenitud todo lo que seremos:
“semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (2ª lectura).
La perfección de la santidad es la perfección de la caridad: somos santos
si dejamos que el amor de Dios, derramado en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que se nos ha dado, nos impulse a amar a Dios sobre todas
las cosas y al prójimo como Cristo nos ha amado. Seremos santos si
cumplimos fielmente la voluntad de Dios. Todo fiel cristiano debe considerar
su vida diaria como una ocasión para unirnos a Dios y servir a los demás.
“En los pucheros también anda Dios”, decía Santa Teresa de Ávila.
Las bienaventuranzas nos señalan el único y verdadero camino hacia la
felicidad, que no está en el placer, el poder o las riquezas. Jesús proclama
que la verdadera felicidad se encuentra viviendo otros valores. Y vivir esos
otros valores es vivir la santidad. Cristo nos enseña cómo la felicidad no
depende de lo que el hombre tiene, sino de lo que es.
La fiesta de hoy nos anima a contemplar e imitar el ejemplo de todos los
santos, nuestros hermanos; debe suscitar en nosotros el deseo de ser
felices como ellos, porque viven ya definitivamente cerca de Dios, gozando
de su amor, que es infinito en el tiempo y en la intensidad. Los Santos, los
oficiales y los anónimo, familiares nuestros quizás, nos dicen que todos
podemos recorrer el camino que ellos recorrieron.
MARIANO ESTEBAN CARO