XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C .
EL PECADO Y LOS PECADOS
Padre Pedrojosé Ynaraja
Os puede parecer, mis queridos jóvenes lectores, que lo que se proclama en la
primera lectura de la misa de hoy, es una historieta que no os concierne a vosotros.
Si tomamos al pie de la letra los términos de la narración, ciertamente que es así.
Como simple explicación, os diré que lo que llamamos becerro de oro, en realidad,
en su materialidad concreta, sería una figura de ternero, toro en ciernes, de cobre
fundido, chapado en oro y de unos 50 cm de talla. Una tal figura, lo que
representaba, y el metal de que estaba hecho, asombraba y atraía las miradas
sedientas de cualquier indicio de mejora de calidad de su existencia. Si la vida del
beduino en el desierto es muy dura, es preciso recordar además que el pueblo del
Éxodo venía de ejercer en Egipto la agricultura primero, la esclavitud obligado a
elaborar materiales de construcción baratos, después, sin por ello dejara de
sentirse pastor. Moisés les había dado esperanzas y había acaudillado su fuga, pero
la rudeza y duración del camino, les desanimaba. Bastó que se alejara en busca de
una Ley, para que se abrazaran rápidamente a algo concreto, a algo que resultaba
atractivo para los pueblos vecinos, que adoraban imágenes semejantes ¿Por qué
iban a ser diferentes ellos de los demás?.
Si os lo cuento de otra manera, si os escribo una historieta paralela y actual,
seguramente entenderéis mejor la raíz de su pecado, que puede, con facilidad, ser
nuestro pecado.
Se había formado en aquel prestigioso colegio una asociación cristiana juvenil.
Apasionadamente se entregaban a campañas de recogida de firmas, a enviar
medicamentos a países del Tercer Mundo, a visitar residencias de ancianos y
entretenerlos con sus comedias y conciertos. No olvidaban la dimensión religiosa y
celebraban “misas jóvenes” con guitarra y percusión, de las que se sentían
sumamente satisfechos. Llegó un verano en que el grupo perdió a su líder. Razones
profesionales le obligaron a alejarse y dedicar las vacaciones a un proyecto que
absorbía totalmente aquel estío.
Nadie sabe cómo, pero surgió para unos la idea de formar un conjunto musical.
Fueron aplaudidos en una fiesta y hasta en la siguiente les pagaron. A otros se les
ocurrió la idea de entrar en una asociación deportiva y descubrieron que, enrolados
en aquel equipo, algunos habían ido subiendo de categoría y ahora eran
profesionales, con cierta fama y buen sueldo. A unas cuantas chicas les propusieron
que ayudaran en unas colonias y se entusiasmaron de tal manera que, de
inmediato, se matricularon a un curso para obtener el título de monitor. A otros los
pescaron la asociación juvenil de un partido político y descubrieron y se
apasionaron por el mundo político.
¿Qué se hizo de la Fe cristiana de aquellos jóvenes?
Cuando volvió el líder descubrió que su apreciado grupo, al que había dedicado
tantos quehaceres, se había dispersado y diluido los ideales que creía él tenían,
cosa que lamentó mucho. Escuchó en su interior que Dios le decía: más lo siento
yo, amigo, pero no hay que creerse derrotado. Tu y Yo debemos continuar unidos,
no te olvides de Mí, no pierdas la Esperanza… Cuenta conmigo siempre, más que
tu, estoy interesado yo en aquellos proyectos.
Cuando tengáis ocasión comentar juntos esta atracción que sienten tantos jóvenes
de hoy, y muchos que no son jóvenes, por valores intermedios, pero de resultados,
pese a ser minúsculos, inmediatos. Insignias y medallas, carnés y distinciones,
camisetas y gorros, son los “becerros de oro” de muchos de ahora, que se creen
modernos y, en realidad, no son otra cosa que mediocres servidores de algo que
con seguridad abandonarán un día. Quien vive su Fe y desde ella deduce que debe
interesarse y trabajar en estos terrenos, mantendrá su coherencia, huirá de
corrupciones egoístas y sentirá la satisfacción de continuar la labor que Dios
encomendó a los hombres, como continuación de la Creación. No seáis vosotros de
los que os dejéis engañar. La Gracia, La Fe y la Caridad, son valores eternos que
dueden incorporar responsabilidades, deberes que, por ser respuesta a vocación de
Dios, dejan de ser de poco valor.
El contenido emblemático del evangelio de hoy, es la parábola del hijo pródigo, una
de las narraciones más bonitas, lindas dirían simpáticamente en Hispanoamérica,
de la literatura antigua del Medio Oriente. Creo que la conoceréis todos y dejo a
otros que os la comenten. Me detengo dos fragmentos del principio.
La mayor parte de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, desconoceréis la
ocupación de pastor tal como se ejercía en los tiempos de Jesús. En mi niñez tuve
alguna relación con algunos de oficio y costumbres semejantes. La vida solitaria,
hacer migas de los mendrugos sobrantes para freírlas al anochecer, dormir en
toscas cabañas, era la monotonía de su existencia. Así, por lo que he observado,
continúa siéndolo la de los de los desiertos de Judá, del Neguev o del Sinaí. Dadas
estas circunstancias se establece una relación casi personal entre el pastor y su
ganado, que, sin que nadie lo note, controla por donde se desplaza o, si le ocurre
algún percance a algún cordero, si teme algún contratiempo, va deprisa con su
perro a auxiliarlo. Y lo maravilloso es que, aunque los animales sean muchos y a los
ojos de los de ciudad nos parezca que todos son iguales, para el pastor cada oveja
es única y para el animal la voz de su pastor inconfundible. Así es el Amor que el
Señor siente por cada uno de nosotros, nunca nos abandona y del encuentro con Él
brota la felicidad, que querrá sea compartida.
Para que entendáis el sentido de la parábola de la moneda que se le perdió a la
buena mujer y que le alegró tanto encontrarla, los autores dicen que, en el texto
original, se está refiriendo a una de las que la mujer recibía como dote, testimonio,
pues, de su amor matrimonial y familiar. Hace poco he sufrido yo un robo. Se me
llevó quien lo perpetró bastante dinero, pero, lo que más he sentido, ha sido perder
una moneda que me había regalado mi padrino. El valor simbólico, superaba mucho
al facial. Si un día la encontrara, lo comunicaría de inmediato a sus hijas, para que
compartieran mi gozo. Os cuento esta pequeñita desgracia que he sufrido, para que
entendáis mejor el relato y su enseñanza, que es una promesa de felicidad.