XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Padre Emilio Betancur Múnera
LO PERDIDO Y ENCONTRADO
En algún momento se acercaron a Jesús los publicanos que no tenían buena fama
porque en la recaudación de impuestos para enviar a Roma se iban enriqueciendo
poco apoco; y los pecadores a quienes les encantaba escuchar a Jesús para
seguirlo, los fariseos y escribas asistían a la enseñanzas para murmurar de él
porque comía con pecadores y los recibía. Pecador fue también el hijo que se
marchó de la casa de su padre sin tener en cuenta las normas testamentarias de
los fariseos y escribas. Lucas nunca crítica la conducta del hijo por tratarse de una
opción libre, por el contrario lo recibe a comer como hace Jesús con los pecadores y
publicanos.
Lo importante de las parábolas no es lo que se pierde, la oveja en el desierto, la
moneda envolatada, El hijo recobrado, sino que lo que se encuentra se convierte en
alegría digna de compartir con los amigos, vecinos y con el hijo mayor. “El Hijo del
hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido había dicho Jesús en la
casa de Zaqueo” (Lc 19,10).
LA FELICIDAD DE LO ENCONTRADO
La misericordia del Padre es única para sus dos hijos así éstos tengan
comportamientos diferentes, son las benditas herencias las que separan a los hijos
de la casa degradándolos hasta quedar en manos de cualquier extraño lo que era el
sudor de la frente de un buena familia.
No fue la misericordia del padre sino el rechazo de los cerdos a perder su alimento
lo que lo llevó a comparar el hambre que tenía con la hartura de pan de los
trabajadores de su padre. “Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre he
pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de llamarme hijo tuyo, trátame
como a uno de tus trabajadores” (Evangelio),
Al padre no le importa la intención que el hijo traiga, hacer parte de los
trabajadores para comer de su pan, incluso su posible conversión, sino el
reencuentro con él: “Cuando, de lejos, su padre lo vio se conmovi￳ profundamente,
corri￳ hacia él y echándole los brazos al cuello, lo cubri￳ de besos”. La falta de
comida fue cubierta por el amor del padre, la ternura le hizo olvidar lo que pensaba
decirle: “Trátame como a uno de tus jornaleros”
El padre ordena que le pongan el vestido más bonito que sirve para las ceremonias
litúrgicas y es el signo de su salvación, el anillo que desde el génesis indicaba el
poder y las sandalias que distinguen al hombre libre del esclavo. El becerro para el
gran banquete da razón de las profundas emociones que invaden la ocasión
SOMOS HIJOS MAYORES.
Al retorno del campo cuando el hijo mayor cae en cuenta de lo sucedido y su
indignación evidencia la débil fidelidad y comunión con el padre, no quiere entrar a
la fiesta a pesar de los reiterados ruegos del padre. Parece un esclavo sacándole en
cara sus méritos, servicios y fidelidad.: A pesar de todo el padre lo llama “hijo mío”,
reiterándole: ”Tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo”. Pero era necesario
hacer esta fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha
vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.
“ME LEVANTARÉ Y VOLVERÉ”
Para Pablo, en Cristo…ya no hay judío ni griego, ni esclavo, ni libre, ni hombre ni
mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois
descendencia de Abraham, herederos según la promesa” (Gal 3,28-29).”Querido
hermano doy gracias a nuestro señor Jesucristo por haberme considerado digno de
su confianza al ponerme a su servicio, a mí, que antes fui blasfemo y perseguí la
iglesia. Pero Dios tuvo misericordia de mi porque en mi incredulidad obré con
ignorancia, y la gracia de nuestro señor se desbordó sobre mí, al darme la fe y el
amor que provienen de Cristo Jesús.”(Segunda lectura). “Se￱or un coraz￳n contrito
te presento, y a un corazón contrito tu no lo desprecias, Me levantaré y volveré
hacia mi Padre (Sal 50).