XXIV Semana del Tiempo Ordinario (Año imapar)
Jueves
Lecturas bíblicas
a.- 1Tm.4, 12-16: Cuídate tú y cuida la enseñanza.
b.- Lc. 7, 36-50: Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene
mucho amor.
Este evangelio es propio de Lucas, distinto de la unción de Betania (Mt.26, 6-13).
Las comidas en que participa Jesús con los fariseos, poseen la particularidad de un
clima que es más griego, más humano, más cálido que judío. En ese ambiente se
manifiesta el perdón y el amor que Dios concede a los pecadores y excluidos de la
salvación. La mujer pecadora ingresa en el banquete del fariseo en busca de Jesús,
para manifestarle su amor. Derrama perfume a sus pies, los unge, y los cubre de
besos, con sus cabellos secaba esos pies cansados. Los invitados al banquete,
rechazan a la mujer y su acción, comenzando por el dueño de casa, que pensaba
en su interior, que si el Maestro supiera que clase de mujer era esa, no se dejaría
tocar por ella por ser una pecadora (v. 39). Jesús conociendo lo que piensa Simeón,
propone la parábola de los deudores insolventes, uno, debía cincuenta denarios y el
otro, quinientos; ambos fueron perdonados, ¿cuál le amará más? A aquél a quién
perdonó más. La pecadora y el fariseo, son esos deudores; quien más agradece es
el que ama más, es decir, la pecadora. Jesús confirma cuanto ha dicho en la
parábola: “Y le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados. Los comensales
empezaron a decirse para sí: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados? Pero
él dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz” (v.48). ¿Quién puede
perdonar pecados, sino Dios? En Jesús está Dios en medio de los hombres y
mujeres necesitados de misericordia. La pecadora tiene fe y un entrañable amor
por el Maestro de Nazaret, Dios y Hombre verdadero. El amor borra multitud de
pecados, el amor hace pasar de la muerte a la vida, se ama a Jesús como esa
mujer, el Padre lo amará (cfr.Jn.14,21; 1Pe.4,8;1Jn.3,14). Aquel a quien se le
perdona poco, es porque ama poco. Quien no siente necesidad de misericordia, está
en grave peligro, porque no lo mueve el dolor del pecado, que lo lleva a acoger con
gozo y gratitud la misericordia de Dios, no percibe el amor desbordante de Dios
manifestado en Cristo. En este evangelio encontramos dos formas de relacionarse
con Dios, como la del fariseo y el publicano (cfr. Lc.18, 9-14). El primero es
autosuficiente, por lo tanto, de verdad no necesita a Dios, y no ingresa en su Reino;
la pecadora, en cambio, por su humildad, entra por la puerta estrecha en la casa de
Dios, sin más presentación que su indigencia, su arrepentimiento, su fe y amor,
vacía de sí misma confiando en el perdón y la gracia de la salvación de parte de
Dios. Lo que salvó a esta mujer es la fe, el perdón se promete al amor. Se aplicó la
palabra de Jesús y la aceptó con fe. El amor de esta mujer es la respuesta a la
oferta que primero le había hecho Dios en Cristo perdonando sus muchos pecados.
Pero la fe y el amor van dirigidos primeramente a Jesús porque de ahí se derivan la
adoración, la acción de gracias, el creer en su palabra principio de una
reconciliación con Dios en esa relación íntima entre amor y perdón. En Lucas,
encontramos otros ejemplos de mujeres sanadas, perdonadas, liberadas, todas
existencias cimentadas en el perdón, liberadas de su aflicción (cfr. Lc.7,11-17), al
que han respondido con un amor comprometido que las hace verdaderas discípulas
de Cristo.
Teresa de Jesús, fue muy importante en su vida espiritual, por ser una buena
discípula de Cristo. “Era yo muy devota de la gloriosa Magdalena, y muy muchas
veces pensaba en su conversión, en especial cuando comulgaba; que como sabía
estaba cierto el Señor dentro de mí, poníame a sus pies, pareciéndome no eran de
desechar mis lágrimas; y no sabía lo que decía, que harto hacía quien por Sí me las
consentía derramar, pues tan presto se me olvidaba aquel sentimiento, y
encomendábame a esta gloriosa Santa para que me alcanzase perdón” (V 9,2).