CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
XXX DOMINGO
Las palabras de María en el Magnificat, que expresan su vivencia de la fe,
bien pueden resumir la enseñanza del Evangelio de este domingo: Dios
“dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos
los despide vacíos” (Lc 1, 51-53). Dijo Jesús esta parábola por algunos que,
teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a
los demás (Evangelio) . Nuestro Dios es compasivo y misericordioso. " El
Señor está cerca de los atribulados " (salmo responsorial), escucha las
súplicas del oprimido, los gritos del pobre (primera lectura), que encuentran
eco inmediato en el corazón de Dios.
Los “pobres de Yahveh” tienen en la Biblia un puesto importante. Se trata
de una pobreza no sólo económica y social, sino sobre todo una disposición
interior, una actitud del alma. Jesús dice: “Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3). Son los que
tienen alma y corazón de pobre.
La justificación por el reconocimiento del propio pecado y por la fe en el
amor de Dios, es el mensaje de fondo de la parábola del Evangelio de
hoy. Quiere dejar claro que el cumplimiento de la Ley no basta.
Escuchamos en la segunda lectura el testamento de Pablo, que tuvo este
mensaje como realidad central de su predicación, para cuyo anuncio
íntegro el Señor le ayudó y le dio fuerzas . “Habéis sido salvados por la
gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de
Dios; tampoco viene de las obras para que nadie se gloríe” (Ef 2, 8-9).
Para el fariseo la salvación depende de él mismo: piensa que cumplir la
ley le da ese derecho ante Dios. Tiene más valor lo mandado que el amor.
No entiende la gratuidad de la salvación. Cree poder comprarla con el
cumplimiento de la ley.
El fariseo en tiempos de Jesús era un hombre piadoso, muy religioso, fiel
a la ley. Pero es rechazado por su actitud más profunda: Se cree bueno,
desprecia a los demás porque no lo son, intenta pasar factura a Dios. Se
consideraba autosuficiente en orden a la salvación, porque sus obras
merecían la justificación. Cristo recrimina a los fariseos su formulismo
religioso, su hipocresía y el buscar ser vistos. Son como “sepulcros
blanqueados”. Recomendaba Jesús: “Haced lo que ellos dicen, no lo que
ellos hacen” (Mt 23, 3).
El fariseo no salió justificado a causa de su autosuficiencia ante Dios.
Creía que le bastaban sus obras para obtener la salvación, que Dios era
deudor de ellas, que la justificación le era debida en estricta justicia. Era
la justificación por las obras de la ley, que impugnará San Pablo. Cristo
desenmascara una doctrina que no reconoce la gratuidad plena y absoluta
de la salvación.
El Publicano era un judío que se dedicaba a cobrar los impuestos (del
censo y de la propiedad) que exigía Roma, la potencia ocupante. Se le
consideraba un pecador público por colaborar con el imperio romano y
porque cobraban más de lo establecido, extorsionando a la gente. Eran
tenidos por ladrones.
Pero el publicano salió justificado. No había puesto su confianza en las
obras, sino que se abandona en las manos de Dios e implora su
misericordia, reconociéndose pecador y que sólo Dios puede salvarle. El
publicano es aceptado no por obrar mal, sino por su actitud ante Dios:
Reconoce su pecado, acude al Dios compasivo y misericordioso y le pide
perdón.
Cristo nos pide que seamos conscientes de nuestra incapacidad radical.
Nada podemos presentar ante Dios que le obligue a darnos el perdón, la
justificación y la salvación. Es don gratuito de Dios, que nos ama sin mérito
de nuestra parte. “No es que por nosotros mismos estemos capacitados
para apuntarnos algo, como realización nuestra; nuestra capacidad nos
viene de Dios” (2 Co 3, 5). Lo más importante no es el cumplimiento, sino
el amor y la humildad para con Dios y los hermanos. Todo el que se
enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
MARIANO ESTEBAN CARO