SOLEMNIDAD
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO C
Con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo coronamos el año
litúrgico, en el que hemos venido conmemorando los misterios de nuestra
salvación. De Jesús, ya en su anunciación, se dice que “se llamará Hijo del
Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre –primera lectura-
…y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33). En treinta años no vuelve a
aparecer este mensaje del ángel Gabriel. Pero cuando el hijo del carpintero
salió a su vida pública, lo hizo anunciando el Reino de Dios. Cumplía así la
voluntad del Padre, que quería “elevar a los hombres a la participación de la
vida divina” (LG 2). Y ya en el camino hacia la muerte, claramente Jesús le
dice a Pilato: “soy rey. Yo para este he venido al mundo: para ser testigo de
la verdad”.
La verdad que Cristo vino a testimoniar: Dios es amor. Muy especialmente
desde la cruz proclamó el Reino del Dios amor. La historia de nuestra
salvación culmina en la muerte glorificadora en la cruz, en la que “Cristo
manifiesta su realeza singular” (Benedicto XVI). El letrero, colgado en la
cruz como burla, proclama una gran verdad: Jesús, Nazareno, Rey de los
judíos (Evangelio). “Justamente la inscripción está sobre la cruz, porque el
Señor Jesús, aunque estuviera en la cruz, resplandecía desde lo alto de la
cruz con majestad real” (San Ambrosio).
En el Crucificado se realiza la máxima revelación del Dios amor. Dios nos ha
trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la
redención, el perdón de los pecados (segunda lectura). Cristo, ya
resucitado, se apareció a sus discípulos y les dijo: “se me ha dado pleno
poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18). Este reino de Dios se
manifestará plenamente al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue el
Reino al Padre y Dios será todo en todos. “Y su reino no tendrá fin” (Credo).
La segunda lectura profundiza en este misterio salvador: Cristo es Rey por
ser el primogénito de entre los muertos, el primero en vencer al mal, al
pecado y a la muerte; porque en Él reside la plenitud de la divinidad: el
hombre Cristo Jesús es Dios verdadero; Cristo es Rey, porque nos trae, por
la sangre de su cruz, la paz con Dios y con los hermanos; nos saca del
dominio de las tinieblas, del pecado y de la muerte; es la cabeza de la
Iglesia, su cuerpo: Él, autor y guía de nuestra salvación, nos dirige y nos
transmite el impulso vital; por su sangre hemos recibido la redención y el
perdón de los pecados.
El Reino de Cristo es un don ofrecido a los hombres, para que tengan vida
eterna (Jn 3, 16) y lo acojan libremente, pues la verdad y el amor no se
pueden imponer. La vida es estar con Cristo, “pues donde está Cristo allí
está el Reino” (San Ambrosio).
Un Reino que no es de este mundo, pero lleva a su plenitud todo el bien
que hay en el hombre. Amando a Dios sobre todas las cosas y a nuestros
hermanos, como Cristo nos ha amado, dejamos espacio al reinado de Dios
en nosotros. No reina Dios por los honores, el poder, la influencia, el dinero
o “por lo que uno come o bebe, sino por la justicia, la paz y la alegría que
da el Espíritu Santo” (Rm 14, 17), que es el amor de Dios derramado en
nuestros corazones (Rm 5, 5). Es el Reino de la verdad y de la vida, de la
santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz (prefacio). Son los
valores del Reino por los que hemos de trabajar con Cristo y como Cristo.
MARIANO ESTEBAN CARO