Ciclo C: XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas
Uno no sabe por qué, pero Dios, que es tan justo como misericordioso, ha querido
mostrársenos en esta vida, más misericordioso que justo. Así es y así lo ha venido
manifestando, para nuestro bien, con palabras y hechos, a lo largo de nuestra
historia. Al respecto, la Palabra de Dios es terminante, tanto en el Antiguo
Testamento como, sobre todo, en el Nuevo, con Jesucristo. Lo prueba, por ejemplo,
el evangelio de este domingo (Lc 15, 1-32), que, con sus tres parábolas, nos
muestra la primacía de la misericordia de Dios y de Jesucristo para con nosotros.
De su misericordia y de las características de esta misericordia, tantas y tales que si
no fuera el mismo Jesús quien nos las cuenta, no lo creeríamos. Pero a Dios
gracias, ahí está lo que Él nos dice, identificándose con un pastor que perdió una
oveja, con una mujer que perdió una moneda y con un padre que perdió un hijo…
En términos diferentes, cada una de estas parábolas contiene los mismos
elementos. Hay una pérdida (de una oveja, una moneda, un hijo, que nos
representan a nosotros); hay una búsqueda (acuciosa y esperanzada); hay el
encuentro (tranquilizador y gozoso); y hay un compartir (con los amigos, la alegría
del hallazgo y de la recuperación). Dicho así, tan esquemáticamente, la cosa suena
fría, por eso les invito a releer las tres parábolas para sentir la pena y la angustia
(de la pérdida y la búsqueda), y la emoción y el alborozo (del encuentro y la
ulterior celebración). Por otro lado, cada uno de estos aspectos es importante en sí
mismo y contiene muy buenas enseñanzas. Tanto que se los usa mucho en Retiros
Espirituales y Jornadas, sobre todo la parábola llamada del Hijo Pródigo, invitando a
la reconciliación y la confesión.
Ciertamente son muchas las enseñanzas que podemos sacar de estas parábolas,
pero habrá que resaltar y retener ante todo las que Jesús quiso darnos: 1. que Dios
Padre y el mismo Jesucristo nos aman entrañable e incondicionalmente, más allá de
nuestros méritos y deméritos; y 2. que Su misericordia se inclina a favor de “los
alejados” y “los pecadores”, aunque nos quieran a todos. No he venido a llamar a
los justos sino a los pecadores (Mt 9,13; Mc 2,17; Lc 5,32), fue la respuesta en
parábolas que dio Jesús a quienes le criticaban que se juntaba y comía con los
pecadores. “Parábolas de la misericordia” las llamamos, y será bueno recordar que
la palabra misericordia quiere decir “corazón compasivo” e incluye las dos palabras
más hermosas de la lengua: amor y perdón. Justamente las dos palabras clave de
la parábola del Hijo y del Padre Pródigos.
Entre las otras enseñanzas que se desprenden de la parábola del Padre Pródigo,
quiero destacar estas dos: 1. el valor y la importancia de la persona humana, más
allá de las circunstancias naturales, económicosociales, espirituales y aún morales,
que pudieran rodearle. Dios ama a la persona por sí misma y hace lo imposible para
mostrarle su amor misericordioso. 2. El valor y la importancia de la reconciliación,
que supone la conversión, y del perdón, que termina en abrazo y fiesta.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)