Ciclo C: XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El evangelio del día de hoy nos presenta las conocidas parábolas de la misericordia
y de la ternura de Dios ante el hombre pecador. Con estas parábolas, la oveja y la
moneda perdida y el hijo pródigo, Jesús nos dice lo que Dios hace. El acento está
puesto en la actitud de Dios frente a los pecadores. Destaca el amor, el espíritu de
integración, de acogida, de gratuidad. El hombre no se lo merece porque Dios toma
la iniciativa y lo hace de forma desinteresada, gratuitamente.
Ante la bondad de Dios no podemos permanecer pasivos. Debemos dar una
respuesta de conversión, de generosidad y acercamiento al Señor que nos perdona.
Sólo así llegaremos a reconocer el gozo inmenso y comunitario que proporciona la
reconciliación y la recuperación de la amistad de Dios.
Centrémonos en la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32).Contiene una
pedagogía completa y profunda de todo el proceso de conversión. En primer lugar
el pecado se resume en el egoísmo del hijo menor, en el abuso de confianza y en el
mal uso de su propia libertad y responsabilidad. En segundo lugar aparece la
intuición del hijo menor que, desde su propio silencio interior, reflexiona en actitud
de humildad y desea volver a la casa de su padre. Se reconoce pecador y desea
cambiar de vida recobrar la confianza y el amor primero. En tercer lugar la actitud
del padre que acepta con acogida, perdón y misericordia el retorno del hijo. El
pasado no cuenta, importa el presente feliz, el abrazo y el futuro con luz y
esperanza nueva. En cuarto lugar aparece la alegría, la fiesta como respuesta
espontánea al encuentro feliz, la amnistía y el cambio de vida.
En este final feliz no puede pasar desapercibida la actitud del hijo mayor.
Trabajador, responsable y cumplidor, cualidades no despreciables pero quedan
ensombrecidas por la falta de amor, porque tiene envidia y no perdona. Desconoce
el rostro de Dios y es incapaz de sentir la alegría de la reconciliación.
La parábola del hijo pródigo es una exhortación a descubrir en nosotros el rostro
misericordioso de Dios adoptando una actitud permanente de encuentro hacia Él
para vivir la alegría y la paz que supone el proceso de la paz y la reconciliación en
nuestra vida.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)