Ciclo C: XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
El Opción radical por Cristo
Esta sección que se abre con el capítulo 32 del libro el Éxodo es un conglomerado
de tradiciones que han intentado reunirse de manera muy complicada reflejando
quizá épocas posteriores donde estaba en juego mantener viva la alianza con el
Dios de los patriarcas en medio del peligro de la influencia de otros dioses en
tiempos de la monarquía dividida. Así, pues, se inserta este episodio del becerro de
oro luego de la entrega de la Ley a Moisés en el Sinaí. Sin duda, tiene toda una
connotación apologética ya que el peligro de la idolatría asumida en la figura del
becerro de oro amenaza con la identidad religiosa de Israel sustentada en la
tradición de los patriarcas. Dios nunca se había manifestado visiblemente al hombre
y esto marcaba la diferencia entre la divinidad y el ser humano, pero aún así, el
Señor por medio de Moisés se reveló con poder y temor en el monte Sinaí
presentando la Ley por la cual Israel aceptaba al Dios de Israel. Israel no se atrevía
a representar con imagen alguna a Dios y esto es lo que de alguna forma defendía
el arca de la alianza, que no representaba en absoluto a Dios sino más bien era un
signo de su presencia en medio de su pueblo, representada en las tablas de la Ley
depositada en ella. Probablemente, una tendencia contraria a este símbolo del arca
de la alianza fue la que se alzó por representar a Dios como un becerro fundido
comparándose quizá con otros pueblos vecinos que optaron por representar a sus
dioses de esta forma. Es obvio el énfasis que pone la narración entre la pasividad
de un becerro fundido y la acción salvadora de un Dios presente y actuante. Pero lo
que realmente llama mucho la atención es el diálogo que se teje entre el Señor y
Moisés. La ira de Dios entra a tallar como justificable ante lo que está sucediendo y
el autor bíblico desafiando la teología de la absoluta santidad y la fidelidad a los
designios divinos plantea a Moisés un cambio dirección a su proyecto con Israel. Es
indudable, que en este diálogo, el autor quiera resaltar también el reconocimiento
de Moisés como gran intercesor en favor del pueblo y queda demostrado con su
intervención. Su razonamiento es contundente ya que Israel mismo, en medio de
sus pecados y murmuraciones, es la expresión viva de la presencia salvadora de
Dios que supo confiar a los patriarcas su proyecto de una alianza firmada con la
manifestación de su favor en la promesa de la tierra. La reconsideración de Dios no
muestra en absoluto ninguna debilidad ni pérdida de su carácter divino sino más
bien la fidelidad del Señor a su plan salvífico y la confirmación de que Israel tiene
que reflexionar mucho sobre su condición de pueblo elegido.
Este fragmento de la primera carta a Timoteo hace un recuerdo de la experiencia
de conversión Pablo convirtiéndolo en una acción de gracias. Pablo reconoce que su
ministerio es un servicio que le ha sido confiado por la misericordia de Dios a pesar
de su pasado de perseguidor de la comunidad cristiana. La gracia de Dios se ha
desbordado y él se convierte en garante de que es posible que Dios confíe en quien
el mundo no sería capaz de confiar. Dios no se contradice, él ha venido a salvar a
los pecadores y el testimonio de Pablo es más que elocuente, pero la clave para
poder entender este proceso no parte del esfuerzo de Pablo sino en la aceptación
de la misericordia de Dios que se derrama en sus hijos más necesitados, quienes se
convierten en verdaderos heraldos del evangelio y testimonios plenos de la
iniciativa salvífica de Dios. La doxología final reivindica la acción de gracias y cierra
el círculo de la manifestación salvadora de Dios: él es quién la inicia y es él a donde
tiende la gratitud y en quien se consuma toda glorificación.
Lucas introduce una sección de parábolas (tres) en este capítulo 15 como si fueran
una sola gran parábola cuyo tema central es la misericordia de Dios con los
pecadores. El contexto es la crítica de los fariseos y escribas porque Jesús acogía y
se sentaba a comer con publicanos y pecadores. Esta aparente realidad conflictiva
para quienes cuidaban mucho de sentarse a la mesa con pecadores, se convierte en
la motivación para reflexionar sobre la iniciativa misericordiosa de Dios en favor del
hombre. La atención por la oveja perdida y la dracma perdida hace notar la
predilecci￳n de Dios por los que se encuentran “perdidos” y no orientados en el
camino del seguimiento de Cristo. Pero la alegría de haberlos ganado para Dios se
convierte en un testimonio vivo para la comunidad quienes están llamados a
alegrarse con el hermano que se hallaba perdido. Para Lucas es importante el
arrepentimiento y el cambio de actitud que brota no de la iniciativa del hombre sino
del amor misericordioso de Dios. La larga parábola de los dos hijos intenta ser
mucho más pedagógica y expresiva en este asunto. Lo cierto es que ninguno de los
dos hijos se muestran como hijos del padre. Uno de ellos, el menor, recurre al
alejamiento sin importarle para nada su padre sino solo su parte de la herencia. El
otro, el mayor, solo es un cumplidor de normas y poco asequible a vivir la alegría
de la conversión de su hermano. La dureza del juicio del hermano mayor agrava la
situación puesto que el hijo menor no sólo despilfarra todos sus bienes sino que
decide volver a la casa pero no como “hijo” sino como uno de los trabajadores de
su casa. La soberbia del hermano mayor lo lleva a desafiar a su padre dejándolo de
lado y deseando tener un banquete con sus amigos. Con tales personajes
adyacentes, la central figura del Padre sale a relucir poniendo en conflicto todo
intento de ambos hijos por buscar quedar bien ante lo hecho y ante lo dicho. La
iniciativa del Padre en cada momento es conmovedora. Sus acciones y palabras
solo intentan reivindicar algo que les pide a ambos: que sean sus hijos. Y para ser
hijos también es importante que aprendan a ser hermanos.
La palabra de Dios en este domingo desafía la teología tradicional y nos muestra un
Dios que tiene un punto “débil” y que en definitiva lo convierte en fuerte y
poderoso: “su misericordia”. Pongámoslo de la forma tan sencilla como lo presenta
la Palabra este domingo: Dios acepta la intercesión de Moisés y reconsidera su
designio contra Israel; su elección hacia Pablo es un testimonio de que los ojos de
Dios ven mucho más allá que los ojos de los hombres y en esto su gracia se
derrama sobre quien se convierte en su elegido subsanando así todo su pasado;
finalmente, Dios nos quiere como hijos e intentará siempre que nos reconozcamos
como tales y esto nos compromete a vivir la alegría de ser hermanos, aprendiendo
a perdonarnos y a alegrarnos porque “mi hermano estaba perdido y lo hemos
encontrado, estaba muerto y ha vuelto a la vida”. ¿No puedo alegrarme por ello?
Dejemos actuar a la misericordia de Dios, no nos resistamos a ella, no pretendamos
llevarnos los aplausos porque si cambiamos de actitud es porque Dios nos ayuda en
ello. Con Dios de nuestra parte todo lo bueno puede pasar. Sólo nos queda vivir
como “hijos de Dios” y comportarnos como tales, y aún a pesar de las
equivocaciones, no renunciamos a buscar y acceder a su infinita misericordia.
Ahora, unámonos al salmista y aclamemos a viva voz: “Se￱or, me abrirás los labios
y mi boca proclamará tu alabanza”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)