XXIV Domingo del Tiempo Ordinario/C
El amor y la misericordia de Dios para el pecador
Las lecturas de hoy nos presentan la realidad de las relaciones del hombre con
Dios. De parte del hombre aparece su limitación, su tendencia a la infidelidad, ad
dejar a Dios por las creaturas; Dios, en cambio, responde con la misericordia y el
amor, con el perdón y el gozo por encontrar lo que estaba perdido. En fin, la
misericordia de Dios es la idea común de las tres lecturas: en el Evangelio las tres
parábolas son parábolas de la misericordia de Dios; la segunda nos dice que Jesús
vino a salvar a los pecadores; el salmo es el salmo del hombre que se arrepiente y
Dios que se complace en su conversión, y en la primera lectura, Dios se vale de la
mediación de Moisés para perdonar al pueblo. Ahora nos detendremos en la
parábola del Pare misericordioso.
Ya oímos la historia: el hijo menor pide su herencia, se va de la casa del padre y
malbarata todo el dinero. Queda sin siquiera que comer: no podía ni comer la
comida de los cerdos. Y ante esa situación decide volver casa de su padre,
arrepentido, ya no en calidad de hijo, sino de obrero. El padre -lejos de
reprenderlo- (ya el hijo había recibido su lección) lo recibe con una gran fiesta para
celebrar la vuelta del hijo perdido.
Ésta es sin duda una de las páginas más bellas y consoladoras de la Biblia, que
refleja el inmenso amor y misericordia de Dios hacia el hombre pecador. Amor
plasmado en el perdón sin límites y sin más condiciones que la de reconocer el
pecado y volverse hacia Dios pidiéndole perdón sinceramente, convencidos de que
ya no merecemos llamarnos hijos suyos.
El rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia.
¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de
nosotros? Ésa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros,
nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con
el corazón contrito. «Grande es la misericordia del Señor»Como el padre del hijo
pródigo exulta de gozo al recuperar a su hijo vivo, y organiza una gran fiesta, así se
goza Dios cuando un pecador, hijo suyo, vuelve a él arrepentido. Jesús mismo lo
declara: “Hay más fiesta en el cielo por un pecador que se convierte, que por
noventa y nueve que no necesitan conversi￳n” (Lc. 15,10).
El Cardenal Kasper decía que al escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es
lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al
mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de
Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia… Recordemos al profeta
Isaías, cuando afirma que, aunque nuestros pecados fueran rojo escarlata, el amor
de Dios los volverá blancos como la nieve. Es hermoso, esto de la misericordia.
El Papa Francisco cuenta que, al final de la Misa, se levantó, porque debía ir a
confirmar. Se acercó entonces una señora anciana, humilde, muy humilde, de más
de ochenta a￱os. La mir￳ y le dijo: “Abuela —porque así llamamos nosotros a las
personas ancianas—: Abuela ¿desea confesarse?” Sí, me dijo. “Pero si usted no
tiene pecados…” Y ella me respondi￳: “Todos tenemos pecados”. Pero, quizás el
Se￱or no la perdona… “El Se￱or perdona todo”, me dijo segura. Pero, ¿c￳mo lo
sabe usted, se￱ora? “Si el Se￱or no perdonara todo, el mundo no existiría”. Tuve
ganas de preguntarle: Dígame, señora, ¿ha estudiado usted en la Gregoriana?
Porque ésa es la sabiduría que concede el Espíritu Santo: la sabiduría interior hacia
la misericordia de Dios.
Hemos de reconocer que en todos nosotros hay un hijo pródigo egoísta, que
abandona fácilmente a su verdadero Padre Dios y su hogar, para malgastar con
abuso los bienes que nos ha dado: vida, salud, tiempo, inteligencia, libertad,
capacidad de amar, cuerpo, bienes, naturaleza…
Pero Dios, ante la ofensa, no reacciona con desprecio, enojo, venganza,
desconfianza, condena, enemistad… Dios reacciona con amor, acogida, misericordia
y perdón. Solo un Dios omnipotente e infinitamente misericordioso puede obrar así.
Sin embargo, quien no reconoce su pecado ante Dios, se cierra al perdón. Y
también se hace incapaz de perdón quien no perdona las ofensas recibidas de su
pr￳jimo. “Si ustedes no perdonan, tampoco serán perdonados” (Mt. 6, 14-15).
No olvidemos esta palabra: Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. “Y, padre,
¿cuál es el problema?” El problema es que nosotros nos cansamos, no queremos,
nos cansamos de pedir perdón. Él jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a
veces, nos cansamos de pedir perdón. No nos cansemos nunca, no nos cansemos
nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón
misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser
misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Virgen, que tuvo en sus
brazos la Misericordia de Dios hecha hombre. .
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)