Ciclo C: XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes
Ninguno pasaba necesidad (Hch 4, 34)
Como quien maneja su hogar con acierto y promueve los intereses de la familia,
Juan de Paúl manda a su hijo Vicente a estudiar. Nota en el muchacho cualidades
prometedoras que quizás ayuden a la familia a salir de la pobreza.
El joven tiene éxito. Se ordena de presbítero a los 19 años. No tarda en buscar el
bien personal y familiar, las ventajas clericales, las amistades influyentes. A pesar
de los «desastres» que le «han arrebatado el ascenso» anhelado, sigue esperando
que Dios le «concederá pronto el medio de obtener un honesto retiro» que le
permita emplear el resto de sus días junto a su madre (I, 88-89)—llevando, por
supuesto, una vida bien manejada para no sufrir nada de la escasez que azota a los
campesinos.
Pero según los designios de Dios, los talentos de Vicente no se derrocharán. La
Providencia le hace aprender por experiencia que no se le da a un encerrado en sus
intereses ninguna garantía de protección contra las calumnias o las ansiedades. Le
da a conocer que se establecen en la verdad y la seguridad solo quienes se
encomiendan por completo en las manos de Dios y demuestran su fe, si bien
mediante gestos sencillos. Sobre todo, Dios le revela la mayordomía ejemplificada
por Jesús.
Tal mayordomía nada tiene que ver con estar al servicio del dinero, con buscar
intereses propios, con procurar el bienestar material o corporal, con andar
preocupado por la comida, el vestido y otras cosas necesarias para vivir. El
administrador cristiano vela por los intereses de los demás y busca sobre todo el
reino de Dios y su justicia, lo que garantiza que lo demás se le dará por añadidura.
El mayordomo de los que le gustan a Jesús es pobre y depende de Dios en
absoluto. No se niega a ser contado entre los pobres. Insiste más bien en
mantenerse solidario con ellos, denunciando a los sin escrúpulos que, centrados
solo en obtener ganancias, exprimen a los pobres y despojan a los miserables. El
administrador listo perdona deudas, que la presencia de los pobres en la tierra, o la
necesidad, debe servir, no para separar, sino para unir (Dt 15, 5. 7. 11). Hace,
desde luego, oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias, para que todos
podamos llevar una vida tranquila y apacible. Pero no omite proclamar a todos,
especialmente a cuantos tienen en sus manos el destino de la comunidades
humanas, que no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón (Papa Juan Pablo
II).
Y si los cristianos participamos auténticamente de la eucaristía proveniente del
«amor infinitamente inventivo», por citar a san Vicente (XI, 65), entonces haremos
todo lo posible para que no se diga de los que pretendemos ser hijos de la luz que
los hijos de este mundo son más sagaces que nosotros. Imitando a san Vicente,
bien creativo aunque de manera suave y casi imperceptible, nos esforzaremos por
evangelizar a los pobres de palabra y de obra, cuidándolos, aliviándolos,
remediando sus necesidades tanto espirituales como temporales, asistiéndoles y
haciendo que sean asistidos de todas las maneras, por nosotros y por los demás
(XI, 65, 393).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)