CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
XXXI DOMINGO
Zaqueo era en Jericó jefe de los publicanos (recaudadores de impuestos
para Roma). Por tanto, un pecador público. Con fama de ladrón, por
aprovecharse de la gente. Y bajo de estatura: necesitó subirse a una
higuera para ver a Cristo.
Tenía gran interés en ver a Jesús (este nombre significa “Dios salva”), que
se fija en él y le pide hospedarse en su casa. Zaqueo lo recibió muy
contento. Impresionado por esta cercanía, decide cambiar de vida. Hoy ha
sido la salvación de esta casa. La conversión, que lleva a la salvación, es
un don de la gracia de Dios; lo mismo que “la preparación del hombre para
acoger la gracia es ya una obra de la gracia (Catecismo 2001). Fue Dios
mismo quien puso en Zaqueo el interés por ver a Jesús.
A Cristo le criticaban que comiera con publicanos y pecadores en casa de
Mateo apóstol, que había sido recaudador de impuestos en Cafarnaúm. “No
he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”, respondió Jesús ( Mt
9,9-13). Ante la murmuración generalizada por alojarse en casa de Zaqueo,
Jesús contestó: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que
estaba perdido” .
Cristo aparece así como el Salvador. Su mismo nombre significa “Dios
salva”. Pedro afirma que «bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que
pueda salvarnos» (Hch 4, 12). Por su resurrección, Jesús fue constituido por
Dios “cabeza y salvador” (Hch 5,31). Cristo “se ha convertido para todos los
que le obedecen en autor de salvación eterna” (Hb 5, 9).
“El amor del Padre se reveló en el Hijo como amor que salva” (Juan Pablo
II). Hoy cantamos en el aleluya: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a
su Hijo único, para no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que
tengan vida eterna” (Jn 3,16). La primera lectura nos recuerda esta verdad:
Dios, que es amigo de la vida, ama a todos los seres.
La salvación, que ofrece Cristo al pobre ser humano hecho de barro y lleno
de debilidades, es hacerle partícipe de la naturaleza divina. Los padres
griegos llaman a esta realidad “divinización” del hombre. En la oración
colecta del día de Navidad pedimos a Dios “compartir la vida divina de
aquel que hoy se ha dignado compartir la condición humana”. Por la fe y el
bautismo somos hijos de Dios en el Hijo eterno de Dios. Participamos de su
ser filial.
La salvación es un don de Dios totalmente inalcanzable por el esfuerzo
humano. Pero Dios lo concede a quien pone todo de su parte. “Trabajad con
temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros
el querer y el obrar como bien le parece” (Flp 2, 12-23). Dice San Agustín:
“El que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti”.
La salvación exige la conversión, que suscita el encuentro con Cristo. Como
en el caso de Zaqueo, el cual—comenta san Jerónimo— “entregó su riqueza
e inmediatamente la sustituyó con la riqueza del reino de los cielos”. La
salvación exige la fe, que es la entrega de la persona a Cristo. Ante Jesús,
que es el Salvador único y definitivo, lo esencial es creer en Él. Una fe viva,
que actúa por el amor a Dios y al prójimo. “Quien ama a Dios no puede
guardar para sí el dinero, sino que lo reparte ‘‘según Dios'', a imitación de
Dios” (San Máximo el Confesor).
Jesús es ya nuestra gloria según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo
(segunda lectura). Hoy ha sido la salvación de esta casa . En el Evangelio de
este domingo aparece la palabra “hoy” en dos ocasiones. “Por la fe, de
manera incipiente, podríamos decir « en germen » ya están presentes en
nosotros las realidades que se esperan: el todo, la vida verdadera”
(Benedicto XVI). La gracia que nos salva es anticipo de la vida eterna. No
hay dos vidas, sino una única vida, vivida de dos modos: en el tiempo y en
la eternidad, en la gracia y en la gloria. El Beato Cardenal Newman decía:
“la gracia es la gloria en el exilio; la gloria es la gracia en el hogar”.
MARIANO ESTEBAN CARO