Encuentros con la Palabra
Domingo Ordinario XXV – Ciclo C (Lucas 16, 1-13)
El que se porta honradamente en lo poco (...)”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Cuando Juan recibió su sueldo, en dinero efectivo, como siempre lo hacía el primer día de
cada mes, contó cuidadosamente los billetes, uno a uno, agudizando sus ojos y untando
el dedo con saliva para despegar con fuerza los billetes. Se sorprendió al percatarse que
le habían dado 50.000 pesos más de lo que correspondía. Miró al contador de reojo para
asegurarse que no lo había notado, rápidamente firmó el recibo, se guardó el dinero
dentro del bolsillo y salió del sitio con la mayor rapidez y discreción posibles,
aguantándose, con esfuerzo, las ganas de saltar de la dicha. Todo quedó así. El primer
día del mes siguiente hizo la fila y extendió la mano para recibir el pago. La rutina se
repitió y al contar los billetes, notó que faltaban 50.000 pesos. Alzó la cabeza y clavó su
mirada en el cajero, y muy serio le dijo: –Señor, disculpe, pero faltan 50.000 pesos. El
cajero respondió: –¿Recuerda que el mes pasado le dimos 50.000 pesos más y usted no
dijo nada? –Sí, claro –contestó Juan con seguridad–, es que uno perdona un error, pero
dos ya son demasiados.
Esta escena, poco común, me vino a la memoria al leer el texto evangélico que hoy nos
ofrece la liturgia: “Y es que cuando se trata de sus propios negocios, los que pertenecen
al mundo son más listos que los que pertenecen a la luz”. Esta es la conclusi￳n a la que
llega el Señor después de haber contado la historia del mayordomo que estaba
malgastando los bienes de su se￱or. Y más adelante dirá: “El que se porta honradamente
en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el que no tiene honradez en lo
poco, tampoco la tiene en lo mucho”. La honradez es una virtud que apreciamos mucho
en los demás, pero no siempre sabemos poner en práctica en nuestras propias vidas. Nos
damos perfectamente cuenta cuando los demás no se portan como deberían, pero no
somos capaces de reconocer nuestras propias inconsistencias. Ya decía el Señor, que
tenemos una capacidad infinita de reconocer la pelusa que tiene nuestro vecino en su ojo,
pero no somos capaces de ver la viga que tenemos en el nuestro (Cfr. Mateo 7, 3-5 y
Lucas 6, 41-42). Así somos, aunque nos cueste reconocerlo.
Pero allí no queda la cosa. Lo que el Señor quería enseñarnos con esta historia, era que
tenemos que utilizar adecuadamente los bienes de este mundo, para alcanzar una vida
plena: “De manera que, si con las riquezas de este mundo pecador ustedes no se portan
honradamente, ¿quién les confiará las verdaderas riquezas? Y si no se portan
honradamente con lo ajeno, ¿quién les dará lo que les pertenece?” En este sentido, no
debemos olvidar que los bienes de este mundo son solamente un medio para alcanzar la
vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, de la que habla san Ignacio en
una de las meditaciones más conocidas de los Ejercicios Espirituales (Cfr. EE 139).
“Ningún sirviente puede servir a dos amos; porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel
a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas”, dirá el Se￱or más
adelante. Valdría la pena que nos preguntáramos si tenemos nuestro corazón dividido
entre el servicio de Dios y el servicio que prestamos a los bienes. Si nos servimos de las
riquezas para ir construyendo esa vida verdadera a la que Dios nos llama, o si somos
como el hombre de la historia, que calla o reclama, de acuerdo a lo que más le conviene...
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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