XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C .
Astucia y oración
Padre Pedrojosé Ynaraja
Voy a comentaros, aplicando las recomendaciones de San Pablo a Timoteo, en la
segunda lectura de la misa de hoy, a una situación actual, que no sé si la habéis
vivido conscientemente.
Nos inquietaba, y continúa inquietándonos, la situación bélica en Siria. Nadie duda
de las injusticias y delitos que por ambas partes se cometen. La solución no es fácil.
Organismos internacionales y grandes potencias, se disponían a aplicar duros
castigos, pretendiendo, o imponiendo, la paz. Las consecuencias eran imprevisibles,
pero, con seguridad, no buenas. Armamento de última tecnología estaba a punto de
aplicarse. Grandes transportes, por mar y aire, estaban preparados para operar.
Todos sabemos que la industria del armamento necesita consumidores para seguir
su ritmo de fabricación y de I+D+I. No ignoramos que si de repente desapareciera
por completo la agresividad colectiva, muchísimas industrias cerrarían y, en
consecuencia, trabajadores, ejecutivos y empresarios, irían al paro. Todo estaba a
punto, de una u otra manera se iba a matar, con mayor o menor limpieza se
conseguiría, y sin duda ocasionarían daños colaterales, es decir, numerosas
víctimas inocentes.
En esta problemática situación, al Jefe del Estado Vaticano, Obispo de Roma,
llamado Papa, que preside nuestra Iglesia, se le ocurre invitar a una jornada
universal de ayuno y oración. Estoy seguro de que a algunos la iniciativa les sonaría
a inocentada. No se puede ignorar que la cultura de la mayor parte de la gente se
nutre de los medios periodísticos o de los más cómodos televisivos. Que yo sepa ni
unos ni otros, hicieron escaso eco. A la abstinencia y la plegaria le faltan morbo.
Para muchos, aquel sábado fue fiesta de opíparas cenas y ausencia de
elucubraciones trascendentes.
Personalmente me organice la vida de tal manera que al atardecer me situé ante el
televisor. Me sentí de tal manera unido a las 100 000 personas que se reunían en
Roma, que me traje un reclinatorio y permanecí en oración las cuatro horas que
duró el encuentro de plegaria y adoración. Me preguntaba ¿qué sentido, qué
utilidad, qué consecuencias, tendría aquello? Este pensamiento, esta auténtica
tentación, la rehuía siempre…
Posteriormente he recordado, que se cuenta de Stalin, que en Yalta, irónicamente,
preguntó cuantas divisiones tenía el ejército del Papa. Pues bien, uno de los
capitostes que de alguna manera le sucede, argumentaba ahora que no se debía de
machacar a Siria, y que hasta el Papa advertía que era un despropósito. Cuando os
estoy escribiendo este mensaje, mis queridos jóvenes lectores, ya tenemos noticias
de unas maniobras políticas en las que están implicados los mandamases. Según
afirman, ya han conseguido, primero el control y después la destrucción, del
armamento mortífero químico. Me he sentido diminuto soldado del ejército
triunfador y ha aumentado mi convencimiento del valor de la oración, que nunca
olvido.
Hay astucia mala, que es pecado, pese a que se practique frecuentemente en el
mercado. Es a la que se refiere la primera lectura de la misa de hoy.
El texto evangélico de la celebración de este domingo XXV, mis queridos jóvenes
lectores, es sorprendente. Nos explica el Maestro una historieta ficticia, la de un
ejecutivo que desfalca a la empresa que le ha contratado y, preparando su
inmediato despido, acude de inmediato a argucias y falsedad de documentos de
contrato, para preparar su futuro. Una historia vulgar y frecuente todavía. La
justicia valoraría la categoría del delito o falta y dictaría sentencia, no es este el
propósito de la enseñanza.
Lo curioso del caso es que leemos: el amo felicitó al administrador injusto, por la
astucia con que había procedido.
La sagacidad es una de las cualidades que el pueblo hebreo más admiraba. Desde
el engaño de Jacob, la treta de Rut y el disfraz de Tamar, por citar unos pocos
ejemplos bíblicos, precisamente poco ejemplares.
Otros sí lo son. El Maestro demostró refinamiento en algunas situaciones, cautela y
perspicacia excelente, habilidad dialéctica. No olvidéis la moneda del César o el
diálogo con Nicodemo. Es esta habilidad la que espera de nosotros.
Ya sabéis que a los ojos de muchos la Fe amortece hoy en día. Los medios hablan
de delitos y deficiencias que desacreditan a nuestra querida Santa Madre la Iglesia,
esposa amada del Señor. Y nosotros los fieles, callamos demasiado. Nunca el
cristianismo gozó de tan buena salud. Cada cinco minutos muere un cristiano
mártir. (Cuando un organismo florece, demuestra vitalidad). No hay que olvidar a
los contemplativos que cual pararrayos espirituales, nos protegen a todos. Ni que
allí donde hay Iglesia, además de lugar de oración, de una u otra manera, hay
hospital, escuela, caritas. Los asilos para ancianos pobres, los orfanatos, los
cottolengos, la acogida de enfermos de sida, las leproserías… ¿Por qué no hablamos
más de todo ello?. ¿Qué cultura, qué conjunto religioso, diferente al cristiano,
ofrece una tal generosidad?
Os lo aseguro, mis queridos jóvenes lectores, tantos que se declaran ateos o
agnósticos, que en su interior sienten el hastío de una vida sin sentido y se
anestesian con la droga, al comprobar, al introducirse y respirar estos ámbitos de
Caridad y ver en ellos a frailes o monjas, adultos o jóvenes, ilustrados o sencillos,
al observar a su lado tantos voluntarios generosos, no solamente descubren que en
la humanidad hay bondad y esperanza, sino que también intuyen que Alguien es el
que les da fuerza y felicidad. Y no os olvidéis que quien convierte a un desviado,
salvará su alma de la muerte. Esta sentencia de Santiago 5,20, me la inculcó a mis
12 años, D. Julio Díez, coadjutor de San Cosme en Burgos y nunca la he olvidado.
Confiar en un chiquillo como yo, también fue astucia de la buena.