CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
XXXII DOMINGO
A lo largo del año litúrgico hemos celebrado los misterios de nuestra
salvación, conmemorando, domingo a domingo, el “día en que Cristo ha
vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal”
(Plegaria Eucarística II). Estamos llegando a la culminación de este año
litúrgico y la Palabra de Dios hoy nos habla de la resurrección de los
muertos.
Refiriéndose a Jesús, dice San Agustín que “todo trabajaba para su
resurrección”. También para nosotros la resurrección de los muertos es la
cumbre de nuestro camino hacia la salvación. Por el bautismo, el creyente
está injertado, unido a Cristo, el hombre perfecto: por él “habéis obtenido
vuestra plenitud” (Col 2, 9-12). Estamos en camino hacia la resurrección
final, andando “en un vida nueva” (Rm 6, 3-10). Todo en nosotros -
también la muerte- trabaja para nuestra resurrección. Así llegaremos a la
plenitud de nuestro ser de hijos de Dios: “Aguardando la hora de ser hijos
de Dios, la redención de nuestro cuerpo” (Rm 8, 23). La resurrección y la
glorificación son la perfección del hombre Cristo Jesús y también la causa
de nuestra plenitud: Al participar de la gloria del Resucitado, el hombre
alcanza su perfección y su salvación.
Jesús en el Evangelio de hoy responde a la “trampa saducea” con estas
palabras: Los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la
resurrección de entre los muertos… ya no pueden morir: son como los
ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. El Señor
nos invita a profundizar en nuestra fe: Creo en la resurrección de la carne
(resurrección de los muertos) y la vida del mundo futuro. “El término
"carne" designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La
"resurrección de la carne" significa que, después de la muerte, no habrá
solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros "cuerpos
mortales" volverán a tener vida (Catecismo 990). Creer en la resurrección
de los muertos es un elemento esencial de la fe cristiana.
Nuestro Dios es un Dios de vida, no de muerte. Él no hizo la muerte. Es
amigo de la vida. Su gloria es el hombre viviente (San Ireneo). El Señor
es fiel (segunda lectura): en la resurrección de Jesús Dios abre
definitivamente al hombre el camino de la vida eterna. La fidelidad de su
amor hacia nosotros hace que seamos sus hijos en su Hijo amado,
partícipes de su vida inmortal. Dios nuestro Padre que nos ha amado
tanto (segunda lectura) nos ha hecho uno en Cristo Jesús, que es el
primogénito de entre los muertos (Ap 1,5). Es la resurrección y la vida (Jn
11, 25). Si “el amor es más fuerte que la muerte” (Cantar de los cantares,
8, 6) mucho más nuestro Dios, que es amor (1 Jn 4, 16) nos será fiel más
allá de la muerte. Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se
espera que Dios mismo nos resucitará, llega a decir uno de los hermanos
(primera lectura).
La resurrección de Jesús no sólo fue volver a la vida. Es la participación
plena de la vida de Dios, también en su naturaleza humana. A nosotros
«Su muerte nos traerá la incorrupción y seremos transformados. Cristo
nuestro Salvador nos traerá la vida incorruptible por la gloria de la
resurrección» (San Cirilo de Alejandría).
En múltiples ocasiones San Pablo habla de la resurrección de los muertos:
Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con Jesús.
“Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en
vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la
vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros”
(Rm 8, 11).
“Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado. Y si
Cristo no resucitó, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados;
y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en
Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no!
Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos (1Co 15, 16-20).
En la eucaristía hay que recordar el mensaje de San Juan: Yo soy el pan de
la vida, el que coma de este pan vivirá para siempre y yo lo resucitaré el
último día (Jn 6). Y afirmar con alegre esperanza: “Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”
Mariano Esteban Caro