Domingo XXIV. Ciclo C
Arrepentimiento, conversión, misericordia.
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com
La parábola del hijo pródigo, o del Padre misericordioso, nos muestra un claro itinerario
de vida, e de cualquiera de nosotros. El protagonista principal no es el hijo, aunque así
pareciese a simple vista, sino el Padre. Es éste quien respeta el pedido de autonomía del
hijo, en la vida de cualquiera llega un momento, por lo general en la juventud, en el que
decidimos emanciparnos, seguir aquello que intuimos nos hará felices. Sin embargo no
siempre es así, en ocasiones nos perdemos, malgastamos aquello que se nos había
confiado, desaprovechamos la oportunidad.
Por su libertad el hijo pierde todos sus bienes y dineros, al mismo tiempo que corrompe
su vida moral, los valores que seguramente la habían sido inculcados en su familia
tienen ahora precio material, no se contenta con vivirlos sin más. La juventud es la etapa
en la que cualquier becerro de oro, como aparece en la lectura del Éxodo, nos encandila
y nos lleva tras él. Mientras el Padre, seguramente angustiado, espera, aun teniendo otro
hijo espera a quien se ha perdido, como el pastor que busca una de sus noventa y nueve
ovejas restantes o la mujer que hace lo mismo con su dracma.
Agotados sus recursos el hijo decide regresar, ya lo ha experimentado todo, y lo ha
perdido todo. Se siente apenado, indigno, arrepentido. Así se lo hace saber a su Padre
quien lo ve de lejos y lo reconoce, signo de que estaba esperándolo, y rápidamente
organiza un banquete para recibirlo nuevamente en casa. La actitud del hermano mayor
que repudia el gesto del Padre por considerarlo injusto se asemeja a la de los fariseos
que murmuraban por las actitudes de Jesús.
La misericordia de Dios supera nuestras concepciones humanas, incluso aquellas que
nos hacen determinar algo como justo e injusto, pues el amor de Dios no tiene fronteras,
es ilimitado. “Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros quienes nos cansamos de
pedir perdón”, nos dice nuestro querido Papa Francisco. Los fariseos en sus prejuicios y
preconceptos no pueden hacer experiencia de la misericordia de Dios, mientras que
quien ha pecado y ha experimentado el dolor de alejarse y de perder aun lo mas valioso
que tenía, su Padre, gustan del amor que proviene de las entrañas mismas de Dios,
desde su misma esencie, pues Dios es amor.
Estos textos no solo nos invitan a dar testimonio de la misericordia de Dios sino,
también, nos invitan al arrepentimiento y a la conversión, solo después de estos dos
pasos, es decir, de hacernos como niños conscientes de nuestro error pero con la certeza
de que el amor de Dios es más fuerte, nos reconocemos hombres nuevos, redimidos por
Dios.-