SOLEMNIDAD
DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
La segunda lectura de hoy es la misma de la misa en la Cena del Señor. San
Juan en el Evangelio del Jueves Santo ofrecía el contexto más profundo de
aquel momento memorable: para Jesús había llegado la hora de pasar de
este mundo al Padre y, habiendo amado a los suyos, “los am￳ hasta el
extremo”. En esta segunda lectura, San Pablo nos transmite c￳mo Cristo,
en la noche en que iban a entregarlo, tom￳ pan y dijo: “esto es mi cuerpo
que se entrega por vosotros”; lo mismo hizo con el cáliz de la nueva
alianza sellada con su sangre. Y termina: “Por eso, cada vez que coméis el
pan y bebéis el cáliz, proclamáis la muerte del Se￱or hasta que vuelva”.
Es pues la eucaristía “memorial” que actualiza la pasi￳n del Se￱or (oraci￳n
colecta). La muerte de Jesús, en la plenitud de su significado, permanece
eternamente en la gloria de la resurrección: su amor hasta el extremo, la
entrega de su propia vida, la aceptación de su condición mortal, puesto en
las manos del Padre, tienen una actualidad eterna. Su muerte no es sólo un
acto del pasado, pues en ella Cristo fue glorificado para siempre. Su
muerte y su glorificación constituyen un único misterio. Dando a entender la
muerte de que iba a morir, decía Jesús: “ha llegado la hora de que sea
glorificado el Hijo del hombre” (Jn 12,20-23). Cristo resucitado mantiene
vivas las heridas de su pasión.
La eucaristía, sacramento pascual, “es misterio de muerte y de gloria como
la cruz, que no es un accidente, sino el paso a través del cual Cristo entró
en su gloria y reconcili￳ a la humanidad entera, derrotando toda enemistad”
(Benedicto XVI). Nos hace experimentar el fruto de la redención y nos llena
del gozo eterno de la divinidad, (oración después de la comunión). En este
sacramento admirable recibimos la abundancia de gracia y de vida celestial
del Crucificado-Resucitado (Prefacio II). La eucaristía es pan de
resurrección, pan de vida nueva y eterna. El Señor resucitado, verdadera,
real y sustancialmente presente bajo las especies de pan y de vino, se nos
da como comida y como bebida, para que también nosotros, ya ahora,
seamos realmente transformados. Su amor pasa a nosotros y nos capacita
para dar también la vida por nuestros hermanos.
MARIANO ESTEBAN CARO