Comentario al evangelio del Jueves 19 de Septiembre del 2013
Jesús es el maestro de los contrastes. Y Lucas un experto en ponerlos de relieve. En el evangelio de
hoy aparecen dos amigos de Jesús: uno, varón, con nombre propio (Simón); otro, mujer, sin nombre
(conocida como “pecadora”). A partir de esta primera caracterización podemos ir construyendo una
lista de contrates:
El fariseo Simón invita a Jesús a su casa, pero no lo toca, mantiene las distancias de seguridad.
Admira a Jesús, pero no sabe bien quién es (“si fuera profeta”) y no acaba de fiarse. Procura ser
cortés, pero se mantiene en su posición, no se entrega.
La mujer pecadora da el primer paso: se introduce en la casa. Besa y unge a Jesús con perfume y
lágrimas. No pierde el tiempo en averiguar “quién es”: se entrega sin condiciones. No justifica su
conducta. Deja que fluyan las lágrimas. No pronuncia palabra. Su cuerpo entero se hace palabra.
¿Es necesario cavilar mucho para saltar a la arena de nuestra propia vida? El inextinguible fariseo que
llevamos dentro no para de hacer preguntas para retrasar el momento de la rendición y la entrega.
Puede que presumamos de ser despiertos y buscadores. Pero la mayor parte de las veces somos solo
cobardes. Menos preguntas y más donación. Menos sospechas y más lágrimas. Entonces la luz llega.
C.R.