Ciclo C: XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar (Hch 4, 32)
El hombre rico no aprovecha la presencia de Lázaro para ser solidario con él.
Mantiene la separación, permitiendo que continúe el contraste marcado entre ellos.
Así que el último, cubierto de llagas y hambriento, queda echado a la puerta en la
compañía de perros callejeros; el primero, por su parte, no variará de su estilo de
vida cómodo y lujoso.
Y dado el dicho: «A tal vida, tal muerte», no extraña que el que se ha separado de
su semejante se encuentre al final muy lejos del que es ahora el primero. Claro, el
ya ocupante del último puesto sigue teniéndole en poco a Lázaro y pide que sirva
de criado que le alivie y les advierte a sus hermanos. Pero, por lo visto, ni él ni sus
hermanos tienen remedio. La semilla de separación ha crecido hasta convertirse en
un abismo inmenso imposible de cruzar. Además, como los hermanos no escuchen
a Moisés y a los profetas, tampoco escucharán, aun resucitado, al que exige mucho
más, siendo él el pleno cumplimiento de la revelación divina.
Pero sí, ahora es el tiempo de saber y guardar los pronunciamientos mosáicos y
proféticos que prohiben la explotación y la extorsión de los pobres. Durante esta
vida terrestre sembramos la semilla de la solidaridad y la abundancia del Reino de
Dios mientras abrimos las manos a los desvalidos y procuramos que no haya
pobres entre nosotros. Aquí y ahora es donde y cuando nos preparamos para el
reino que el Rey nos dará como herencia, lo que hacemos cuando le damos de
comer al hambriento y de beber al sediento, acogemos al inmigrante, vestimos al
desnudo, cuidamos al enfermo y visitamos al encarcelado.
Y en este mundo de misterios gozosos, luminosos, dolorosos, y gloriosos nos
alegramos con los que se alegran y lloramos con los que lloran. Porque todavía
forma parte de nuestra experiencia actual la oscuridad, encendemos en estos
momentos nuestra lámpara de buenas obras para alumbrar a los demás y ser
testigos de nuestro Padre celestial que hace justicia a los huérfanos y a las viudas,
ama a los inmigrantes, y manda que se les invite a ellos a las fiestas, que no
defraudemos ningún derecho de ellos, que se les facilite encontrar lo necesario para
vivir. Aunque «el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz
inaccesible», Dios se digna, no obstante, levantar del polvo al desvalido. Al ser
testigos de este Dios, damos testimonio asimismo de su Hijo, encarnado y hecho
pobre, tanto que se dolía de nuestro desastre.
Pero si, por el contrario, vemos a un hermano afligido y no nos dolemos de su
aflicción, entonces cristianos en pintura seremos, como lo dice san Vicente de Paúl
(XI, 561). Y caricaturiza los votos religiosos quien, eligiendo «un modo de seguir a
Jesús que imita su vida con la obediencia, la pobreza, la vida de comunidad y la
castidad», se niega a ser profeta (Papa Francisco). Por supuesto, le es
imprescindible a un profeta anunciar la solidaridad y denunciar toda forma de
indiferencia a los pobres. Su inserción directa en los lugares de los pobres es más
que una moda (Papa Francisco).
No, no deja de proclamar un profeta que parte integral del ayuno que desea Dios es
el no despreocuparnos de un hermano necesitado. Enseña un profeta que quien
come y bebe sin ser solidario con los pobres ridiculiza la eucaristía y se come y se
bebe su condena.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)