XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C .
EL FISCAL, NUNCA OLVIDARLO
Padre Pedrojosé Ynaraja
Pese a que sea pura anécdota, mis queridos jóvenes lectores, no quiero dejar de
referirme a dos detalles, sin importancia, pero que podrán iluminar el sentido del
texto sagrado.
En la primera lectura del presente domingo, un fragmento de la profecía de Amos,
se habla de lechos de marfil. No os imaginéis que se trataba de entrelazar colmillos
de elefantes para conseguir una cama. Nosotros diríamos que eran de rica
ebanistería, chapada de marfil, labor también llamada marquetería. Por aquellos
lugares se han encontrado muestras de esta artesanía, propia de potentados.
En el relato evangélico se dice que el ricachón, a quien ni siquiera se le da nombre,
vestía de lino y púrpura. Lo primero es una fibra vegetal que todavía hoy se usa
para productos textiles de cierta calidad. La púrpura era una substancia muy
curiosa. Se saben últimamente detalles de su obtención. Supuestamente, se
necesitaban 12.000 “Murex”, unos caracoles marinos semejantes a los que hoy se
comen acompañando al arroz o como aperitivo. Vuelvo a repetir que 10, 12 o
18.000 bichitos de estos, se precisaban para conseguir un gramo de esta
substancia. Poseen estos gasterópodos una glándula que proporciona, después de
su exposición al aire libre, un colorante violáceo, purpúreo hay que decir, de este es
el que se trata aquí y en otros lugares. Pese a lo que podáis leer, el color de los
hábitos cardenalicios, no es precisamente púrpura. Más se parecería el que visten
de gala los obispos. Evidentemente, quien podía vestir de lino teñido de este
colorante orgánico, era un hombre acaudalado. (Obviamente, hoy en día, el tinte
para conseguir este color, es de origen químico y se fija mediante un proceso
llamado Indantrhen, para lograr que no se degrade y se destiña, ya que antes, las
prendas de este precioso tono, degeneraban pronto a sucios rosados).
Vayamos a cosas serias y trascendentes de verdad. ¡Os advierto antes de empezar,
que las parábolas son cuentos didácticos. Que su contenido y enseñanza es lo que
interesa, no así el decorado en el que se pueda contar, que puede ser, pura
imaginación y que no corresponda a la verdad. Ya os hablaré de esto al final.
La descripción que del pobre, al que se señala con un nombre propio: Lázaro,
desarrolla esta parábola, os puede recordar el final de aquella aguda novela de
Stefan Zweig, que se titula “los ojos del hermano eterno” y que algunos conoceréis.
No se necesita demasiada imaginación para entender el relato evangélico. Todos,
en uno u otro momento, nos topamos con gente que malvive como Lázaro. Nos
cruzamos sin mirarlos, es mejor así para vivir tranquilos, pensamos. Su indigencia
puede ser consecuencia de mala fortuna en sus negocios, ausencia de familia,
enfermedad molesta e incurable… Es mejor suponer que es un borracho, quedamos
más tranquilos de esta manera.
El ricachón protagonista de la parábola, ni siquiera se le atribuye un nombre, pues,
no merece un tal sujeto, esta delicadeza. El de la gente rica de hoy sí que se nos
facilitan de cuando en cuando. Nos dan la lista de los que ocupan en la propia
nación, o en el mundo, los primeros lugares. En ciertos casos, se nos describe su
tacañería y lo leemos con indiferencia, como cuando nos describen el origen de su
fortuna. Estoy seguro de que el Señor, a nosotros gente del siglo XXI, nos añadiría
que a costa del infortunio de unos, aumenta la prosperidad de los otros y que la
diferencia cada vez es más grande entre ambos colectivos.
( Es preciso advertir que no todos los ricos son agarrados, que, afortunadamente,
saben algunos compartir en esta vida, y favorecer con su herencia a otros cuando
mueren. También, sinceramente, hay que reconocer, que la pobreza de otros,
mendigos vagabundos u holgazanes de solemnidad, se la han buscado ellos. Pero
no nos toca a nosotros juzgarlos. En algunos casos, hay que saber que la denuncia
profética, también en este campo, es necesaria, pero no toca hoy hablar de esto).
Sin que venga del todo al caso, será bueno recordar, que las enseñanzas del
Maestro, no cayeron en saco roto y el Cristianismo es testimonio de ello, con
instituciones que nos honran como Caritas, Manos Unidas, Cottolengo, para
recordar algunas que conozco, sin olvidar otras igualmente eficaces y ejemplares y
que con nombres diferentes, practican las exigencias de nuestra Fe.
La parábola a la que me vengo refiriendo es de tal colorido que pienso no es
necesario que os la recuerde. Acabo recomendándoos, mis queridos jóvenes
lectores, que leáis y meditéis el final del párrafo proclamado en la misa de hoy: Si
no escuchan a Moisés y a los profetas, no harían caso ni aunque resucitase un
muerto. Que trasladado, serían decir: si no aprenden o han aprendido de Madre
Teresa, Mons. Romero, Mons Casaldáliga, Jean Vanier, Elvira Petrozzi, Isabel
Garbayo, María Camino Sanz… Tampoco la aparición de un muerto les haría
cambiar.
Os he puesto unos cuantos nombres. A algunas de estas personas las he conocido,
de otras tengo noticias directas, sé que omito muchísimos nombres. Vosotros
podéis, reunidos, comentar la vida de estos y de los demás que os resulten
próximos y sean o hayan sido ejemplo de solidaridad y Caridad.
No olvidéis, cuando por las calles y caminos os crucéis con pobres, que “dentro de
ellos” se oculta el fiscal del Juicio final.
(os quiero aclarar lo que insinuaba al principio. La situación en la Eternidad, no
permite un diálogo interpersonal, como el que describe la parábola. No es que un
abismo separe buenos y malos, es que la maldad es total ausencia de comunicación
y buenos sentimientos. La enseñanza de la parábola es totalmente acertada, el
ropaje en que se la envuelve, es puro decorado)