CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
X DOMINGO
A Cristo Jesús, resucitado y glorioso, le sigue dando lástima el pobre ser humano en
su debilidad, cuyo instante extremo es la muerte. Es capaz de compadecerse de
nuestras debilidades, pues ha sido probado en todo exactamente como nosotros,
menos en el pecado. Resucitado, no puede padecer. Pero su amor infinito –hasta la
muerte- hace que compadezca con nosotros, por nosotros y en nosotros.
Llegaba Jesús a Naín en Galilea cuando llevaban a enterrar a un joven, hijo único
de una mujer viuda. “La mirada de Jesús se fija inmediatamente en la madre que
llora. Dice el evangelista Lucas: «Al verla el Señor, se compadeció de ella» (v. 13).
Esta «compasión» es el amor de Dios por el hombre, es la misericordia, es decir, la
actitud de Dios en contacto con la miseria humana, con nuestra indigencia, nuestro
sufrimiento, nuestra angustia. El término bíblico «compasión» remite a las entrañas
maternas: la madre, en efecto, experimenta una reacción que le es propia ante el
dolor de los hijos. Así nos ama Dios, dice la Escritura” (Papa Francisco).
La muerte no es un castigo por nuestras culpas. Dios no quiere ser temido, quiere
ser amado. Dios no hizo la muerte para destruir al hombre. Sería cruel. No sería
Dios. Él es amor. Es padre, siempre padre, sólo sabe ser padre. Y un padre no
engendra para matar, sino para que sus hijos vivan y gocen la alegría de vivir. Pero
no somos dioses. El hombre está hecho de barro. Inevitablemente nuestra morada
terrenal se desmorona por los años, por la debilidad de nuestro material, por una
agresión, por un accidente. Estamos hechos para la muerte. Pero el hombre es un
ser para la inmortalidad.
Si vivimos y morimos en comunión con Dios, con Cristo y como Cristo, traspasado
el amargo trance de la muerte, esta comunión será eterna, infinita en su duración
en su intensidad. El Resucitado ofrece una existencia nueva a quien está unido a él
por la fe y el amor. Cristo, como Señor de la vida está al lado del que muere: Yo
soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá. Si morimos
con Cristo creemos que también viviremos con Él. El hombre sobrevive a la muerte
gracias a Dios, que por amor, desde el seno de su madre, lo llama a la vida: amar a
un ser, es decir: ¡tú no morirás!
Cristo ha vencido a la muerte y nos hace partícipes de su vida inmortal . Esta buena
noticia, el Evangelio anunciado por Pablo, que no es de origen humano sino
revelación de Jesucristo , la proclama la Iglesia en un prefacio de difuntos: Él aceptó
la muerte, uno por todos, para librarnos del morir eterno; es más, quiso entregar
su vida para que todos tuviéramos vida eterna.
MARIANO ESTEBAN CARO