CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
XII DOMINGO
“Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”, (segunda lectura). No se trata
de un título honorífico, ni de una simple adopción legal, porque Dios, con su
omnipotencia creadora, no nos hace hijos suyos jurídicamente, sino divinamente.
Se trata de una verdadera regeneración, porque participamos realmente de la
naturaleza divina. Somos hijos en Cristo, el Hijo único de Dios, al que nos
incorporamos, por la fe y el bautismo. Estamos injertados en Jesús y de Él
recibimos la savia, la gracia, la vida de Dios. Sin perder nuestro ser personal,
llegamos a ser un sujeto nuevo en comunión existencial con Cristo.
La fe, que nos hace hijos de Dios, es creer en Cristo: debemos poner en Él toda
nuestra confianza. La fe es creer a Cristo, aceptando plenamente el mensaje de
vida que Él nos propone, porque estamos seguros de que siempre quiere lo mejor
para nosotros. Debe ser una fe confesante, dando testimonio no sólo con la
palabra, sino especialmente, con la vida, con las buenas obras. Como Pedro en el
evangelio de hoy (“tú eres el Mesías de Dios”), que hace una confesión de fe
valiente, aunque imperfecta. El verdadero Mesías –dice Jesús- tiene que padecer,
ser desechado, ejecutado y resucitar al tercer día.
El cristiano cree en Cristo Jesús, autor y guía de nuestra salvación, que no es una
tradición ni una costumbre, sino una persona viva y cercana, a la que hemos de
seguir de forma clara y valiente en todos los terrenos de nuestra vida. Sin
mesianismos ni fanatismos (la verdad se propone, no se impone), pero también sin
complejos, ni miedos, porque la verdad es la que hace libres. El cristiano, hijo de
Dios por su unión con Cristo, tendrá que vivir esta trascendental realidad
sencillamente, pero también fraternalmente, porque todos somos “uno en Cristo
Jesús” (segunda lectura).
MARIANO ESTEBAN CARO