CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
XIV DOMINGO
“Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”
(segunda lectura). La cruz es recuerdo y prueba de un amor, como el de Cristo, que
no se busca a sí mismo, sino que impulsa a entregarse y servir a los demás. La
cruz, por tanto, no es pasividad o gusto por el tormento. Cristo muere en la cruz
porque puso la entrega y el amor a sus hermanos los hombres por encima de su
propio interés y provecho.
La cruz es signo e instrumento de nuestra salvación, porque en ella murió Cristo,
Dios y hombre verdadero. Es la prueba de su inmenso amor: nadie tiene amor más
grande que el que da la vida por sus amigos, a los que Él amó hasta el extremo. Un
amor, el de Cristo, más fuerte que la muerte. El Crucificado-Resucitado vence al
pecado, al mal y a la muerte. La cruz es el paso hacia una vida infinita en el
tiempo y en la intensidad.
No puede ser discípulo de Cristo -recibir su Reino, dice hoy el evangelio- quien no
tome su cruz y le siga (Lc 14, 27). Quien no viva con Cristo y como Cristo. Quien
dice que permanece en Él debe vivir como vivió Él (I Jn 2, 6). Y Cristo da su Reino a
quienes produzcan los frutos (Mt 21, 43) de la verdad y de la vida, de la santidad y
de la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Cristo, “Cargado con nuestros pecados
subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas
nos han curado” (I Pe 2, 24). Paradójicamente, la cruz es el signo de la realeza de
Cristo. Su Reinado es el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio,
de la verdad sobre las tinieblas de la ignorancia y de la mentira: “No reina Dios por
lo que uno come o bebe, sino por la justicia, la paz y la alegría que da el Espíritu
Santo” (Rm 14, 17).
“La cruz es manantial de vida inmortal; es escuela de justicia y de paz; es
patrimonio universal de perdón y de misericordia; es prueba permanente de un
amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como
nosotros, hasta morir crucificado. La cruz nos hace hermanos” (Benedicto XVI).
Hacer la señal de la cruz es pronunciar un sí visible y público a Cristo, nuestro
hermano y Salvador, que muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró
la vida.
MARIANO ESTEBAN CARO