CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
XVI DOMINGO
El conocimiento del misterio de Cristo hace que lleguemos a la madurez en nuestra
vida cristiana. La riqueza de este misterio está en que Él es para nosotros la
esperanza de la gloria (segunda lectura). Él es nuestra salvación, nos hace hijos de
Dios y partícipes de la naturaleza divina. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a
su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan
vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por Él (Jn 3, 16-17). Conocer el misterio de Cristo es
conocer el amor que Dios nos tiene, crecer en este amor y responder con amor. Es
“abandonar el pecado y pasar a una vida nueva” (oración de la comunión).
El cristiano se abre a la salvación por la fe en el Señor Jesús, que no es un instante
de vivencia religiosa, sino disposición fundamental a lo largo de nuestra vida: es la
peregrinación de la fe, como Abrahán (primera lectura). La fe que salva no es sólo
creer en la existencia de Cristo, no es una mera creencia: nace del corazón y hace
que vivamos unidos existencialmente a Cristo. Marta y María (Evangelio) saben
escuchar y acoger al Señor. Dos actitudes necesarias para abrirnos a la salvación.
Una fe viva, que obra por el amor: a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como
Cristo nos ha amado.
Cristo es para nosotros la esperanza de la gloria (segunda lectura). La gracia es la
gloria ya ahora en el tiempo de peregrinación; y la gloria es la plenitud de la gracia
en la casa del Padre. La gracia es participación en la vida de Dios, que se comunica
al hombre. Es el fruto de la acogida del designio y del don de Dios, como Abrahán
(primera lectura).
El conocimiento del misterio de Cristo (la fe, que tiende hacia Él amándolo) nos
lleva a la madurez en la vida cristiana, al hombre perfecto. La madurez en nuestra
vida cristiana consiste en vivir con Cristo y como Cristo, injertados en Él: ser hijos
de Dios en el Hijo único de Dios. Ser imagen viva de Cristo, que no es apariencia,
sino participación real en la vida del hombre Hijo de Dios.
MARIANO ESTEBAN CARO