II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
S
+ En el Ev. de hoy, Jesús es llamado “Cordero de Dios”...
v Juan el Bautista llama así al Señor.
v Nosotros también lo llamamos así en cada Misa... Pero, pensemos por un
momento: ¿Qué significa esta expresión tan maravillosa, misteriosa y poderosa,
a la cual nos hemos acostumbrado, sin reparar quizás en el significado de lo que
decimos?
Para entender su significado, recordemos que resonancias tenían estas palabras,
esta expresión , en quienes la escucharon por primera vez:
v Para los judíos era algo que remitía directa e inmediatamente a la Pascua, y
concretamente al cordero pascual, cuya sangre había sido derramada la
noche en que los judíos fueron liberados de la esclavitud de Egipto, y con la que
fueron marcadas las puertas de las casas de los que debían ser salvados...
Reviviendo aquel hecho, cada año se sacrificaba y luego se comía un cordero
pascual (= pascua judía ), celebrando aquella liberación y preparándose para la
redención definitiva.
v Además, todos los israelitas conocían bien las profecías de Isaías, que
comparaba los sufrimientos del Mesías (= “Siervo de YHWH o siervo sufriente ),
con el sacrificio de un cordero, que se comporta mansamente, que no dice
palabra frente a su verdugos.
v Por otra parte, en el Templo de Jerusalén diariamente se ofrecían corderos,
como una presencia permanente del sacrificio por todo el pueblo...
+ Si hacemos converger todas estas imágenes, nos damos cuenta de que al
presentar a Jesús como el “Cordero de Dios” , Juan lo señala como aquél que
muchas veces, y de muchas maneras, ha sido profetizado, prefigurado y anunciado
en el A. Testamento... Éste es entonces, Jesús, el Verdadero Cordero “que quita el
pecado del mundo”.
“El pecado” : no en plural, sino un solo pecado , tomando a todos los pecados
de todos los hombres de todos los tiempos como una única realidad: todos los
pecados concentrados en uno . Así, Jesús es presentado como Cordero ofrecido
para borrar todo pecado ; y como el único que tiene poder de restaurar al hombre
dañado y herido por ese pecado, he incapaz de levantarse así mismo... “Éste es el
que ha de bautizar con el Espíritu Santo”. Toda el agua del mundo, por sí
misma, no podría borrar los pecados de los hombres. Pero el Bautismo que viene de
Cristo infunde al hombre, por el agua, el Espíritu Santo con el cual el hombre no
sólo queda libre del pecado, sino que además tiene en su corazón la misma vida
de Dios.
+ En todas las Misas, en el momento culminante, apenas antes de comulgar, el
sacerdote fracciona, parte la Hostia que se utilizará para la Comunión; y cantamos:
“Cordero de Dios, que quitas el pecado de mundo ¡Ten piedad de
nosotros!” Y así, entroncamos con la Historia de la Salvación: con el A.
Testamento que prefiguró y preparó la llegada del Cordero de Dios, y con el N.T.,
que por boca de Juan señaló su presencia entre los hombres.
También nosotros, como los hombres de todos los tiempos, sentimos la
necesidad y el deseo de librarnos de las ataduras de nuestras culpas ; de ser
curados de todas las llagas que producen en nosotros nuestros pecados, vicios y
malas costumbres , y el impacto que ellos producen en los demás; sentimos la
urgencia y la necesidad de hacer un mundo mejor , que no se apoye sobre
estructuras de pecado e injusticia que quizás otros han puesto, pero nosotros
seguimos manteniendo porque “el mundo es así”, “porque no nos queda otra”,
“porque esto lo decidieron los de arriba”, etc.
Sin embargo, frente a estos desafíos, también experimentamos nuestra
incapacidad: no tenemos fuerzas, somos débiles, y también nosotros estamos
marcados por nuestros pecados; nos sabemos indignos de presentarnos ante Dios
para disculparnos... y luego volver a hacer lo mismo; no somos capaces de ofrecer
un solo acto que sea perfectamente bueno como para borrar todo el mal que la
humanidad y nosotros mismos hemos hecho...
+ Por eso, cuando el sacerdote nos muestra a Cristo, y nos dice: “Éste es el
Cordero de Dios” , nosotros lo miramos llenos de santa confianza, porque
sabemos que Él vino por nosotros: “pues el Hijo del hombre ha venido a salvar
lo que estaba perdido...” la mayoría de sus contemporáneos lo conocía
justamente por esta entrañable actitud misericordiosa, que les parece “flojera” a los
escribas y fariseos, que murmuran: “éste recibe a los pecadores y come con
ellos...” No tenemos derecho a perder la Esperanza frente a tanto amor. Y
siempre esperaremos recibir las gracias necesarias para seguir creciendo en el
amor, para ser santos, sabiendo que vienen de Cristo, y por lo tanto nos sanan con
Su Paz y Su alegría.
No pocas veces los sacerdotes escuchamos este lamento generalizado en la
confesión: “¡siempre vuelvo a cometer los mismos pecados!”... Y Cristo siempre
vuelve a darte , con su perdón, la oportunidad y la fuerza para volver a
empezar... cada día... Por eso es tan valiosa y tan hermosa la Confesión; y por
eso no debemos descuidar sus partes: Examen de conciencia; dolor de los pecados;
propósito de enmendarnos... Este sacramento rompe las ataduras con que el
demonio intenta sujetarnos para que no seamos libres en Cristo. Por eso, sólo los
que aman la libertad desean reconciliarse...
+ También en esta Misa (como en todas) invocaremos al Cordero de Dios, antes
de la Comunión. Él quita el pecado del mundo, de todo el mundo y de “nuestro
mundo” y nos da su vida divina, para que nos comprometamos a deshacer, en
nuestra propia vida y en el mundo, las consecuencias del pecado, y a vivir en la
libertad gloriosa de los hijos de Dios.
Amén.