Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
El sarcasmo de Lázaro
“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y
un pobre llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo
que tiraban de la mesa del rico” (Lc 16,19). Esta parábola nos interpela a nivel social y mundial.
A nivel mundial, porque el contraste entre los países ricos del norte y los pobres del sur, es tan
escandaloso como la opulencia del rico Epulón y el miserable Lázaro. Dos bloques en desigualdad de
condiciones que no aciertan a encontrar el camino del desarrollo humano, social y económico. El Papa
Juan Pablo II, en 1995 ante la ONU, nos lanzó el desafío de educarnos en la cultura de la libertad como
condición para alcanzar la paz y el desarrollo de los pueblos. Tremendos crímenes se cometieron en
nombre de doctrinas nefastas, que predicaban la “inferioridad” de algunas naciones y culturas. El G8, el
G20 y los países emergentes deben tomar conciencia de que formamos una gran familia de naciones y
en sus manos está el facilitar políticas que ayuden a los países en vías de desarrollo. Joseph Stiglitz,
premio Nobel de economía en el 2001, dijo que el 1% de la población mundial posee más que el 99%
restante.
A nivel social se produce el mismo contraste, colonias de lujo perfectamente amuralladas a muy corta
distancia de los tugurios donde los Lázaros se matan por subsistir. Los primeros ganan cuantiosas cifras
de dinero, mientras que los otros apenas si consiguen lo mínimo para comer.
Desde el marco de la vida social, política y económica que estamos viviendo en nuestro país, cuántas
veces nos preguntamos sobre el camino que debemos seguir para ayudar de modo eficaz al desarrollo de
la nación a fin de que haya un verdadero progreso entendido como desarrollo integral de la persona. No
se trata solamente de darle de comer a los pobres y satisfacer sus necesidades básicas como si límite
estuviera en llenarles el estómago. ¿Acaso sólo existe la pobreza material? Hay mucho más que hacer,
¿Quién se preocupa de la pobreza del corazón? La de todas aquellas personas que no son amadas por
nadie y que viven solas en el mundo. También está la pobreza del alma, la de aquellos que no tienen fe o
que la han perdido. Pienso también en la pobreza de la inteligencia, la de aquellos que viven sumergidos
en la ignorancia, que es otra forma de subdesarrollo. Estamos muy lejos del auténtico humanismo.
Jesús no está condenando la riqueza, sino el egoísmo, la inconsciencia, la falta de compromiso social, la
indiferencia. Dios dispuso sobradamente de recursos para que todos vivan bien. La avaricia, la
demagogia, el miedo a que los países pobres emerjan, es lo que provoca el subdesarrollo de los pueblos.
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