XXVI Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Viernes
Lecturas bíblicas
a.- Bar. 1, 15-22: Pecamos contra el Señor no haciendo caso.
b.- Lc. 10, 13-16: Quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.
Este breve pasaje del evangelio, es una clara condena contra Corazaim y de
Betsaida, a la que se agrega Cafarnaúm, lugares donde Jesús había realizado una
intensa actividad, donde los milagros manifestaban su poder divino. Su centro era
ahora precisamente Cafarnún, por eso se le pueden aplicar las palabras del profeta
dirigidas al rey de Babilonia: “Tú, que decías en tu corazón: Subiré a los cielos; en
lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono; me instalaré en el monte
santo, en las profundidades del aquilón. Subiré sobre la cumbre de las nubes y seré
igual al Altísimo. Pues bien, al sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo”
(Is.14, 13-15). A ella la consideraba su ciudad, y como a las otras ciudades les
ofreció la salvación, poder y gloria, las exaltó para darles participación en el reino
de Dios. Los milagros obrados en ellas estaban destinados para reflexionar,
reconocer la voluntad de Dios, disponerlos a la conversión. Pero ninguna de ellas
cumplió con la oferta de salvación que Dios les hacía, de ahí la amenaza de Jesús
con el Juicio final. A mayor gracia que se les había manifestado, tanto más se les ha
de pedir en el Juicio final. Si Tiro y Sidón, ciudades paganas hubiesen sido visitadas
por Dios, habrían hecho penitencia, cubiertos de sacos y ceniza. Como Dios sabe
que otros hubieran aprovechado mejor la gracia que ahora se les ofrece a estas
ciudades, Corazín y Betsaida, a unas juzgará con suavidad, en cambio, a otras con
mayor severidad. El castigo a estas ciudades galileas, es la medida de lo que
sucederá en el futuro a otras ciudades que rechacen a Jesús en sus enviados. Lo
que pudo ser motivo de salvación, se convierte en sentencia de condena, porque no
se prestó atención a la conversión que exige el evangelio. Es la última llamada de
conversión al corazón de hombre, son los últimos tiempos, los del Mesías. «Quien a
vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me
rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.» (v. 16). El
enviado es como el que envía; en cada enviado viene Jesús y en ÉL Dios Padre. Sus
palabras son el evangelio de Jesús y esas palabras las pronuncia Dios. Quien las
acepta o rechaza, acepta o rechaza a Jesús y la palabra de Dios (cfr. Jn.5, 23).
Entre Dios y los enviados está Jesús, como el único Mediador, para ejercer esta
mediación se sirve de sus enviados; los hombres son conducidos a Dios por medio
de hombres. Pablo fue enviado a Ananías y sabrá lo que ha de hacer (cfr. Hch. 9,
6). Los mensajeros son servidores de la palabra anunciada. Entre oír y no hacerlo,
no se puede permanecer en forma indiferente; quien no está a favor de Jesús está
contra ÉL. Quien no acepta la palabra de Jesús, no la acepta, ni cumple, en el fondo
la desprecia. Sólo la conversión nos puede salvar y ella nos viene por Jesucristo.
Teresa de Jesús, tenía buena conciencia de saber que todo venía de la mano de
Dios para su vida, sobre todo después de su famosa conversión. “No había fuerzas
en mi alma para salvarse, si su Majestad con tantas fuerzas no se las pusiera” (V
18,5).