Ciclo C: XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas
“De ricos y pobres” viene a ser el otro título de la parábola de “el rico epulón”, que
nos cuenta Jesús (Lc 16, 19-31). De ricos y pobres, no porque nos presente su
ideario sobre los ricos y los pobres o sobre la riqueza y la pobreza, ni menos porque
condene a unos y alabe a otros o enfrente a pobres y ricos en una anacrónica lucha
de clases. Sino porque, en su estilo parabólico, quiere insistir una vez más en la
malicia que encierra la riqueza (como el poder) y en la bondad que encierra la
pobreza (como la humildad). Con las consiguientes consecuencias sociales y
religiosas, que pueden derivarse y casi siempre se derivan en quienes son ricos y
quienes son pobres.
Llama la atención ver cómo Jesús carga las tintas al describir a los dos personajes:
al rico, a quien llama “tragón” (epulón en griego) y al Lázaro, a quien presenta
como un pobrecillo. Sin duda para acentuar su enseñanza de que los pobres de
espíritu, los anawin como Lázaro, responden y corresponden mejor al Plan de Dios
que los ricos como el epulón. En el caso de la parábola, Jesús no llama hombre
malo al rico sino epulón (que en latín quiere decir “hombre rico”). ¿Será aquel rico
labrador de Lucas (12, 13-21), que se ha dedicado a comer, a beber y a pasarlo
bien? Tampoco llama hombre bueno al pobre sino Lázaro, que en hebreo significa
“Dios ayuda”. El final del relato nos hace ver que el epulón no ignora sino que
conoce muy bien a Lázaro, pero no basta. No basta el fácil expediente dar una
limosna al pobre, como sin duda la da el epulón a Lázaro, para sentirse en paz con
Dios, consigo mismo y con los demás. Dios quiere que los ricos den a la riqueza una
función social, como decimos hoy. Lo que difícilmente hacen.
La gran lección de la parábola está en hacernos ver que de por sí -y más allá del
mal uso que podamos hacer de ellas- , la riqueza tiende a separar de Dios mientras
la pobreza acerca a Él. “Un hombre con abundancia de bienes materiales corre el
gran peligro de hacerse avaro, acaparador y opresor, así como de aislarse de la
vida y de su sentido, y de creer que los pobres tienen que estar siempre pobres y
echados fuera de su puerta y de su pensamiento”. Es el caso del epulón. La
pobreza, por el contrario, tiende a acercar a Dios. Es el caso de Lázaro. “A pesar de
su pobreza, de sus sufrimientos físicos y de su abyección, tanto que hasta los
mismos perros (animales impuros) le lamían sus úlceras, no muestra ningún
resentimiento, odio o desesperación, sino que se siente un “pobre de Yaveh” (Mt 5,
3-12)”.
A los fariseos no les gusta lo que Jesús dice de la riqueza y del “sucio dinero”, como
Él lo llama, y de que tengan que gastarlo en hacerse de amigos (Lc 16, 9-12), lo
que hoy llamamos su función social. Hasta se ríen de Él (Lc 16,14). Pero a Jesús le
gusta aún menos que se dejen atrapar por Mamonn (nombre e imagen que
personifica las riquezas y el dinero) y que terminen adorándolo: no se puede servir
a Dios y a Mammon. (Lc 16,13). Estamos advertidos para que no soñemos con
grandes riquezas sino con tener lo suficiente para vivir con dignidad, como decía y
hacía S. Pablo (1 Tim 6, 8)
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)