XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Hab. 1, 2-3; 2,2-4: El justo vivirá por su fe.
La primera lectura, es un grito desesperado de quien experimenta el mal humano
por todos lados, cuando no se acepta la fe como principio para ver la realidad desde
otra perspectiva, comenzando por dar sentido a ese dolor. El profeta ha escuchado
a Yahvé, que usará a los caldeos como azote de su justicia (cfr. Hab. 1, 5-11), pero
él critica las acciones que pretende realizar: si es un Dios santo ¿cómo puede
castigar a su pueblo, por medio de naciones paganas? ¿Hasta dónde llega la malicia
humana? Este invasor y agresor se asemeja a un pecador que coge los pueblos
como si fueran peces, los engaña por medio de espléndidas liturgias de sacrificios y
quema de incienso, sometiéndole a tributos y exigencias. Y Yahvé contempla en
silencio el espectáculo, mientras matan y vacían su red, a su pueblo, el profeta reta
a Dios que pronuncie su respuesta, cual vigía y centinela, permanecerá en pie hasta
que Yahvé responda. Germina la auténtica oración, en esas circunstancias tan
difíciles, de quien está a la escucha del Dios vivo, de su palabra eficaz. Y Yahvé
respondió y mandó escribir su palabra. La justicia llegará en su momento, es decir,
paciencia, Dios no tiene prisa, porque mientras el injusto hace de las suyas, se
hincha, pero lo suyo es viento y vacío. En cambio, el justo vivirá por la fe, vivirá por
su plena confianza en Yahvé y la observancia fiel de sus mandamientos. Este pasaje
le servirá a S. Pablo para explicar la justificación a partir de la fe en Cristo Jesús
(cfr. Rm. 1, 16-17).
b.- 2Tim 1,6-8.13-14: No tengáis miedo de dar la cara por Jesús.
San Pablo exhorta a Timoteo a revivir el carisma que ha recibido por la imposición
de manos, don de fortaleza, de caridad y templanza (v.7), en un ambiente de
persecución que existe en la comunidad que preside. Él debe ser un dirigente
responsable, no tímido, sino un cristiano firme en su fe. No debe avergonzarse del
testimonio que debe dar de Cristo Jesús y tampoco de Pablo, que está en la cárcel,
su predicación no le traerá aplausos, al contrario, las autoridades romanas lo ven
como un acto de subversión contra el poder establecido. Le recomienda que guarde
el depósito de la fe, que se le ha encomendado, es decir, la fe en Cristo resucitado
y que el Espíritu Santo revive en su vida y ministerio.
c.- Lc. 17, 3-10: Si tuvierais fe, como un grano de mostaza.
El evangelio encontramos tres temas: vivir el perdón con el hermano (vv.3-4),
tener fe (vv.5-6), y servir a Dios y al prójimo con humildad (vv.7-10). La idea de
perdonar el daño que nos hacen y la corrección fraterna, se entienden mejor, si se
considera los versículos anteriores (cfr. Lc.17, 1-3), que nos hablan del escándalo
causado a los pequeños, representados por los débiles, pobres y personas poco
instruidas. No hacer daño y perdonar el mal que nos hacen es básico, al considerar
la enseñanza de Jesús. Si pensamos en la comunidad eclesial, formada sólo por los
fuertes y justos, desconocemos la preferencia de Jesús por los pequeños, los
débiles, y su lugar en la Iglesia. De ahí que el que es causa de escándalo al
pequeño, perturba su fe y lo hace caer, comete un grave pecado, porque puede ser
causa de perdición para el débil. Jesús encontró en su camino a prostitutas,
publícanos, pecadores, leprosos, enfermos, etc., les dio lo que necesitaban,
manifestando así la llegada del reino de Dios entre ellos preferentemente. En la
comunidad eclesial hay que mantener y restablecer la paz continuamente: los
discípulos es una comunidad de hermanos. Esta denominación designaba a los
compatriotas y correligionarios judíos, lo que pasó a los cristianos. Hay que tener
solicitud por la santificación del hermano de comunidad. El pecado de uno de ellos
contra otro, es motivo de preocupación, está en juego su salvación. Lo primero
habrá que reprenderlo, de lo contrario, no preocuparse, hace culpable al
responsable (cfr. Lev.19, 17). Si hay arrepentimiento y se corrige, se le perdona.
Habrá santidad en la comunidad cuando un hermano perdona de corazón a otro
hermano, a pesar de las recaídas, siempre que haga falta, sin límite alguno (cfr.
Lc.11,4). Perdonado también por Dios, la comunidad se convierte en pueblo santo
de Dios. Arrepentimiento y conversión son fundamentales. “Auméntanos la fe”
(v.5). La respuesta de Jesús, en este segundo momento, es la confianza que
debemos tener a la hora de creer: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza…”
(v. 6). La fe es fuerte, porque nace en Dios y vuelve a ÉL, como respuesta de
comunión por medio de Jesús; quien posee la fe ha traspasado toda su existencia al
espacio de Dios, la tienda donde sólo mora Dios, para estar al servicio de los
hombres. Su sustento le viene de Dios, pues es el amor, es el que abre caminos de
esperanza y hunde sus raíces en la cruz de Cristo, de donde germina la vida de
resucitados. Los apóstoles, esperan de Jesús la fuerza para cumplir lo que les pide:
Él es poderoso en obras y palabras. El don salvífico es la fe, con ella se domina lo
más difícil, a ella se ha prometido la salvación. El sicomoro se trasladaría al mar, si
se le mandara con una palabra dicha con mínima fe y confianza en Dios (v.6); Dios
da fuerza divina para cumplir lo que pide Jesús, si cree firmemente que con ÉL se
ha inaugurado el reino del reino de Dios y pone su confianza en lo que Él anuncia.
Quien reconoce su pobreza y pequeñez, mediante una confianza en la salvación
traída por Jesús, la fuerza divina potencia su vida, desde ahora nueva. En ese
cristiano Dios se glorifica. Finalmente, el verdadero cristiano, ha descubierto que
Dios es el Señor que mejor paga los servicios que se le hacen; el siervo ha
descubierto también, que es bueno hacer lo que su Señor le pide. De esta forma al
final de la jornada no pide nada: ha hecho cuanto debía hacer, él le debe todo a
Dios. Esta actitud requiere del cristiano una gran amistad divina, una confianza
estable en el sentido de hacer lo que pide Dios, sólo porque se le ama, no se piensa
en castigo o recompensa. Desde el momento que sabemos que Dios es nuestro
mejor Señor, porque se preocupa de nosotros siempre, su presencia nos envuelve,
une y transforma. Pobres siervos, sí, pero de un Dios que nos quiere como a nadie,
seguros siempre de su amor y protección. De esta forma escapamos de una
concepción mercantilista de la fe, de la ley, del mérito y del premio (cfr. Lc.5,11;
Mt.19,27; 20,1-16); hacemos lo bueno, su voluntad por amor a ÉL (cfr. 1 Cor.9,16;
Rm.15,1-2), y no por lo que nos pueda dar.
Teresa de Jesús nos anima a vivir una fe dinámica y eclesial. “¡Oh Jesús mío!, ¡qué
es ver un alma que ha llegado aquí, caída en un pecado, cuando Vos por vuestra
misericordia la tornáis a dar la mano y la levantáis! ¡Cómo conoce la multitud de
vuestras grandezas y misericordias y su miseria!... el acudir a los Sacramentos; la
fe viva que aquí le queda de ver la virtud que Dios en ello puso; el alabaros porque
dejasteis tal medicina y ungüento para nuestras llagas, que no las sobresanan, sino
que del todo las quitan. Espántase de esto. ¿Y quién, Señor de mi alma, no se ha
de espantar de misericordia tan grande y merced tan crecida, a traición tan fea y
abominable?; que no sé cómo no se me parte el corazón cuando esto escribo,
porque soy ruin” (V 19,5).