XXVII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Jueves
Lecturas bíblicas
a.- Mal. 3,13-4,2: Mirad que llega el día, ardiente como un horno.
b.- Lc. 11, 5-13: Pedid y se os dará.
El evangelio tiene dos momentos: la parábola del amigo inoportuno que pide tres
panes (vv.5-8), y el tema de la eficacia de la oración (vv. 9-13). El símil que pone
Jesús para exhortar a la perseverancia en la oración supone comprender mucho de
la cultura de aquel tiempo: la mujer hace el pan cada día, muy temprano, tres
panes es la comida de una persona, al no haber panaderías, se sabía quién podía
tener pan de repuesto. Al que llaman amigo, no responde de la misma manera a su
amigo. Levantarse de noche, despertar a la familia, ya que la casa poseía una sola
habitación, sacar la tranca, los niños dormían con los padres, etc. El no puedo,
levantarme, significa no quiero, por todo lo que significaba hacer para pasarle los
panes (v.8). Ahora Jesús insiste, si no lo hace porque es su amigo, lo hará por la
insistencia del otro, su inoportunidad. No será por ser su amigo, sino por amor al
descanso nocturno, que finalmente le pasará los tres panes. Así actúan los
hombres, pero y Dios, ¿cómo obra? Si el hombre discurre cómo se comporta con
Dios, descubrirá, cómo actuará con él. Dios obra como este amigo en el sentido,
que al final, dará lo que se le pide en oración por su perseverancia. Se nos ha
prometido que la oración continua siempre será escuchada, aunque la experiencia
nos habla que una cosa es ser oída y otra atendida, es decir, cumplida. El discípulo
apela a la bondad de Dios, la cual, da no sólo lo que pide, sino cuanto necesite.
Esta fue la actitud de Jesús con la cananea y con el ciego de nacimiento (cfr. Mt.
15, 21; 18, 33). En un segundo momento, Jesús nos enseña a confiar en el poder
de la oración sobre el corazón de Dios. Dios escucha siempre la oración. Al que ora,
pide y recibe, quien busca, encuentra, y a quien llama se le abre (vv.9-10). El
discípulo ora desde su condición de pobre; caminante, sin hogar, encuentra en la
oración el camino hacia Dios. La predicación de Jesús centrada en el reino de Dios,
es la fuente de todo bien para el creyente, colma todas sus ansias. La confesión de
la propia pobreza en la oración, es requisito imprescindible, para ingresar en el
Reino de Dios. No se detiene el evangelista en señalar qué pide, qué busca y dónde
llama, porque quiere resaltar la actitud de pedir, buscar y llamar. Quien adopta esta
actitud tiene la certeza que haya lo que pide, encuentra lo que busca y lo que desea
cuando llama. La oración para el hombre en clave de conversión, acepta su
necesidad, lo dispone a poner su esperanza en Dios. La oración confiada transforma
al hombre, convierte su pequeñez, acrecienta su esperanza de verse favorecido con
lo que necesita. El padre responde con cosas buenas a los ruegos de su hijo. Si los
hombres que son malos, logran ser bondadosos con lo que solicitan sus hijos,
cuánto más Dios, que también es Padre, dará el Espíritu Santo a quienes se lo
piden. El padre no se burla de su pequeño hijo, que todavía no sabe distinguir bien
entre el pan y la piedra, un pecado y una serpiente, un escorpión y un huevo
(vv.11-12). Lo que Dios Padre hoy concede a quien se lo pide es el Espíritu Santo,
es decir, por medio de ÉL actúa Jesús. Toma a los apóstoles y discípulos y lo
conduce hacia lo que deben ser, en su pensar y obrar. A nosotros que vivimos
entre las dos venidas de Jesús, se nos da el Espíritu Santo; don salvífico a la Iglesia
y a cada uno de sus miembros (cfr. Mt.7, 11). Vemos entonces que se establece un
nexo importante entre oración al Padre y el Espíritu Santo, predicación de Jesús
sobre el Reino de Dios. Es Padre para todos sus hijos, para los que oran; pero en
este tiempo de salvación, lleva la impronta del Espíritu Santo. Jesucristo es el
Ungido del Espíritu, y que dona como Resucitado a los apóstoles, a la Iglesia. La
oración está sostenida por el Espíritu Santo, de la cual es maestro, y como diálogo
con Dios, crea espacios de confianza en el Padre. Es el Espíritu quien nos enseña a
orar, según el querer del Padre (cfr. Rom. 8, 26-27).
Saber acertar en lo que se ha de pedir, enseña Teresa de Jesús, está el secreto de
la eficacia de la oraci￳n. “Los que en esto no han probado, no me maravillo quieran
seguridad de algún interés. Pues ya sabéis que es ciento por uno, aun en esta vida,
y que dice el Se￱or: “Pedid y daros han” (Mt. 7, 7). Si no creéis a Su Majestad en la
partes de su Evangelio que asegura esto, poco aprovecha, hermanas, que me
quiebre yo la cabeza a decirlo. Todavía digo, que a quien tuviere alguna duda, que
poco se pierde en probarlo; que eso tiene bueno este viaje, que se da más de lo
que se pide ni acertaremos a desear. Esto es sin falta, yo lo sé; y a las de vosotras
que lo sabéis por experiencia, por la bondad de Dios, puedo presentar por testigos”
(CV 23,6).