Ciclo C: XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas
A dos meses escasos del término del Año de la Fe, es un buen regalo el Evangelio
de hoy con los apóstoles pidiéndole al Señor que les dé más fe (Lc 17, 1-4). Ante
las propuestas de Jesús y las exigencias de su apostolado, sienten de repente que
va a faltarles fe (ya les falta fe), que van a necesitar de más fe (ya la necesitan). Y
se la piden a Jesús: “auméntanos la fe”, le dicen. Siento que me falta fe, que
necesito más fe…, es lo que dicen muchos cuando se dan cuenta de que ya no
rezan como antes, que sin razón ninguna faltan a la misa los domingos, que critican
más que antes, que se despreocupan de sus deberes… Es lo que también les pasó a
los apóstoles, según nos cuenta el evangelio. Al respecto siempre me he
preguntado qué idea tenían de la fe los apóstoles cuando le pidieron a Jesús que se
la aumentase.
Uno tiene la impresión de que para los apóstoles la fe era algo así como un poder
divino automanejable, como la varita mágica con la que podrían hacer y conseguir
las cosas buenas más increíbles y librarse de las malas. Pero la fe, viene a decirles
Jesús, no es eso ni es una cosa que aumente en gramos y/o centímetros, no es
nada que tenga peso y/o tamaño. La fe es un puro don de Dios, una gracia muy
especial, que cabe en… un granito de mostaza, es decir, que para desempeñar
cualquier cargo, incluido el de apóstoles, para enfrentar cualquier situación, basta
con un poquito de fe, siempre que esta sea viva, capaz de crecer y de multiplicarse
(Mt 13, 31-32). Nosotros decimos que quien tiene fe viva “ve lo invisible”, “espera
contra toda esperanza”, “hace y logra lo imposible”, “tiene motivos que ni el
corazón ni la razón entienden”.
Para Jesús, aunque sólo tuviéramos como “un granito de mostaza de fe viva”,
podríamos hacer milagros (Mc 11,22; Lc 17,6). También el milagro de superar
cerros de dificultades o dificultades tan grandes como cerros y el milagro de
desenraizarse de los vicios como un sicomoro de su hábitat. Pero la fe tiene que ser
viva y lo será si produce obras, pues la fe sin obras es muerta. Sólo por las obras la
fe llega a la madurez (Sant, 2, 14-26). Por lo tanto, ¿quieres que tu fe aumente?
Haz obras buenas. No importa que no sientas nada o que estés pasando la noche
oscura del alma, haz lo bueno que tienes que hacer: tus oraciones, la misa
dominical, la reunión de tu comunidad, el ir a trabajar, el compartir con los tuyos,
etc. La fe es una virtud teologal y, como todas las virtudes, madura a fuerza de
repetir actos, de hacer buenas obras.
Entra aquí la breve parábola de la última parte del evangelio de hoy (Lc 17, 7-10),
que en esencia viene a decirnos que somos de Dios y que le pertenecemos, con
mucha mayor razón y fuerza que lo que un ser humano puede pertenecer a otro. Es
bueno recordarlo en estos tiempos de negación de Dios. Yo lo traigo aquí, más
bien, en el contexto de lo que vengo diciendo: que la fe aumenta y madura
haciendo obras buenas. Pero, atención sobre todo, a estas dos cosas que nos
enseña la parábola: una, que la justificación viene por la misericordia de Dios y no
por nuestras buenas obras. Y dos, que después de haber hecho cuanto teníamos
que hacer, no pidamos nada a cambio sino que nos consideremos simples
servidores de Dios. Seguros de que Él sabrá recompensarnos con creces.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)