XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Fidelidad, gratuidad y responsabilidad
El año de la fe que se está celebrando en la Iglesia católica nos brinda la
oportunidad para reflexionar sobre diversos aspectos de la fe. Siguiendo el
planteamiento de las lecturas bíblicas de este domingo se pueden abordar varias
facetas de la fe: la fidelidad, la gratuidad y la responsabilidad. El mensaje bíblico
principal revela que la fidelidad del justo conduce a la vida. Pero el contexto
mundial de esta semana sigue hablando de muerte y no de vida. También en esta
semana podemos constatar desgracias, violencias y catástrofes de todo tipo, como
en la época de Habacuc. El Papa Francisco ha interpelado al mundo entero esta
semana al sentir vergüenza por las recientes víctimas de Lampedusa ¿Quién es
responsable de ellas? En España ha ocurrido algo sobrecogedor: un joven ha
muerto desnutrido tras ser dado de alta en un centro médico… pesaba unos treinta
kilos. En nuestro planeta, aunque no se recuerde mucho, siguen muriendo de
hambre cada día veintidos mil ni￱os… La fe nos interpela para que seamos fieles y
responsables.
La profecía de Habacuc gira en torno a una expresión formidable de la revelación
divina: “El justo vivirá por su fe” (Hab 2,4), que constituye la clave de
interpretación de todo su mensaje y cuya resonancia ha sido múltiple en textos
capitales del Nuevo Testamento (Rm 1,17; Gal 3,11; Heb 10,38). En la historia del
Antiguo Testamento, cuando el pequeño pueblo de Dios experimenta la doble
injusticia de estar sometido a imperios extranjeros, primero el asirio y después el
babilónico, y al trasiego interno de gobernantes no menos injustos, la voz de
Habacuc se pregunta por el sentido de las desgracias, la violencia, las catástrofes y
las luchas. Parecería como que Dios no existiera en una situación tan crítica. Sin
embargo, la visión del profeta mira en profundidad la historia y, más allá de las
apariencias, anuncia que el malvado sucumbirá, pero que el justo vivirá por su
fidelidad. La palabra clave para identificar al justo es la fe entendida como fidelidad,
es decir, como permanencia en la confianza en Dios, más allá de todas las
circunstancias y situaciones de crisis. Tanto el término hebreo originario (emunah)
como el griego correspondiente (pistis) expresan la fe y la fidelidad. La una hace
posible la otra. Además esta palabra expresa también la fidelidad de Dios al
hombre. Por eso la correspondencia de ambas permite experimentar la salvación,
no sólo en el más allá, sino también en el aquí y ahora de nuestra historia.
Teniendo en cuenta todos los matices y variantes de los textos bíblicos antes
citados podemos entender la fe como una respuesta a la fidelidad salvadora y
rehabilitadora de Dios, de modo que la fe abarca el carácter de don y de respuesta,
de gracia y de libertad. Es al mismo tiempo fe humana y fidelidad divina. Lo
formuló brillantemente K. Barth en su comentario a la Carta a los Romanos cuando
decía: “Donde la fidelidad de Dios encuentra la fe del hombre allí se revela la
justicia de Dios. Entonces el justo vivirá”. Por tanto, desde la perspectiva humana,
la fidelidad es fe y confianza en Dios.
En el evangelio de Lucas los apóstoles pedían al Señor Jesús el incremento de su fe,
pero Jesús no da una respuesta que implique un aumento cuantitativo sino que
remite a los discípulos a la calidad y autenticidad de la fe, indicándoles qué clase de
fe es la que se requiere en la vida cristiana, y, al compararla con un grano de
mostaza y con la capacidad de arrancar de raíz, mediante la palabra, una morera y
plantarla en el mar (Lc 17,5-10), se revela todo el dinamismo y la fuerza de la
misma fe. Por pequeña y paradójica que parezca, la fe es confianza en Dios y
fidelidad a la misma. La fe es confianza plena en Dios y en el reconocimiento de su
señorío y soberanía sobre todas las cosas y sobre la historia.
Este tipo de fe supone el reconocimiento de la condición de criatura ante la
grandeza de su Señor y se muestra en la fidelidad permanente mediante el
cumplimiento del deber personal con responsabilidad y con humildad. La fidelidad al
Señor implica considerar la vida siempre como un servicio a Dios y la perseverancia
en el cumplimiento del encargo que Dios nos encomienda a cada uno, de modo que
tras la misi￳n cumplida podamos decir con toda humildad: “meros siervos somos,
hemos hecho lo que debíamos hacer”.
Podemos reflexionar acerca de dos tipos de actitudes fundamentales que pueden
marcar nuestra vida y nuestra relación con Dios y con toda persona. Son dos tipos
de lógica: la lógica de la gratuidad en el ejercicio de la responsabilidad y la lógica
del interés personal o provecho particular. La lógica de la gratuidad sitúa a la
persona en el ámbito de la gracia y posibilita percibir la vida, las personas, las
cosas, las relaciones humanas, los quehaceres ordinarios y los acontecimientos de
la historia como algo que viene dado. La vida viene dada. Ninguno de nosotros ha
elegido nacer. Por eso la vida es un regalo. Para los creyentes, este grandisímo don
viene de Señor Dios, y para los no creyentes que viven esta misma actitud, aunque
no haya un Otro de referencia como sujeto de este don, sin embargo pueden
experimentar el regalo sin determinar en último término su origen. Otra actitud
muy diferente ante la vida es la que se basa sólo en la obtención del beneficio
propio por encima de cualquier consideración. En esa perspectiva se sitúa la
reivindicación permanente y progresiva de beneficios que se conciben
inmediatamente como derechos exigibles a los demás respecto a uno mismo.
El Evangelio presenta la excelencia de la gratuidad en todo tipo de comportamiento
por encima de cualquier interés particular en las relaciones. El discurso del
Evangelio se mueve en la lógica relacional, de encuentro personal, bajo la clave de
la gratuidad, incluso cuando se trate, como en el caso del texto dominical de hoy,
de las relaciones entre un siervo y su señor. Esta lógica reconoce la identidad del
otro, acepta la responsabilidad que se deriva de la relación humana y posibilita el
desarrollo de la misma mediante la superación de la lógica de lo debido y exigible
para hacer prevalecer la lógica del don y del servicio gratuito, sin esperar nada a
cambio. En otro lugar del Evangelio de Lucas es el Señor el que rompe los límites
de lo estipulado y se convierte en servidor de los siervos (cf. Lc 12,37). Pero este
comportamiento servicial del Señor no se puede reclamar nunca, no es un derecho
de nadie, sino la máxima expresión de su amor gratuito. Jesús llevará a sus últimas
consecuencias esta lección cuando en la última cena, tras la institución de la
Eucaristía y dispuesto ya para la entrega hasta la cruz, dice a los discípulos: “yo
estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).
Este dinamismo de la gracia, de la gratuidad, de la fidelidad y de la responsabilidad
es el Espíritu que Pablo quiere avivar en Timoteo para que sea verdaderamente
testigo del Evangelio con fortaleza, con amor y con sensibilidad, y guardar así el
espléndido tesoro de la fe (2 Tim 1,6-8.13-14). Pablo exhorta a través de esta
carta, particularmente a los más responsables en la Iglesia, a tener un espíritu, no
cobarde, sino de energía y de audacia, sin ningún temor a dar la cara por el
Evangelio. Pidamos también nosotros la ayuda del Espíritu para que seamos
verdaderos siervos de Dios, justos en la fidelidad a Dios y muy responsables ante
los desafíos de las crisis del tiempo presente.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura