CICLO C
TIEMPO DE CUARESMA
III DOMINGO
Seguimos avanzando en el camino cuaresmal. Camino pascual hacia la muerte y
resurrección de Cristo. Entrenamiento intensivo para la carrera de toda nuestra vida
hasta que lleguemos a la Pascua que no acaba.
En él se nos invita a contemplar el misterio de la cruz: para asemejarnos a Cristo,
que nos amó hasta el extremo y para realizar una conversión sincera en nuestra
vida: corrigiendo nuestra forma de ser y de actuar; nuestros juicios, criterios,
sentimientos y actitudes y nuestro comportamiento exterior. “Convertíos –dice el
Señor- porque está cerca el Reino de los Cielos”, cantamos hoy en la antífona
anterior al Evangelio.
La conversión es ante todo un cambio positivo. Para pensar y vivir en todo según el
Evangelio y orientar nuestra existencia según la voluntad de Dios; para liberarnos
del egoísmo, y superar el instinto de dominio, abriéndonos al amor de Cristo que
nos transforma. Para seguirle todos los días de modo cada vez auténtico.
Cambiar es dejar lo que está mal y realizar lo bueno; no codiciar el mal (segunda
lectura) y buscar lo que agrada a Dios.
El miedo a que nos pase algo malo no es motivo válido para la conversión y el
cambio de vida. Ni tampoco el miedo al castigo divino. Dios, infinitamente bueno,
no puede querer nuestro mal. Dios no ama el castigo.
Jesús recuerda dos sucesos, que la gente interpretaba como un castigo divino por
los pecados de sus víctimas. Ellos se consideraban justos y, por tanto, a salvo de
esos incidentes. En consecuencia, no tenían que convertirse. El mal no es un
castigo divino. Jesús presenta así la verdadera imagen de Dios. Un Dios, que es
bueno y no puede querer el mal.
El motivo verdadero para cambiar es el amor que Dios nos tiene. Un Dios
infinitamente bueno, paciente y misericordioso. Al que debemos amar sobre todas
las cosas. En la voluntad de Dios está nuestro bien. Lo que Dios quiere de nosotros
es lo mejor para nosotros. Dios no quiere ser temido, quiere ser amado.
Todos debemos cambiar y convertirnos. Pero decimos: yo ni robo ni mato, soy
buena persona. Que nadie se crea seguro (segunda lectura). “El que esté sin
pecado que tire la primera piedra” (Jn 8, 7). Todos tenemos algo que cambiar o
algo que mejorar. Hay ámbitos de nuestra propia vida en los que no ha penetrado
eficazmente la fuerza del Evangelio.
En este camino no estamos solos. Nos acompaña Dios nuestro Padre, rico en
perdón, infinitamente misericordioso, que sólo sabe ser amor y sólo sabe ser Padre.
Es bondad infinita, amor fiel. Al que hemos de responder siempre con amor. “Soy el
que soy”, “yo soy”, dice Dios de sí mismo (primera lectura). Pero esto no significa
que Dios sea un ser estático. Todo lo contrario: significa más bien yo soy el que
está ahí para vosotros y con vosotros, “soy el fiel”.
En la parábola de la higuera aparece de nuevo el mensaje de la misericordia de
nuestro Dios, de infinita paciencia que nos deja tiempo para la conversión y para el
cambio profundo desde la raíz. En la segunda carta de San Pedro podemos leer: “El
Señor tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que
todos lleguen a la conversi￳n” (3, 9). Y a￱ade: “considerad que la paciencia de Dios
es nuestra salvaci￳n” (3, 15).
MARIANO ESTEBAN CARO