Domingo XXVII. Ciclo C
AUMÉNTANOS LA FE.
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com
Los discípulos reclaman a Jesús mas fe, anhelan seguir al Señor con mas certeza, con
mayor seguridad, aun cuando lo acompañan a todas partes no logran entender muchas
cosas. Quien tiene fe ha depositado su esperanza en algo que supera ampliamente su
propia medida, no se deja seducir por la lógica mundana, mucho menos por criterios
reductivistas de vida.
Jesús compara la fe a un grano de mostaza, es tan pequeño e insignificante que nadie
podría dar cuenta del árbol grande y frondoso en que puede convertirse. Así es la fe, una
pequeña gran certeza, así quiso Dios revelársenos, siendo el más grande se hizo el más
pequeño, “tan pequeño como para entrar en un pesebre” (Benedicto XVI, Verbum
Domini)
Quien confía en Dios es capaz de vivir su vida coherentemente, sin dobleces, sin
mezquindades. Podemos aparentar tener una fe profunda, al tiempo que puede ser mera
fachada, apariencia superficial. La verdadera fe es aquella capaz de transformar el
corazón, purificar aquello que debe ser sanado, impulsarnos a la misión cotidiana: la de
ser agentes de cambio de nuestra sociedad, sal y luz en un mundo sin sentido y muchas
veces cubierto de tinieblas.
La fe en Dios es iniciativa suya, nunca una mera actividad humana, pues no se
comienza a creer en Cristo, Dios hecho hombre, a ser cristiano por una decisión ética o
una gran idea, sino por el encuentro con Cristo, con una persona que da un nuevo
horizonte a nuestras vidas, como nos enseña el Papa emérito Benedicto XVI.
“La fe no es ni una alienación ni una estafa, sino un camino concreto de belleza y de
verdad indicado por Jesús, para preparar nuestros ojos para mirar sin gafas “el rostro
maravilloso de Dios”, en el lugar definitivo que nos ha preparada para cada uno. Es una
invitación a no dejarse tomar por el miedo y a vivir la vida como una preparación a ver
mejor, escuchar mejor y amar más”, Papa Francisco.-