Imagen y semejanza
No hay un concepto que influya más en nuestra vida que el de Dios. Bien para
afirmarlo, bien para negarlo. Influye en nuestra personalidad. Alcanzar la madurez, en
última instancia, exige la fe. Madurar es ir creciendo hasta la estatura de Cristo. O sea,
definir nuestra identidad según el paradigma que se nos fijó al principio: Imagen y
semejanza de Dios.
La parábola de Lucas nos regresa a este principio: Según la imagen de Dios que hayas
cultivado en tu interior va a ser la relación que tengas con tu hermano y ésta a su vez, va
a depender de la imagen que te hayas hecho de Ti mismo. El dios cositero y deudor del
fariseo lo lleva a tratar a su hermano como un objeto de desprecio. Y el Dios
misericordioso del publicano, lo sumerge en el abismo de su pobreza.
El lenguaje correcto para relacionarnos con Dios, el Dios de Jesucristo, es el de la
gratuidad. El fariseo es vanidoso, jactancioso. No ora, se alaba. No da gracias, se
remansa en satisfacciones cumplidas. Obliga a su dios a mirarse en su complacencia. El
Publicano sólo pronuncia una palabra, “pecador” y lo hace tan fuerte que en su interior
estalla el eco acogedor de Dios, “Misericordia”.
Pablo se apresura a definir su meta como la plenitud de la fe. Es decir, madurez en
cosecha abundante. No importan los riesgos ni el combate. Lo importante es lo que
templa el espíritu: La humildad, le pequeñez que atrae la mirada generosa de su Señor.
Dios se complace en el pobre como lo plantea el Eclesiástico: Aquel que se ha vaciado
de todo para que tenga cabida la presencia única y valedera de Dios.
Cochabamba 27.10.13
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com