Ciclo C: XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El evangelio del día de hoy (Lc. 17, 5-10) comienza con una petición que hacen los
discípulos a Jesús: “Auméntanos la fe”. Es un ruego legítimo ya que ellos,
influenciados por sus propias resistencias internas que brotaban de la inseguridad
de su propio corazón, y por las repercusiones externas, propias del ambiente donde
vivían, todavía dudaban que Aquel a quien acompañaban pudiera ser el Mesías
prometido, el Hijo de Dios. También nosotros podemos pasar por experiencias
parecidas y, en más de una ocasión, habremos suplicado al Señor que nos dé
fuerzas (fe) para no desfallecer en el camino de la vida.
El Señor, por lo tanto, nos invita a profundizar en su mensaje, a reconocer su
presencia en las cosas ordinarias y extraordinarias de nuestra vida y, así, aceptar la
vida con sus luces y sus sombras con un profundo sentido de alabanza y
agradecimiento. Creer en Cristo y con Cristo es reconocer la presencia y la bondad
de Dios con nosotros, poner en Él la confianza fundamental de nuestra vida y, en
consecuencia, ajustar nuestra voluntad a la suya con una obediencia que no coarta
nuestra libertad sino que es expresión de adoración, reconocimiento y amor.
La fe auténtica, adulta y profunda, se caracteriza por aceptar los designios de Dios
en cualquier momento de nuestra vida tanto cuando sus planes coinciden con los
nuestros como cuando nos vemos en situaciones incomprensibles que nos resulta
difícil de entender.
La fe, que la heredamos desde el bautismo, es dinámica, en un proceso
permanente de purificación y de interiorización con el Señor. Para que sea eficaz
deberá ir acompañada de obras positivas porque “una fe sin obras es una fe
muerta” (St. 2, 26).
La virtud de la humildad está íntimamente relacionada con la fe. La autosuficiencia
humana, la soberbia, el considerar que todo lo podemos conseguir con nuestros
propios medios ciegan el sentido de “dependencia” con Dios que debemos dar a
nuestra vida para que sea la fuerza del Señor quien le dé sentido desde un
ambiente de serenidad de espíritu que nos haga capaces de actuar en armonía con
Él, las personas y el mundo.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)