Ciclo C: XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
Basta un poquito de fe
La profecía de Habacuc provoca la reflexión profunda en torno al exilio y busca
animar al pueblo judío en medio de la difícil situación que vienen atravesando,
infundiendo así esperanza en un tiempo de decepción comunitaria. Se precisa una
especie de tiempo de silencio de parte de Dios ante lo que está sucediendo. El
cuadro dramático de la violencia parece ser el elemento dominante y en todo esto
se corre el riesgo de llegar a negar la intervención divina en favor de su pueblo.
Para el profeta las promesas de Dios siempre han de cumplirse por lo que la
respuesta del Señor en este pasaje es que el pueblo tiene que aprender a confiar.
Por ello, la esperanza lucha contra lo que parece no puede ser posible y, más aún,
exige fidelidad en Dios. Muchos sucumben en la desesperanza, como dice este
texto, pero también hay quienes saben esperar. El final de esta profecía anima a
saber ser fiel, a aprender a confiar en las promesas de Dios, pues él tiene, en
definitiva, la última palabra.
Este fragmento de la segunda carta de Pablo a Timoteo confirma la gracia particular
que se recibe en la elección de los responsables de las comunidades expresada en
el gesto de la imposición de las manos. Esto obliga a un cambio de perspectiva
religiosa, pues se lucha contra el temor, suscitándose así un deseo de
fortalecimiento en la fe y en el amor cristiano. Se exhorta a no dejarse vencer por
la vergüenza y a demostrar el valor inconmensurable del don de la fe recibido, por
lo que es preciso cuidar este patrimonio sagrado que ostentamos, gracias a la
fuerza del Espíritu que habita en nosotros.
El evangelio de Lucas nos propone una nueva comparación y una instrucción
particular a sus apóstoles en el camino hacia Jerusalén. Se introduce el tema de la
fe a iniciativa de los apóstoles, pero la respuesta de Jesús evidencia que ésta no se
mide por la cantidad. La convicción es lo que determina en definitiva de lo que uno
puede ser capaz si tiene fe, como lo ilustra el ejemplo aplicado del sicómoro. A
continuación, el evangelista continúa el razonamiento de lo que quiere llegar a
partir de esta intervención de sus apóstoles. La tarea de los siervos está muy bien
señalada y no puede pretender ocupar el puesto de su amo y mucho menos ser
atendido por él o esperar recibir una gratitud por algo que lo tenía por
encomendado (visto desde las normas propias de la relación amos – patrones). ¿No
será que esta sencilla actitud del “siervo” es la expresión viva de la fe del tamaño
de un grano de mostaza? ¿Con nuestro servicio, tan humilde como podamos verlo,
acaso no podemos ser capaces de lograr cosas sorprendentes?
La fe es un don que recibimos de parte de Dios pues es Él quien toma la iniciativa
de manifestarse al ser humano y por tanto exige de éste, una respuesta firme de
confianza. El camino de la adhesión o la obediencia de la fe no es una simple
confesión de palabra, pues lleva como consecuencia la constante diaria de confiar
en las promesas de Dios. La lectura profética de Habacuc invita a la confrontación
de la fe en momentos límites, cuando ante lo que sucede solo hay silencio de parte
de Dios. ¿Es que el silencio no podemos comprenderlo también como una
manifestación de parte de Dios? La fuerza de la fe nos invita a discernir lo que
consideramos humanamente necesario de algo que de parte de Dios es
inevitablemente conveniente. Por supuesto, todo esto revestido de un halo de
misterio en que solo se nos pide confiar. Esto se convierte en un desafío ante los
hombres, y por esto, la incomprensión y la indiferencia religiosa pueden suscitarse
como elementos para rebatir la fe. ¡Cuántas cosas se nos escapan de la razón! Y el
ser humano que quiere controlarlo todo se ve retado por el asentimiento de la
voluntad a una promesa divina por lo que muchos proponen también el camino del
apartamiento de lo religioso. Pablo nos invita a salir de una religión de timidez a
una de confianza, no se puede creer en Dios porque le temamos, sino porque nos
ha demostrado amor en la entrega de su Hijo. Este “buen depósito de revelación”
es el que debemos cuidar y que nos convierte en “hombres y mujeres creyentes”.
No dejemos de pedir como los discípulos que el Señor aumente nuestra fe, pero al
menos seamos conscientes de que tan solo una fe como un grano de mostaza
puede hacernos capaces de sostenernos en momentos difíciles. Somos receptores
de tanto amor y misericordia y ¿aún necesitamos más? Somos siervos inútiles, sí, y
aún a pesar de que hacemos sólo lo mandado, Dios revela su misericordia a través
de nosotros. ¿Es que no nos creamos capaces de que con un poco de fe podemos
cambiar el mundo y los corazones embotados de los hombres? Unámonos al
salmista y pongamos nuestra confianza en el Señor: “demos vítores a la roca que
nos salva”.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)