Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Tiempo Ordinario, Año Impar,
Semana No. 27, Miércoles
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Tú te lamentas por el ricino, y yo, ¿no voy a sentir la
suerte de Nínive, la gran ciudad? * Tú, Señor, eres lento a la cólera, rico en piedad.
* Señor, enséñanos a orar
Textos para este día:
Jonás 4,1-11:
Jonás sintió un disgusto enorme y estaba irritado. Oró al Señor en estos términos:
"Señor, ¿no es esto lo que me temía yo en mi tierra? Por eso me adelanté a huir a
Tarsis, porque sé que eres compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en
piedad, que te arrepientes de las amenazas. Ahora, Señor, quítame la vida; más
vale morir que vivir." Respondióle el Señor: "¿Y tienes tú derecho a irritarte?" Jonás
había salido de la ciudad, y estaba sentado al oriente. Allí se había hecho una choza
y se sentaba a la sombra, esperando el destino de la ciudad. Entonces hizo crecer
el Señor un ricino, alzándose por encima de Jonás para darle sombra y resguardarle
del ardor del sol. Jonás se alegró mucho de aquel ricino.
Pero el Señor envió un gusano, cuando el sol salía al día siguiente, el cual dañó al
ricino, que se secó. Y, cuando el sol apretaba, envió el Señor un viento solano
bochornoso; el sol hería la cabeza de Jonás, haciéndole desfallecer. Deseó Jonás
morir, y dijo: "Más me vale morir que vivir." Respondió el Señor a Jonás: "¿Crees
que tienes derecho a irritarte por el ricino?" Contestó él: "Con razón siento un
disgusto mortal?" Respondióle el Señor: "Tú te lamentas por el ricino, que no
cultivaste con tu trabajo, y que brota una noche y perece la otra. Y yo, ¿no voy ha
sentir la suerte de Nínive, la gran ciudad, que habitan más de ciento veinte mil
hombres, que no distinguen la derecha de la izquierda, y gran cantidad de
ganado?"
Salmo 85:
Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, / que a ti estoy llamando todo el día; / alegra
el alma de tu siervo, / pues levanto mi alma hacia ti. R.
Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, / rico en misericordia con los que te
invocan. / Señor, escucha mi oración, / atiende la voz de mi súplica. R.
Todos los pueblos vendrán / a postrarse en tu presencia, Señor; / bendecirán tu
nombre: / "Grande eres tú, y haces maravillas; / tú eres el único Dios." R.
Lucas 11,1-4:
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos," Él
les dijo: "Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino,
danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque
también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en
la tentación."
Homilía
Temas de las lecturas: Tú te lamentas por el ricino, y yo, ¿no voy a sentir la
suerte de Nínive, la gran ciudad? * Tú, Señor, eres lento a la cólera, rico en piedad.
* Señor, enséñanos a orar
1. Cuando la misericordia da rabia
1.1 La misericordia debería ser siempre una buena noticia, pero hay ocasiones en
que tanto nos alegra que Dios se compadezca de nosotros como nos disgusta que
se compadezca de los otros. Y esto es lo que refleja con una pizca de humor la
primera lectura de hoy: Jonás considera que en esta ocasión Dios "se pasó de
bueno".
1.2 Jonás juzga a Dios. Da escalofrío decirlo, o escribirlo, pero es sencillamente lo
que sucede en ese pasaje de hoy... y lo que sucede cada vez que tratamos de
convencer a Dios de que haga justicia a nuestra manera, o en el tiempo y modo
que estimamos mejor.
1.3 El texto deja ver cómo juzga Dios a quien lo juzga. Es algo parecido a lo que
hizo Natán con el rey David, cuando éste había cometido el crimen de hacer matar
a Urías, para quedarse con su esposa, Betsabé. En aquella ocasión (cf. 2 Sam 12,1-
7), Natán puso a David a juzgar en un caso de un hombre que teniendo grandes
rebaños había preferido robar la oveja a su vecino para dar un cierto banquete. Y
cuando David saltó de ira, Natán le dijo: "¡Ese hombre eres tú!".
1.4 Algo así sucede en el pasaje de hoy. Natán puso a David a hacer el papel de
Dios, administrando justicia. En el pasaje de hoy, Dios pone a Jonás a sentir algo
de lo que él siente. Jonás, puesto en el lugar de Dios, descubre que hasta un árbol
que se marchita tiene su valor, y así aprende algo de cómo nos ama Dios y cuánto
le "duele" que nos perdamos.
2. La Oración del Señor
2.1 El Padre Nuestro ha sido motivo continuo de meditación para los cristianos a lo
largo de los siglos. Hoy damos la palabra a un teólogo contemporáneo, Emiliano
Jiménez Hernández, quien en su obra "Padrenuestro. Fe, oración y vida", nos ofrece
una preciosa catequesis sobre el evangelio de hoy. La he tomado de una página de
comentarios bíblicos desde el ámbito católico: http://www.mercaba.org , el cual
recomiendo vivamente. Lo que sigue es de Jiménez Hernández.
2.2 Tertuliano dice que el Padrenuestro es "la síntesis de todo el Evangelio". Es la
"oración del Señor", porque Él nos la enseñó y porque es la oración que El dirigía al
Padre. El se ha encarnado, vivido y muerto en cruz para santificar el nombre del
Padre. Para ello ha orado: "Padre, glorifica tu nombre". Él nos ha anunciado el reino
de los cielos y con El ha llegado a nosotros el reino de Dios. Su vida, su alimento y
su muerte no han sido otra cosa que "hacer la voluntad de Dios" en la tierra como
eternamente la ha hecho en el cielo. Su "pan" es toda palabra que sale de la boca
del Padre. Del Padre espera cada día el alimento, sin tentarlo a cambiar las piedras
en pan. Y Él, el inocente, sin pecado alguno, ¿cómo ha pedido "perdónanos
nuestras deudas? "Al que no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros"
(2Cor 5,21). Nuestras deudas eran en realidad deudas suyas, nuestros pecados
eran sus pecados: no porque Él los cometiera, sino porque cargó con nuestros
pecados. Con toda verdad podía orar "perdónanos nuestras deudas como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden". "Y líbranos del mal", para eso ha venido al
mundo: para vencer al Maligno.
2.3 También la "oración sacerdotal" de Jesús, que recoge Juan, inspira, desde
dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la preocupación por el Nombre del
Padre (Jn 17,6. 11.12.26), el deseo de su Reino (la Gloria: Jn 17,1.5.10.23-26), el
cumplimiento de la voluntad del Padre, de su designio de salvación (Jn 17,3.6-
10.25) y la liberación del mal (Jn 17,15).
2.4 Según Tertuliano, sólo Dios podía enseñarnos cómo quiere que le recemos. Sólo
de Él podía venirnos la oración del Padrenuestro. "Esta oración del Señor Jesucristo,
pronunciada por sus divinos labios y animada por su Espíritu, sube al cielo por su
gracia y encomienda al Padre lo que el Hijo nos ha enseñado". La oración es el
muro que protege nuestra fe; es nuestra arma contra el enemigo que nos rodea.
Protege nuestra fe como los brazos de Cristo en la cruz protegen al mundo. Por
ello, al rezar el Padrenuestro, "nosotros no sólo alzamos las manos hacia el Padre,
sino que también las extendemos (1 Tm 2,8). Así imitamos la pasión del Señor y,
orando, profesamos nuestra fe en Cristo". Y san Cipriano nos dice:
2.5 Cristo, que nos ha traído a la vida, también nos ha enseñado a orar, para que
orando al Padre como Él nos ha enseñado seamos escuchados con más facilidad. Ya
antes había dicho que estaba cerca la hora en que "los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y verdad" (Jn 4,23). Ahora cumple su promesa, para
que nosotros, que hemos recibido el espíritu y la verdad a través de su obra de
santificación, adoremos en espiritu y en verdad. Pues la oración espiritual es
solamente aquella que nos ha enseñado Cristo, del cual nos viene también el
Espíritu Santo. Para el Padre solamente es verdadera la oración salida de la boca
del Hijo, que es la verdad. Es amiga y familiar la oración que se hace a Dios con sus
mismas palabras, la misma oración de Cristo presentada ante Él. Cuando oramos,
el Padre debe reconocer las palabras de su Hijo: que el que está en nuestro corazón
esté también en nuestros labios. Lo tenemos de "abogado por nuestros pecados"
junto al Padre (1Jn 2,1-2); por eso, como pecadores, cuando oremos por nuestros
pecados hagámoslo con las mismas palabras de nuestro abogado. Él ha dicho que
"todo lo que pidamos al Padre en su nombre, lo obtendremos" (Jn 16,23).
Obtendremos más eficazmente lo que pedimos en el nombre de Cristo si lo pedimos
con su misma oración.
2.6 Cada una de las siete peticiones, cuando se ora de verdad, empieza a cumplirse
en el momento mismo en que es formulada. Al pronunciar el nombre de Dios Padre
ya estamos glorificando su nombre. Si deseamos que venga a nosotros su reino,
nuestro deseo atestigua que pertenecemos ya al reino. Al pedir que se cumpla su
voluntad, nos abandonamos confiadamente a ella. En la medida en que
verdaderamente pedimos el pan de cada día estamos aceptando lo que Dios nos da
cada día. Si perdonamos a nuestros deudores, ya nosotros hemos sido perdonados
por Dios. En fin, al pedir el auxilio divino contra las tentaciones y los asaltos del
maligno, ya nos aseguramos la victoria contra todos los enemigos.
3. Oración de los discípulos del Señor
3.1 El Padrenuestro es la oración que Jesús ha transmitido a sus discípulos, y que la
Iglesia, a su vez, nos transmite a nosotros. La Iglesia, de este modo, nos conduce a
Cristo y Cristo nos presenta al Padre. Es el camino de la oración.
3.2 El cristiano invoca a Dios como Padre, dirigiéndose a El "en el nombre de
Cristo", unido a Cristo, con Cristo. Si podemos decir con san Pablo: "Vivo, pero no
vivo yo, es Cristo quien vive en mi", podemos igualmente decir: "Oro, pero no oro
yo, es Cristo quien ora en mi". "Dos en una sola voz", dice san Agustín. El esposo y
la esposa son dos en una sola carne. Cristo y la Iglesia son dos, orando en una sola
voz. El Espíritu del Hijo, derramado en nuestros corazones, es el que testimonia a
nuestro espíritu que somos hijos, gritando en nosotros o haciéndonos gritar: ¡Abba,
Padre! (Ga 4,6; Rm 8,15).
3.3 Jesús ora "con gritos y lágrimas" al Padre (Hb 5,7-8). El Espíritu en el cristiano
también "grita y gime" con la misma expresión: "Abba, Padre" (Ga 4,6-7; Rm 8,14-
16). Sólo, después de que sea infundido el Espíritu filial en el bautismo, el cristiano
puede decir "Abba, Padre" (Rm 8,26-27; 2Cor 3,18). Recibido el Espíritu del Hijo,
en la iniciación se transmite el Padrenuestro Y el Espíritu es el que nos hará gritar:
"Abba, Padre". También la DIDAJÉ coloca el Padrenuestro al hablar del bautismo y
antes de pasar a la eucaristía.
3.4 Con el ephetha la Iglesia abre los oídos del catecúmeno. Desde ese momento
ya puede escuchar los secretos "arcanos de la familia", puede ya recibir el
Padrenuestro. Esta disciplina del "arcano" prohibía divulgar la Oración del Señor
entre los paganos y catecúmenos, hasta llegar a ser discípulos del Señor. A ellos se
la enseñó Jesús y, por ello, la Iglesia la reservó para los fieles, a quienes el
bautismo ha transformado en hijos de Dios. El Padrenuestro, como oración
característica del cristiano, se enseñaba en la catequesis prebautismal y tras haber
sido bautizados y haber recibido el Espíritu de filiación divina, con gozo exultante,
clamaban por primera vez: "¡Abba, Padre!". Pablo, recoge este clamor dos veces
(Ga 4,16; Rom 8, 14-17).
3.5 Por los testimonios patrísticos podemos imaginar la emoción de los
catecúmenos al recibir el Padrenuestro. Llegados del paganismo, con una idea
extraña de Dios, en las catequesis prebautismales se les descorría el velo del
misterio de Dios. Se sentían amados; más aún, se les anunciaba que por el
bautismo iban a ser realmente hijos de Dios; le podrían invocar como Padre. Su
existencia cambiaba radicalmente, inaugurando un nuevo estilo de vida. "Por una
transmisión viva, el Espíritu Santo, en la 'Iglesia creyente y orante' [DV 8], enseña
a orar a los hijos de Dios" [CEC 2650].
3.6 El Padrenuestro es una oración eclesial, una oración coral, de la comunidad:
Padre nuestro, venga a nosotros tu reino, danos el pan nuestro, perdona nuestras
ofensas, no nos dejes caer, libranos del mal. Es la madre la que enseña al hijo a
reconocer al padre y a decir "papá". Es la Iglesia la que nos enseña a reconocer a
Dios como Padre y la que nos entrega la oración del Padrenuestro, invitándonos a
unir nuestra voz a la voz de la asamblea, que se atreve a invocarlo como Padre.
Tertuliano nos dice:
3.7 Quien confiesa a Dios como Padre, profesa también la fe en el Hijo. Pero quien
confiesa la fe en el Padre y el Hijo, anuncia también a la Madre, la Iglesia. Sin ella
no se da allí ni el Hijo ni el Padre.
3.8 Para hablar con Dios, hace falta humildad y audacia. Es la actitud de nuestro
padre en la fe. Abraham, polvo y ceniza, considera una osadía hablar a su Señor:
"en verdad es atrevimiento el mío al hablar a mi Señor; ya que soy polvo y ceniza"
(Gén 18,27). Y llamar a Dios Padre seria una temeridad, si el mismo Hijo de Dios
no nos hubiera animado a hacerlo, como nos recuerda la Iglesia en la liturgia
eucarística: "Fieles a la recomendación del Señor y siguiendo su "divina enseñanza,
nos atrevemos a decir: Padre nuestro". Como nos dice san Pablo: "Cristo Jesús,
Señor nuestro, es quien, mediante la fe, nos da valor para llegarnos confiadamente
a Dios" (Ef 3,12).
3.9 La llamada liturgia de san Juan Crisóstomo hace preceder la oración del
Padrenuestro con la monición: "¡Oh Señor!, dígnate concedernos que con alegría y
sin temeridad osemos invocarte a ti, Dios de los cielos, como Padre, y que
digamos: Padre nuestro...".
3.10 Y san Cipriano nos invita a vigilar, prestando atención con todo el corazón a lo
que decimos: "¿Cómo puedes pedir que Él te escuche, cuando no escuchas siquiera
tú mismo?". Dios escucha no las palabras de la boca, sino la voz del corazón. Ana,
modelo de la Iglesia, oraba a Dios en lo íntimo de su corazón, hablaba más con el
corazón que con la boca, porque sabía que de este modo el Señor escucha a quien
le reza; así obtuvo lo que había pedido con fe. Dice la Escritura: "Hablaba con el
corazón y sus labios apenas se movían, y no se oía su voz... y el Señor la escuchó"
(1 Sam 1,13). También en los salmos leemos: "Hablad en vuestros corazones" (Sal
4,5)