XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C .
¿ QUÉ DIOS? ¿QUÉ HOMBRES?
Padre Pedrojosé Ynaraja
Del acierto, oportunidad e ingenio de las expresiones del Papa Francisco, se sirven
algunos para desorientar o “arrimar el ascua a su sardina”. Leído, sin saber su
contexto, me refiero a lo visto en algunos medios: Dios no es católico, puesto así,
puede escandalizar a algunos. Algo semejan a lo que dicen otros: da lo mismo Dios
que Alá. Quiero hoy, mis queridos jóvenes lectores, comentar brevísimamente el
proceso de la fe que ha seguido la humanidad. Que una cosa es la realidad y otra
las palabras con que se quiere describirla.
En los albores de la humanización, se intuyó la Trascendencia, fenómeno que no
fue consecuencia lógica, ni propia de conocimiento discursivo. Experimentar,
percatarse y aceptar verdades por un lado. Gozar de visiones, sonidos o
sensaciones de cualquier clase que causaban satisfacción, es decir gozar de la
belleza, en otros momentos. Advertir que existe, de alguna manera cosas y
comportamientos personales provechosos o buenos y otros que no lo son, o no lo
son tanto. Estas actitudes y la perspicacia consecuente a vivencias personales,
fueron los estimuladores de las primeras actitudes religiosas. Tales posturas podían
parecer mágicas o supersticiosas, pero eran genuinamente humanas. Ningún
animal es capaz de estas intuiciones. Y las tales posturas espirituales conducen al
misterio, otra realidad que es también exclusivamente humana. Mis gatos, los
jabalís que destrozan el huerto y los patos salvajes que veo en el río, desconocen
totalmente estas realidades y son incapaces de intuirlas.
La parrafada os ha podido aburrir y reconozco que pretender comunicarla mediante
wasap sería labor estrambótica, que con seguridad no se os ocurrirá intentar
hacerlo. Pero si Jesús dijo que no solo de pan vive el hombre, yo os añado, que
tampoco se progresa mucho, si la comunicación personal es corta, instantánea y
superficial. Es preciso el discurso reposado y, poco a poco, de mayor profundidad.
Aceptad lo último dicho como justificación del estilo con que me he expreso hasta
ahora.
Abrirse a lo Trascendente y al misterio, es simultaneo con la sorpresa, admiración e
incomprensión de la fecundidad. Fertilidad de la tierra, de los animales y de la
mujer. El culto a este fenómeno, es la primera manifestación de la Fe.
Consecuencia de ello es que, para no olvidarse y acercarse la protección de lo que
les trasciende, se fabrican idolillos y monumentos que la reflejan. Lo más frecuente
es manifestarlo con imágenes femeninas de la fecundidad, sean las de los vasos
chorreantes o las de los vientres desmesuradamente abultados.
Avanza y progresa la humanidad y acepta un único dios territorial, el dios de su
parcela, atado a un paisaje. Cada cultura cree debe apegarse a la divinidad que
piensa reina en un área geográfica. Fuera de ella, mandan otros dioses.
Os he contado esto para que entendáis un poco el comportamiento de Naamán, el
ministro extranjero. Se desplaza en busca de aquel prodigioso ser que goza de
maravillosos poderes terapéuticos y que espera le libre de la lepra, según lo que le
ha dicho la chiquilla hebrea, cautiva pero generosa. Él, de acuerdo con lo
escuchado, se va a tierras lejanas. Lograda la curación, y para continuar gozando
de sus favores, decide llevarse suelo de aquel país, para poder aprovecharse, en su
tierra, de sus favores. Este dignatario, como tantos otros de su tiempo, era
monólatra, es decir adorador de un solo dios. No es no monoteístas, lo que
implicaría el reconocimiento exclusivo de que existe un Dios único y universal. Esto
llegará más tarde.
Eliseo y sus gentes, sabían bastante más de esto, pero respetan el proceder del
extranjero. Ahora bien, sin lucrarse por ello, sin cobrarle los servicios prestados, ni
las lecciones enseñadas. Más que criticar la pequeñez de su religiosidad, observa la
actitud reverente del asirio y el agradecimiento que siente por “el Dios de Israel”.
Aquí entroncamos con la enseñanza del fragmento evangélico de la misa de hoy.
El episodio de la curación de los diez leprosos, según antiguas tradiciones, ocurrió
en Jenín, una población situada en el corazón de la actual Palestina, creo que sólo
en dos ocasiones la he visitado. En una pasé miedo, la otra fuimos recibidos con
generosa hospitalidad y simpatía. Invitados a un té sumamente aromático y las
chicas obsequiadas con flores de jazmín. Vuelvo al relato. Eran diez los enfermos y
uno sólo vino a dar gracias al Señor. Jesús lo lamenta.
Debéis ahora, mis queridos jóvenes lectores, preguntaros ¿soy una persona
agradecida?.
En dos otros lugares la Escritura recuerda esta virtud, lo que es prueba de que no
se trata de una cualidad de tono menor. “Y sed agradecidos” dice Pablo a los
Colosenses (3,15). “Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra
de Dios” recuerda la Carta a los Hebreos (13,7).
Ahora que ya no sois niños ¿os sentís agradecidos a vuestros catequistas? ¿a los
monitores que os pudieron inculcar valores cristianos, sin cobrar por ello? ¿al
sacerdote o diácono que os bautizó? ¿a quien os confirmó? ¿a quien en nombre de
Dios y de la Iglesia os perdona los pecados? ¿a quien os da la Eucaristía? ¿a quien
os aconseja y os ayuda a enderezar vuestra vida espiritual? ¿a quien os instruye
gratuitamente en la Fe?
¿a quienes de entre estos, les habéis ofrecido algún regalo que les demostrara
vuestra
gratitud?