MISA DOMINICAL…
Fiesta del Bautismo del Señor
(Ciclo C)
7 de Enero
La lectura que acabamos de proclamar nos hace remontarnos a las riberas
del Jordán. Hoy visitamos espiritualmente las orillas de ese río, que fluye a lo
largo de los dos Testamentos bíblicos, para contemplar la gran epifanía de la
Trinidad en el día en que Jesús se presenta en el escenario de la historia,
precisamente en aquellas aguas, para comenzar su ministerio público.
El arte cristiano personificará ese río con los rasgos de un anciano que
asiste asombrado a la visión que se realiza en sus aguas. En efecto, como
afirma la liturgia bizantina, en él “se lava el Sol, Cristo”. Esa misma liturgia,
en la mañana del día de la teofanía o epifanía de Cristo, imagina un diálogo
con el río: “Jordán, ¿qué has visto como para turbarte tanto? He visto al
Invisible desnudo y me dio un escalofrío. Pues, ¿cómo no estremecerse y no
ceder ante él? Los ángeles se estremecieron al verlo, el cielo enloqueció, la
tierra tembló, el mar retrocedió con todos los seres visibles e invisibles.
Cristo apareci￳ en el Jordán para santificar todas las aguas”.
La presencia de la Trinidad en ese acontecimiento está afirmada
explícitamente en todas las redacciones evangélicas del episodio… La de San
Mateo ofrece también un diálogo entre Jesús y el Bautista. En el centro de la
escena destaca la figura de Cristo, el Mesías que realiza en plenitud toda
justicia (cf. Mt 3, 15). Él es quien lleva a cumplimiento el proyecto divino de
salvación, haciéndose humildemente solidario con los pecadores.
Su humillación voluntaria le obtiene una exaltación admirable: sobre él
resuena la voz del Padre que lo proclama: “Mi Hijo predilecto, en quien tengo
mis complacencias” (Mt 3, 17). Es una frase que combina en sí misma dos
aspectos del mesianismo de Jesús: el davídico, a través de la evocación de
un poema real (cf. Sal 2, 7), y el profético, a través de la cita del primer
canto del Siervo del Señor (cf. Is 42, 1). Por consiguiente, se tiene la
revelación del íntimo vínculo de amor de Jesús con el Padre celestial, así
como su investidura mesiánica frente a la humanidad entera.
En la escena irrumpe también el Espíritu Santo bajo forma de “paloma”
que “desciende y se posa” sobre Cristo. Se puede recurrir a varias
referencias bíblicas para ilustrar esta imagen: a la paloma que indica el fin
del diluvio y el inicio de una nueva era (cf. Gn 8, 8-12; 1 P 3, 20.21); a la
paloma del Cantar de los cantares, símbolo de la mujer amada (cf. Ct 2, 14;
5, 2; 6, 9); a la paloma que es casi un símbolo de Israel en algunos pasajes
del Antiguo Testamento (cf. Os 7, 11; Sal 68, 14). Es significativo un antiguo
comentario judío al pasaje del Génesis (cf. Gn 1, 2) que describe el aletear
con ternura materna del Espíritu sobre las aguas iniciales: “El Espíritu de Dios
aleteaba sobre la superficie de las aguas como una paloma que aletea sobre
sus polluelos sin tocarlos” (Talmud, Hagigah 15 a). Sobre Jesús desciende,
como fuerza de amor sobreabundante, el Espíritu Santo. El Catecismo de la
Iglesia Cat￳lica, refiriéndose precisamente al bautismo de Jesús ense￱a: “El
espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a posarse
sobre Él. De Él manará este Espíritu para toda la humanidad” (n. 536).
Así pues, en el Jordán se halla presente toda la Trinidad para revelar su
misterio, autenticar y sostener la misión de Cristo, y para indicar que con Él
la historia de la salvación entra en su fase central y definitiva. Esa historia
involucra el tiempo y el espacio, las vicisitudes humanas y el orden cósmico,
pero en primer lugar implica a las tres Personas divinas 1 .
Es necesario que nos acerquemos así al Evangelio. Porque lo primero que quiere
hacer Jesús para nosotros es darnos una formación que solidifique nuestra fe
cristiana. Es preciso que nosotros fortalezcamos nuestro testimonio no sólo con una
espiritualidad exterior, con nuestros actos de devoción, sino con una formación
cada vez más competente.
Al comienzo del nuevo milenio, cuando acaba de finalizar el Gran Jubileo
en el que hemos celebrado los dos mil años del nacimiento de Jesús y se
abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino, resuenan en nuestro
corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la
muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a remar mar
adentro para pescar: Duc in altum (Lc 5,4). Pedro y los primeros
compa￱eros confiaron en la palabra de Cristo y echaron las redes. “Y
habiéndolo hecho, recogieron una cantidad enorme de peces” (Lc 5,6) 2 .
Ayer pudimos contemplar, al finalizar la Santa Misa en la solemnidad de la
Epifanía, cómo Su Santidad el Papa Juan Pablo II firmaba el documento Novo
Millennio Ineunte . Con las palabras del primer número he querido comenzar hoy
esta reflexión. Duc in altum ( Rema mar adentro ). Esta palabra resuena también
hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión
1 JUAN PABLO II, Catequesis, 12 de abril de 2000, nn. 1-4.
2 JUAN PABLO II, Novo Millennio ineunte, nº1 (Vaticano, 6 de enero de 2001).
el presente y a abrirnos con confianza al futuro: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y
siempre (Hb 13,8).
Es esta la frase que el Santo Padre ha escogido para iniciar esta Carta que
tendremos que leer con detenimiento por su extensión y que viene a darnos unas
pautas claras. En el punto número 30 podemos leer cuando se nos habla de la
santidad cómo el mismo Santo Padre nos recuerda que es necesario aquello que
nos dice Pablo cuando escribe a los Tesalonicenses: Esta es la voluntad de Dios:
vuestra santificación (I Tes 4, 3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos
cristianos. Y por eso precisamente hoy, en esta fiesta del Bautismo del Señor en la
que recordamos cómo también nosotros recibimos las aguas del Bautismo, se nos
llama a la perfección de la vida cristiana. Se nos llama en este Tercer Milenio a dar
un testimonio claro de la verdad de Dios. Todos los cristianos, de cualquier clase o
condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del
amor. Por eso reflexiona el Papa:
Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la
programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría
parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede
“programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la l￳gica de
un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo
de la santidad es una opción llena de consecuencias 3 .
Cuántas veces, desde estos mismos micrófonos, o cuántas veces vosotros en
vuestras lecturas, cuando os acercáis a la vida de los santos, escucháis y se os
ofrece el poder imitar sus vidas. El mismo Santo Padre habla de la alegría que ha
sentido a lo largo de todos estos años de su Pontificado al beatificar y canonizar a
tantos cristianos. Y dice él: “Entre ellos a muchos laicos que se han santificado en
las circunstancias más ordinarias de la vida”. Es el momento de proponer a todos la
palabra del Señor: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. Nosotros
solos muchas veces no podemos. Sentimos cómo nos puede la dificultad del
camino, cómo nos cuesta vivir esta perfección. Pero para eso recordamos esta agua
con la que hemos sido purificados, este Bautismo de salvación. Para ello es
necesario que nos agarremos muy fuerte de la mano de María para exigirnos cada
vez más como cristianos. La amistad con el Señor nos tiene que llevar a decirle
constantemente que sí, que queremos seguirle, que queremos amarle por encima
de todo.
3 JUAN PABLO II, Novo Millennio ineunte, nº 31 (Vaticano, 6 de enero de 2001).
Miremos a María. Ella es la primera que con esa dulzura de Madre, con su cariño
por cada uno de nosotros, nos empuja para acercarnos al Señor, para vivir en Él.
Hemos de escuchar cómo Él nos renueva y tener siempre en el corazón lo que el
Señor nos dice: Cielo y tierra pasarán. Mis palabras no pasarán. Escuchemos cómo
Jesús nos indica igual que a los apóstoles: Duc in altum. Confía en Mí. Rema mar
adentro. Se nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el
presente y a abrirnos con confianza al futuro. Jesucristo, en María, el mismo ayer,
hoy y siempre.
Padre Jorge López Teulón