MISA DOMINICAL...
DOMINGO SEGUNDO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo C)
Escribe José Luis Martín Descalzo en su obra Vida y misterio de Jesús de
Nazaret que la vida pública de Jesús comienza con una fiesta, porque el anuncio de
la Buena Nueva sólo puede empezar a través del signo de alegría que el mismo
Señor quiere mostrarnos. Jesús viene a traer el vino mejor.
Ya su llegada al mundo se vio rodeada de un estallar de maravillas. Isabel,
la vieja estéril, da a luz; Zacarías, el funcionario incrédulo de Dios, se vuelve
profeta; la Virgen es Madre virginal; los pastores, torpes y analfabetos,
hablan con los ángeles; los magos abandonan sus tierras y su seguridad y se
lanzan a buscar a un chiquillo; Simeón y Ana dejan de temer a la muerte y
ven colmados sus inverosímiles sueños.
Jesús llega a un mundo triste y aburrido y entra en él por la ya casi
olvidada puerta de la alegría. Porque Caná no fue una celebración mística,
sino una gran fiesta humana. Difícilmente se encontrará en el Evangelio una
página que haya sido más desfigurada por el arte 1 .
Aquí mismo, en Talavera de la Reina, en la Basílica de Nuestra Señora del Prado,
una de las cerámicas más hermosas lo presenta así: un gran comedor en un
palacio, adornado todo él con las mejores galas arquitectónicas, con una mesa
cubierta de manteles, en una atmósfera señorial. Nada tiene que ver con la
realidad. Cualquier estudio nos habla de esas casas pequeñas en donde el patio era
el único lugar para poder tener alguna celebración, a expensas de las inclemencias
del tiempo. Allí se encuentra el apuro de estos jóvenes esposos. La vergüenza de
no haber preparado bien su boda se extendería por todo el pueblo. Faltaba el vino,
que era tanto como no haberse preparado para tan solemne acontecimiento.
Pero quiero fijarme sobre todo, en este día, en el papel de María Santísima.
Porque este es el primer reencuentro de la Madre. ¡Cuántas veces no entendemos
esta expresión: Mujer, déjame; todavía no ha llegado mi hora. Mucho más claro en
las traducciones donde se recoge: A Ti y a Mí ¿qué? No hay un desprecio. Juan, el
teólogo, nos está hablando de la hora de Jesús. No ha llegado mi hora significa que
el Señor quiere empezar su obra. María no volverá a aparecer en el Evangelio de
Juan hasta el momento del Calvario.
1 MARTÍN DESCALZO, J.L. Vida y misterio de Jesús de Nazaret I, p.273 (Salamanca 1997)
Pero digo que es este el primer reencuentro de la Madre y el Hijo. Así lo hemos
escuchado al principio. La Madre de Jesús estaba allí. Estaría ayudando, como
tantos otros familiares y amigos, en las tareas de preparación de esta boda. Y
Jesús, que hacía poco tiempo había abandonado el hogar para comenzar su obra,
se encuentra con su Madre Santísima.
Así lo señala con acierto Willam:
Con frecuencia se pasa por alto la soledad en que María había vivido antes
de ir a Caná. Hacía varias semanas que la había dejado sola su querido Hijo
después de haber vivido juntos treinta años. Cada vez que veía las
herramientas del taller sentía como una punzada en el alma. El silencio no
era ya interrumpido por el agradable ruido del trabajo, que le sonaba antes
como una conversación con su Hijo.
Las mujeres que pasaran por la puerta asomarían la cabeza y le
preguntarían cuándo volvería su Hijo, porque no podían interpretar la acción
del Hijo como un abandono a su Madre, poco digno pues siempre la había
ayudado como buen Hijo.
De cuando en cuando, algún hombre entra para algún trabajo. Y se
entabla un diálogo doloroso: - ¿No está Jesús? - No. - ¿Cuándo volverá? - No
lo sé. - ¿A dónde ha ido? ¿Qué hace en tierra extraña? 2
María había comenzado a gustar una de las más anchas soledades que ha
conocido un ser humano: desde Caná hasta el Calvario. Seguramente estuvo en
otras escenas, imaginadas por la piedad con la certeza de que Ella seguiría a Jesús,
estaría en su camino, escucharía sus palabras, oiría hablar de sus milagros...
Pero lo que más ahondaba la soledad de María era el saber que aquella marcha
del Hijo sólo podía terminar con la muerte. Estaba la profecía de Simeón: Y a Ti una
espada te traspasará el alma . Era la sombra de la espada que llevaba treinta años
creciendo.
Caná, el lugar de donde saldrá el apóstol Bartolomé, era un pueblecito pequeño,
una región apartada en Galilea. Ahí Jesús hace este primer milagro, que nos habla
de la preocupación y del amor de Cristo por las cosas de los hombres. Jesús
empieza a ser, ya desde el primer momento, un profeta muy extraño. Así
murmuran los fariseos: Este come con pecadores. Ahora no con pecadores, pero sí
con gente vulgar en una pequeña aldea, participando en las cosas cotidianas, en la
2 Ibídem.
alegría de aquellos jóvenes. Alguien se pregunta: ¿es que acaso Jesús no está
haciendo descender la religión a las cosas más nimias? Y, sin embargo, qué
serenidad para el corazón cristiano, qué fortaleza para hacernos entender cuál es la
lección que Él quiere transmitirnos: el amor, la caridad, la preocupación por los
otros.
Alguien ha querido comparar estas seis tinajas de las que nos habla Jesús en su
evangelio con seis virtudes que se tienen que buscar para la vida matrimonial, para
el encuentro esponsalicio entre el hombre y la mujer, para la fidelidad que lleva a la
auténtica felicidad.
Ninguno de nosotros -ha escrito un autor- somos imprescindibles. Pero
todos somos necesarios. Nos necesitan los más desfavorecidos. Pero también
nosotros nos necesitamos los unos a los otros para poder atenderles, para
poder sostenernos en una labor que a veces es incomprendida, que casi
siempre es ardua y difícil, pero que está siempre marcada por el compromiso
de la verdadera entrega, de la auténtica fidelidad.
Y sólo así es como se funciona en la vida matrimonial: saliendo de los baches, de
las dificultades, pasando por encima de los errores, sentándose a dialogar de la
forma más amorosa, porque el otro me preocupa, porque el otro me interesa,
porque delante de Dios con el otro -el esposo con la esposa, la esposa con el
esposo- se ha hecho un pacto de amor a lo divino, porque es Dios quien ha
presidido ese sacramento.
Y esto no sólo vale para la vida matrimonial. Vale para todos en nuestro
encuentro con Cristo. La estrella que hemos visto que seguían los magos hace unas
semanas es la estrella de la evangelización que nosotros hemos de seguir para
llevar a los hombres a Cristo.
Un autor escribe: Lo que los comunistas reprochamos a los cristianos no es el ser
seguidores de Cristo, sino precisamente el no serlo.
Esta estrella aparece al principio de este siglo, al iniciar este Tercer Milenio.
Podíamos volver a repetir esas palabras que tantas veces escuchamos de San
Agustín: Tarde te conocí, Señor, tarde te conocí. Nos hiciste para Ti e inquieto está
nuestro corazón hasta que descanse en Ti.
Es necesario acercarse a María, encontrarnos permanentemente con Ella, volver
a escuchar cómo nos repite: Haced lo que Él os diga. Acercarse al Señor supone
tener el oído limpio para escuchar su Palabra, que penetra, como dice Pablo, como
una espada que corta por la mitad y entra hasta lo más íntimo; para que, con el
corazón abierto, el Señor empape con su Palabra, con este vino nuevo de la Sangre
que derramará en el Calvario.
Caná, mucho más allá de una simple fiesta, de un simple milagro, es el
preanuncio de todo lo que comienza. El Señor nos repite: Yo estaré con vosotros
todos los días hasta el final de los tiempos.
Su mirada, su Palabra y el vino nuevo -su Cuerpo y su Sangre. son para nosotros
la fortaleza para proseguir nuestra vida cristiana.
Antes de terminar, quiero recordar lo que el Papa, en el nuevo documento que
ha escrito para este milenio, titula en el número 36 “La Eucaristía dominical”:
Quisiera insistir -afirma-, en la línea de la Exhortaci￳n “Dies Domini”, para
que la participación en la Eucaristía sea, para cada bautizado, el centro del
domingo. Es un deber irrenunciable, que se ha de vivir no sólo para cumplir
un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente
consciente y coherente. Estamos entrando en un milenio que se presenta
caracterizado por un profundo entramado de culturas y religiones incluso en
países de antigua cristianización. En muchas regiones los cristianos son, o lo
están siendo, un “peque￱o reba￱o” (Lc 12, 32). Esto les pone ante el reto de
testimoniar con mayor fuerza, a menudo en condiciones de soledad y
dificultad, los aspectos específicos de su propia identidad. El deber de la
participación eucarística cada domingo es uno de estos. La Eucaristía
dominical, congregando semanalmente a los cristianos como familia de Dios
en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida, es también el antídoto
más natural contra la dispersión. Es el lugar privilegiado donde la comunión
es anunciada y cultivada constantemente. Precisamente a través de la
participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la
Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento
de unidad 3 .
Es tarea nuestra: comprometernos a vivir no sólo cumpliendo sino intimando con
la Palabra y con el Cuerpo del Señor, que nos transforma y nos hace verdaderos
cristianos.
Que así lo alcancemos de su Madre la Virgen Santísima.
3 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte nº 36 (Vaticano, 6 de enero de 2001).
Padre Jorge López Teulón