MISA DOMINICAL…
DOMINGO QUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo C)
Coloca San Lucas en este pasaje el momento en el que Jesús hizo comprender
a Simón de qué forma habían de tomar parte en su obra él y sus compañeros. Era
lo natural, pero convenía primero mostrarles en qué consistía esta obra, y,
siguiéndole, poner ante sus ojos el programa de su acción.
Hasta entonces 1 , los primeros discípulos dejaban a su Maestro solo en su obra,
pues estaban ocupados en lavar sus redes mien tras Él predicaba a las orillas del
lago. Volvían de pescar en dos barcas, no trayendo otra cosa que algas o algún
despojo que flotaba en el mar. Jesús les interrumpe su trabajo; sube a la barca de
Pedro y les dice que remen un poco. Sentado en la barca, l e oirían mejor, pues de
ese modo la muchedumbre no se agolpaba a su alrededor. Después dijo a Simón:
Duc in altum. Rema mar adentro, y echad las redes para pescar . No se trataba
simplemente de echar la red al azar, sino de ir echando poco a poco una triple red
larguísima a medida que la barca avanzaba. Llegados al punto deseado, los
pescadores deberían volver, formando un círculo, al punto de partida, dando golpes
secos con sus remos sobre el agua, para espantar la pesca hacia las mallas de la
red. Seguramente, la misma maniobra la estuvo haciendo toda la noche Simón con
su hermano Andrés, pero en vano. A pesar de la contrariedad que sentía en
volverlo a hacer, sin embargo, le dice a Jesús: Maestro… por tu palabra, echaré las
redes .
Lo acabamos de escuchar en el Evangelio: esta vez la pesca fue tan abundante,
que las redes se rompían con tanta carga. La otra barca de Santiago y Juan estaba
algo lejos: los llamaron y se llenaron las dos barcas de peces. Aunque Pedro había
sido testigo de otros milagros, éste le dio miedo. Comprendió, sin duda, que Jesús
quería decididamente llevárselo consigo, pero titubeaba y hasta retrocedió,
alegando su indignidad: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. También los
otros temblaban, sintiendo el escalofrío de lo divino. Jesús dijo a Simón: No temas;
desde ahora serás pescador de hombres. El llamamiento y la promesa se dirigen al
principio a él sólo; pero como participaron los otros en la captura de los peces,
también son llamados a la pesca de los hombres. Habiendo sacado las barcas a
tierra y dejándolo todo lo siguieron .
Ya habíamos indicado hace unas semanas cómo el Papa había elegido
precisamente este evangelio en su nueva carta, la Novo Millennio ineunte. Y afirma
en la conclusión, en el número 58:
¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia
como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la
1 Joseph M. LAGRANGE, Vida de Jesucristo según el Evangelio p. 115-116 (Madrid 1999).
ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor
al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla
y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en
sus instrumentos. [...] El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una
vez más a ponernos en camino: “Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
(Mt 28, 19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio
invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros
tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue
enviado en Pentecostés y que nos impulsa hoy a partir animados por la
esperanza “que no defrauda” (Rm 5,5).
Nuestra andadura, al principio de este nuevo siglo, debe hacerse más
rápida al recorrer los senderos del mundo. Los caminos por los que cada uno
de nosotros y cada una de nuestras Iglesias camina son muchos, pero no
hay distancias entre quienes están unidos por la única comunión, la
comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan eucarístico y de la
Palabra de vida. Cada domingo Cristo resucitado nos convoca de nuevo como
en el Cenáculo, donde al atardecer del día “primero de la semana” (Jn 20,
19) se presentó a los suyos para “exhalar” sobre ellos el don vivificante del
Espíritu e iniciarlos en la gran aventura de la evangelización 2 .
Con la primera lectura Isaías vuelve a decir hoy: ¿A quién mandaré? La voz del
Señor resuena otra vez en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad y en nuestra
nación. ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Y Pablo nos da la respuesta: La
gracia de Dios conmigo ha vencido en todo. Es Cristo -dice Pablo- quien vive en mí.
Por eso, no temamos cuando al volver a escuchar la voz del Señor, Él nos repite:
Echad las redes. Fiaos de mi palabra.
Celebramos hoy la Jornada por la Vida , en todas las diócesis españolas,
porque es una lucha para todo cristiano, para todo hombre. He podido leer
recientemente el testimonio de un médico brasileño que efectuó durante años el
aborto y relató su dolorosa e intensa experiencia de conversión, iniciada después
de la muerte de su hija.
El médico comentó que era el único hijo varón de una familia humilde del interior
de Minas, cerca de Río de Janeiro, en Brasil, y que con sacrificio fue el único que
tuvo la oportunidad de estudiar, pues sus hermanas no terminaron la enseñanza
secundaria.
Su madre era una sencilla costurera que trabajaba hasta las madrugadas para
ayudar a su padre, que era guardia nocturno y poder así tener un hijo médico.
Luego él escogió la ginecología y la obstetricia.
2 JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte n. 58 (Vaticano, 6 de enero de 2001).
Entre las mayores dificultades enfrentadas como médico recién formado,
choqué con la realidad de lo que es mi profesión. En un largo tiempo los
médicos se vuelven ricos, y yo quería más; quería enriquecerme y tener más
dinero. Fue así como violé el juramento que hice cuando me formaba para
dar la vida, para salvar la vida. Ayudé a muchos niños a venir al mundo,
pero también a muchos de ellos no les permití nacer y me enriquecí
escondido tras la máscara de la vitalidad.
Puse un consultorio que en poco tiempo se convirtió en el más visitado de
la región. ¿Y saben qué es lo que hacía? Abortos. Y como todos los que
cometen el crimen, me decía a mí mismo que todas las mujeres tienen el
derecho de escoger y que era mejor que sean ayudadas por un médico para
no correr los riesgos de ir a una clínica clandestina donde los índices de
muerte son alarmantes.
Y así, en un ciego e inhumano oficio de medicina, construí una familia con
muchos bienes, muy rica y a la que nada faltaba. Mis padres murieron con la
ilusión de que su hijo era un doctor bien logrado, exitoso. Crié a mis hijas
con el dinero manchado con la sangre de los inocentes y fui el más
despreciable de los humanos. Mis manos, que debieron ser bendecidas para
la vida, trabajaron para la muerte.
Sólo paré cuando Dios, en su sabiduría infinita, rasgó mi conciencia e hizo
sangrar a mi corazón con la misma sangre de todos los inocentes que no
dejé nacer. Mi hija menor, Leticia, dejó de respirar por una infección
generalizada después de haberse sometido a un aborto. Ella, de 23 años de
edad, quedó embarazada y buscó el mismo camino de tantas otras que me
fueron a buscar: el camino del aborto. Y sólo supe de esto cuando ya nada
se podía hacer.
Al lado del lecho de muerte de mi hija, vi las lágrimas de todos esos
angelitos que yo maté. Mientras ella esperaba la muerte, yo agonizaba junto
a ella. Fueron seis días de sufrimiento para que en el séptimo día ella
partiese hacia el encuentro con su hijo, al que otro médico asesino impidió
nacer.
Cansado por las noches que pasé al lado de mi hija, yo soñé que andaba
por un lugar absolutamente oscuro y muy húmedo, en el que quería respirar
pero no podía. Yo quería salir desesperadamente, pero fui envuelto por un
lugar en donde el estruendo me dejaba atónito. Eran los llantos dolidos de
los niños que en mi pensamiento, como si un rayo me cortase por la mitad,
veía en mi entendimiento: los llantos eran de dolor, eran los lamentos de
aquellos a quienes yo no dejé nacer. Era la triste consecuencia de mis actos
sin pensar, esos llantos que gritaban: ¡Asesino, asesino!
Asustado para salir de aquel lugar, pasé mi mano por mi rostro para secar
mi sudor y mis manos se mancharon de sangre. Aterrorizado, grité con toda
la fuerza que me quedaba una súplica de perdón: ¡Dios me perdone! Sólo así
logré respirar nuevamente y me acordé de que era tiempo de acoger y
valorar el último respiro de mi hija, que murió por las consecuencias de la
infección que le produjo el aborto. Yo sé eso a través de mi sueño.
Dios me hizo entender que a partir del momento de la fecundación del
óvulo existe vida, por lo que comprendí que soy un asesino. No sé si algún
día Dios me va a perdonar, pero para restar mi culpa y mi dolor, vendí mi
consultorio y todos los bienes que conseguí con la práctica del aborto, y con
ese dinero construí una casa de amparo para madres solteras y me dedico
hoy a atender y practicar una medicina de verdad.
Disculpadme, queridos hermanos, que me haya alargado con este testimonio. Es
necesario que nosotros valoremos el don de la vida. No sólo en el tema del aborto,
sino también respecto a la eutanasia, los cuidados paliativos y el terrorismo, otra
forma de asestar la vida sin motivo. Es preciso que nos concienciemos de la
defensa de la vida en todos los estadios: desde su comienzo hasta su final natural.
Padre Jorge López Teulón