MISA DOMINICAL...
DOMINGO SEXTO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo C)
Cuatro años después de haberse proclamado el dogma de la Inmaculada
Concepción, se apareció la Santísima Virgen a una niña de catorce años, Bernadette
Soubirous, en una gruta cercana a Lourdes, en el sur de Francia. La Virgen era de
tal belleza que era imposible describirla, cuenta la Santa. Cuando años más tarde el
escultor, José Fabisch, que realizó la escultura de la gruta, preguntó a Bernadette si
su obra, que representaba a la Virgen, se asemejaba a la aparición, ella respondió
con gran ingenuidad y sencillez: ¡Oh no, señor, de ninguna manera! ¡No se parece
en nada! La Virgen es siempre más bella.
Las apariciones se sucedieron durante 17 veces más. La niña preguntaba su
nombre a la Señora y ésta sonreía dulcemente. Por fin, Nuestra Señora le reveló
que era la Inmaculada Concepción.
Todo el mundo conoce la imagen de Nuestra Señora de Lourdes; al llegar
a la Gruta, nuestra mirada se dirige hacia esa imagen. Pero sólo Dios conoce
las innumerables súplicas de los hombres y de las mujeres de todos los
países, de toda edad y de toda condición, que levantan sus ojos hacia Ella.
Sólo Dios conoce las oraciones silenciosas de agradecimiento, de confianza
y de esperanza, confiadas a Nuestra Señora de Lourdes para ser presentadas
a su Hijo y al Padre de los cielos.
Y, sin embargo, Santa Bernardita no estaba satisfecha con esta imagen.
Santa Bernardita pensaba que la Señora que se le había aparecido era
mucho más bella, infinitamente más hermosa. Bernardita no rezaba a la
imagen, volvía su corazón hacia la Señora que se le había aparecido.
[...] Y, sin embargo, la imagen de Nuestra Señora de Lourdes conmueve
nuestro corazón. Pues evoca para nosotros a María, tal como hubiéramos
podido verla durante su vida terrena, donde la plenitud de gracia que saludó
el ángel Gabriel permanecía escondida. Sus vecinos de Nazaret no podían
descubrirla. Tampoco San José, antes de que el ángel le diera a entender el
don de Dios que María llevaba en su seno. Tampoco Isabel, antes de que su
hijo, que será llamado Juan el Bautista, saltara de alegría en sus entrañas.
Tampoco los que pasaban y veían a esta mujer erguida al pie de la Cruz de
Jesús, en el Gólgota. Una mujer como las demás, una mujer como todas las
mujeres y sin embargo era “bendita entre todas las mujeres”. Una mujer
como las demás, salvo la herida del pecado 1 .
1 JEAN MARIE LUSTIGER, Homilía del 15 de agosto de 2000 (Lourdes Magazine n. 98, Diciembre 2000).
María nos enseña a vivir con finura y con delicadeza el Evangelio para
transformar el mundo con nuestra vida, como Ella, sin llamar la atención. Desde
Cristo el Señor. Es necesario que al descubrir cómo María Santísima vive lo que
Jesús pide para todos, sepamos mirar con María, actuar como Ella. Porque María no
dejó de fijar sus ojos en Cristo, en su Hijo. Y con Ella, seguirle hasta el fin,
aceptando incluso lo que nos parece incomprensible, incluso la muerte redentora de
Cristo en el Calvario, para resucitar con Él.
¡Con qué claridad nos lo dice Pablo hoy! Si Cristo no ha resucitado, vana es
nuestra fe. La mirada de María va mucho más allá: desde el Calvario hasta la
Resurrección. Y, como nos dice Lucas, María guardaba estas cosas en su corazón.
Por eso es necesario que en este día le pidamos al Señor que nos ayude a saber
vivir el Evangelio.
Afirma Juan Pablo II 2 que la Iglesia en todo el mundo quiere ser la Iglesia de
los pobres, quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de
Cristo, y sobre todo en esta primera: Bienaventurados los pobres de espíritu.
Quiere enseñar esta verdad y quiere ponerla en práctica, igual que Jesús vino a
hacer y a enseñar.
Las jóvenes Iglesias, que en su mayoría viven entre pueblos afligidos por una
pobreza muy difundida, expresan a menudo esta preocupación como parte
integrante de su misión. La III Conferencia general del episcopado latinoamericano
en Puebla, después de haber recordado el ejemplo de Jesús, escribe que los pobres
merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o
personal en que se encuentren. Hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus
hijos, esta imagen está ensombrecida y aun escarnecida. Por eso Dios toma su
defensa y los ama. Es así como los pobres son los primeros destinatarios de la
misión y prueba de la misión de Jesús.
A nosotros se nos llama a estar al lado de Dios, no sólo para decir que somos
católicos, sino para vivir como tales dando testimonio de esta bienaventuranza. El
que es rico, el que tiene su corazón prendido por lo material será aquí feliz, pero ay
de vosotros, ricos, dice el Señor, porque ya tenéis vuestro consuelo en la riqueza.
El problema -lo hemos repetido otras veces- no es ser rico, sino tener el corazón
posesionado por las riquezas. ¡Y ay de los que están saciados, porque tendrán
hambre! ¡Y ay de los que reís, los que vivís de espaldas a esta realidad, porque
después vendrá el llanto, vendrá el desconsuelo, la desazón!
Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con
los pobres y los oprimidos de todo tipo. Son nuestros hermanos y debemos
ayudarlos con nuestra vida. Esta campaña que celebra hoy la Iglesia a través de
Manos Unidas nos llama a que seamos generosos sobre todo en lo económico, es
2 JUAN PABLO II, Redemptoris missio n.60.
cierto. Pero es necesario que cambiemos nuestro corazón, que nos preocupemos
por la situación del hermano; que sepamos buscar al que sufre, al que es pobre, al
que tal vez muy cerca de nosotros está pasando hambre, solo y abandonado. En
ese primer encuentro no nos tocará debatir la situación, sino sólo ayudar.
Así se expresa también nuestro Señor Arzobispo de Toledo, Don Francisco
Álvarez, en su carta sobre Manos Unidas: La llamada del Señor Jesús, lejos de
apartar a los hombres de la edificación del mundo, les empuja hacia ella con mayor
energía. No hay relaciones fraternas si no hay una distribución justa de la riqueza y
de los bienes, buscando un cambio de las estructuras que no son correctas... Por
eso, esta tradicional “campaña contra el hambre” nos obliga a ser más justos
comprometiéndonos.
Es necesario que en este día nosotros redescubramos desde María esta misión a
la que somos llamados, este envío. Jesús es el que nos da en su predicación esta
Buena Noticia: bienaventurados seréis cuando os persigan por mi causa. Eso es lo
que defendemos: la causa de Dios.
En los pobres el Señor nos anima y nos invita a buscarle a Él. En los pobres el
Señor nos llama a que se cumpla la justicia de su Reino, a romper, a violentarnos
interiormente. ¡Porque a veces nos cuesta tanto salir de nuestras comodidades,
abandonar lo nuestro, comprometernos entregando nuestra vida...! Por eso el
Señor nos recuerda que aquí está la bienaventuranza: en servirle a Él dándonos a
los demás.
Todo esto lo pedimos en esta celebración de la Eucaristía. Desde aquí, recibiendo
el Cuerpo de Cristo, es como alimentamos este espíritu del Evangelio, es como el
Señor toma posesión de nuestra vida. Y así, con Él, acudimos al encuentro del
necesitado. La invitación a recibir a Jesús hace renacer en nosotros la esperanza de
la llamada decisiva, cuando al final el último día oigamos: Venid vosotros, benditos
de mi Padre, y heredad el Reino de Dios.
Dichosos los que no pudimos verle en carne, pero aceptamos la invitación a
degustarle en este sacramento mientras esperamos su venida gloriosa.
El mundo, nuestra sociedad, esta nación nos espera para que seamos testigos
desde la fe de Cristo el Señor. Los pobres nos esperan.
Padre Jorge López Teulón