XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- 2Re 5, 10. 14-17: Volvió Naamán a Eliseo, y alabó al Señor.
La primera lectura nos narra la curación de Naamán, el sirio por obra del profeta
Eliseo. Lo que más se destaca del relato, es la acción de Yahvé y su profeta que el
beneficiado, Naamám proclama a viva voz: “Ahora conozco bien, que no hay en
toda la tierra otro Dios que el de Israel. Así pues, recibe un presente de tu siervo.»
(v. 15). Entra en acción el profeta, cuando previamente el rey de Israel recibe la
carta del rey de Aram que le informa de la situación de Naamán (cfr. 2Re. 5,7),
entonces tenemos la reacci￳n del profeta de Yahvé: “Cuando Eliseo, el hombre de
Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: «
¿Por qué has rasgado tus vestidos? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en
Israel.» (2Re. 5, 8). La sanación de Naamán, más que por hacer un ritual, lavarse
siete veces en el Jordán, es la acción de Dios, por medio de su palabra profética
(cfr.1Re.17, 17-24; 2 Re. 4,18-37). El querer llevar una carga de tierra de Israel a
Damasco (v.15), a pesar de su profesión de fe en Yahvé, monoteísmo puro, en
realidad, él sigue creyendo en que el dios de cada nación, no puede ser adorado,
más allá de sus límites territoriales por sus fieles. Esta mentalidad estuvo en boga
por mucho tiempo en Israel, Jefté y David son claro ejemplo de ello (cfr. Jc. 11,
24; 1 Sam. 26,19). Naamán quiere dar culto a Yahvé en Damasco, con lo que se ve
el largo camino que se debió recorrer hasta una visión más interiorizada y espiritual
de la presencia de Dios, no circunscrita a lugares, sino al interior del hombre (Jn.
4, 21-24).
b.- 2Tim. 2, 8-13: Si perseveramos reinaremos con Cristo.
El apóstol Pablo, exhorta a Timoteo a recordar que Jesucristo es el centro de la vida
eclesial, preocupación por los ministros responsables y los padecimientos que
sufren por el Evangelio en el desempeño de su ministerio (2Tim. 1,8.12). El
cristiano debe partir de un único principio: creer en Jesucristo, hombre que pasó
por este mundo, y está presente misteriosamente por su Espíritu, en medio de la
comunidad eclesial, después de su Resurrección. Pablo insiste en afirmar que la
resurrección de Cristo, no consiste sólo en su regreso a la derecha del Padre, sino
que es su continuo regreso a la vida cotidiana de los creyentes. Sin olvidar sus
sufrimientos y el fruto que de ellos obtuvimos, de ahí el componente humano de
Jesucristo, cuando menciona su descendencia de David (v.8). Esto lleva a Pablo a
darle un sentido cristiano y teológico de las dificultades, destaca la comunión con
los sufrimientos de Cristo, para participar en su Resurrección y que extiende a
todos los creyentes (cfr. Flp. 3,10-11). Él está encadenado, pero no la palabra de
Dios. En forma de himno expresa su fe, donde la correspondencia a la gracia es
fundamental, pero donde la expone posible negación que se haga de Cristo de parte
del creyente, y la que Cristo pueda hacer del discípulo (vv.11-13; cfr. Rm.6, 8). Es
el recuerdo del apóstol un himno litúrgico, donde se exalta la fidelidad del cristiano,
hasta la muerte a Jesucristo, y ahora goza con ÉL de su Resurrección. Aunque los
cristianos sean infieles o lleguen a ser no creyentes, ello no provoca la infidelidad
de Cristo ni de Dios, puesto que su fidelidad no está condicionada por la respuesta
humana. Es la justicia de Dios, su coherencia consigo mismo, con independencia de
la respuesta del hombre ante la salvación ofrecida por Dios. Esta es la luz que brilla
en el alma del apóstol, que espera la corona inmarcesible de gloria.
c.- Lc. 17, 11-19: ¿No ha vuelto ese extranjero para dar gloria a Dios?
El evangelio nos recuerda que Jesús va camino de Jerusalén, donde le aguarda la
cruz y elevación (cfr. Lc.9, 51; 13,22). A los leprosos les estaba permitido entrar en
las aldeas, no así en las ciudades como Jerusalén (cfr. Lv.13, 45). Hasta ahora sólo
los apóstoles le habían llamado Maestro, admirados de su poder, gloria (cfr. Lc.
5,5; 8,24; 9,33; 9,49), a lo que los leprosos agregan una invocación de
misericordia. La súplica es todo un grito de fe: “¡Jesús, maestro, ten compasi￳n de
nosotros!” (v. 13). Jesús es maestro de la ley, lleno de poder y misericordia; ÉL
trae el alba del Reino de Dios que se revela a los hombres. Jesús, les manda
cumplir con lo estipulado en la ley de Moisés respecto a los leprosos, en obediencia
a la ley encontrarán la salvación, el que escucha a Moisés y a los profetas, se salva.
Todo esto antes del milagro (cfr. Lc. 16,29; Lev.14, 2; Jn. 4,22). Los envía a
quienes podían certificar que estaban sanos como era los sacerdotes del templo,
para que vuelvan a la comunidad, es decir, al templo y a su hogar. Nueve de los
judíos siguen su camino y van al sacerdote, el milagro se produce mientras iban de
camino, sólo uno regresa glorificando a Dios, que se postra delante de Jesús,
porque reconoce que Dios actúa en ÉL, con su acción de gracias (vv.15-16). Era un
samaritano, un extranjero, que vuelve a Jesús, para agradecer a grandes voces el
don recibido al sentirse próximo a Dios (cfr. Lc.4, 33; 8,28; 19,37; 23,23; Hch.7,
60). Su postración es ante Dios presente en Jesús Maestro (cfr. Lc.5,12; 8,41),
donde se reúnen la fe, la gratitud, sentimientos muy humanos que acompañan, el
creer en la palabra de Dios, donde se encierran la ley y los profetas. El samaritano
representa el camino del Evangelio hacia los paganos (cfr. Lc. 8,15). Jesús
esperaba que regresaran todos, y dieran gloria a Dios por ÉL, por ÉL vienen las
bendiciones del cielo (cfr. Hch. 4,12). Como extranjero, sólo recibe como una gracia
inmerecida, al no ser parte de Israel, y por ello lo agradece. Los judíos, no
agradecen nada, porque son hijos de Israel, los dones de Dios les corresponden. Lo
que revela que les faltan las actitudes fundamentales para recibir la salvación: la fe
y la gratitud, espíritu de pobreza y de alabanza. El camino de la salvación está
abierto a todos extranjeros, pecadores, gentiles, enfermos…La despedida que le da
Jesús confirma esta realidad: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado” (v. 19). La
súplica orante se convirtió en salvación para el leproso. Todo un compromiso
eclesial por aliviar el dolor del prójimo en todas sus manifestaciones, en nuestra
sociedad hoy. Lo que salva es la fe, la decisión y entrega a la palabra de Jesús y la
acción salvífica que Dios realiza por medio de ÉL.
Una de las grandes virtudes de Teresa de Jesús fue ser muy agradecida con los
hombres y con Dios: “Agradecer al Se￱or que nos deja andar deseosos de
contentarle aunque sean flaca las obras” (V 12,3).