XXVIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Jueves
Lecturas bíblicas
a.- Rom. 3, 21-30: El hombre es justificado por la fe.
b.- Lc. 11, 47-54: Imprecaciones contra los escribas.
Este pasaje evangélico nos presenta otras tres imprecaciones o reproches de Jesús,
ahora contra los escribas o doctores de la ley (vv. 46.47.52). De la ley que Dios
había dado para el bien de los hombres, ellos habían hecho una carga insufrible,
por la interpretación que le daban, que se traducía en más preceptos y la cerca que
colocaba alrededor de ella, que hábilmente sabían sustraerse de su cumplimiento.
La primera de las imprecaciones se refiere a los fardos de preceptos que cargan
ellos sobre el pueblo, 613 en concreto, que tiene en mente Jesús, en que ellos
habían convertido la Ley, normas frías y que ocupaban el rol de la justicia y de la
misericordia, como guías de la vida del creyente (v.46). Preceptos imposibles de
cumplir en su totalidad. Lo peor es que la postura legalista con se presentan los
escribas ante los demás, tampoco ellos la cumplen, no mueven ni siquiera un
dedo, símbolo de fuerza, en este caso al no utilizarlo es sinónimo de desidia. No
instruyen al pueblo que lo necesita, no ayudan a Dios, puesto que si vivieran los
que predican se daría cuenta que es imposible hacerlo, por ello Jesús les acusa de
conocer sutilezas jurídicas para no cumplirla. La segunda de las imprecaciones se
refiere a la acusación de Jesús es que ellos matan a los profetas, los enviados de
Dios; si bien es cierto, que no todos los profetas murieron asesinados, era una idea
que se repetía en el tiempo (v.47). Sus antepasados, sus abuelos, habían matado a
los profetas, ahora ellos los descendientes les erigen grandes monumentos a los
mensajeros de Dios (cfr. 1Re. 19, 10. 14; Neh. 9, 26; Jer. 2,30; 26,20-24). Honran
a personas cuyo mensaje no escucharon y volverlo a proclamar quizás les costaría
la vida, pero por otra parte, ellos los erigen como queriendo decir, que no tienen
nada que ver con los hechos del pasado, pero intentan matar al Maestro y Profeta
que ahora tienen en Jesús de Nazaret. Velada profecía de la muerte de Jesús.
Interpretan la Escritura y la voluntad de Dios, quieren conducir a Israel al
conocimiento de Dios pero rechazan a Cristo, e impiden que otros lo reconozcan y
sea ÉL quien los conduzca a la vida eterna. Las palabras sobre la Sabiduría de Dios,
explicarían la misión de los profetas y apóstoles ya muertos, pero encontramos el
anuncio que vendrán nuevos hombres a anunciar el mensaje de salvación. Jesús
declara que esa generación cometerán los mismos errores de sus padres, acabarán
con la vida de los hijos de la Sabiduría, por lo que se les pedirá cuenta de sus
acciones desde la muerte de Abel hasta Zacarías (cfr. Gén.1; 2 Cro. 24,20-25). La
tercera de las imprecaciones se refiere a que los doctores de la Ley se han llevado
la llave del conocimiento (v.52). ¿Qué puerta abre esa llave? La puerta del reino de
Dios o quizás más concretamente la Casa que la Sabiduría divina se construyó (cfr.
Prov. 9,1). Jesús es el profeta de Dios tiene el conocimiento pleno de Dios, por eso
la culpa grave de los doctores de la ley es no reconocer a Jesús y no permitir que
otros lo hagan. Su yugo es suave, sólo ÉL conoce al Padre (cfr. Mt.11, 29; Lc.10,
22). Llave que abre las puertas del reino de los cielos (cfr. Prov. 9,1). Está presente
la idea que los escribas son dueños de la correcta interpretación de la Ley de
Moisés. Para los doctores cumplir la Ley, era el acceso seguro al reino de los cielos
(cfr. Mt. 23, 13), es decir, se han convertido en un óbice, porque se quedan con la
llave, para que los demás no conozcan a Dios. Se creían poseedores de la verdad,
pero con esa actitud difícilmente, cualquiera pudiera tener acceso a Dios. En esta
subida a Jerusalén, Lucas recordará la presencia de estos enemigos de Jesús con
cierta frecuencia acecharán a Jesús por haberles mancillado su honor (cfr. Lc. 14,1;
15,2; 16,14; 17,20; 19,39; 20,19-26). A nosotros nos dice que debemos vivir la fe
y la vida con una gran coherencia; que por sobre lo externo de nuestra vida
cristiana, prima lo interior, por medio de la fe y la conversión del corazón. Jesús y
la Iglesia necesitan hombres y mujeres, profetas de la ley del Espíritu que nos da
vida en Cristo Jesús, liberándonos del pecado y de la muerte, para vivir la gozosa
experiencia de haber sido resucitados.
Teresa de Jesús, profeta para su tiempo y el nuestro, supo distinguir la voz de Dios
en su vida y la oraci￳n su mejor espacio para escucharle. “Ninguna cosa he
entendido en la oraci￳n aunque sea dos a￱os antes, que no la haya visto cumplida”
(R 3,11).