Ciclo C: XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Pedro Guillén Goñi, C.M.
El Evangelio del presente domingo nos relata el conocido pasaje de la curación de
diez leprosos por parte del Señor. Solamente uno agradece al Señor lo que ha
hecho por él. En tiempos de Jesucristo la lepra era una enfermedad maldita. Quien
la padecía, además de sufrir las secuelas propias de una enfermedad dolorosa,
quedaba marginado de la sociedad y padecía la indiferencia, la incomprensión y el
rechazo por miedo al contagio y también porque se le consideraba que tenía ese
tormento porque había pecado. Liberarse de esa enfermedad suponía la superación
del sufrimiento físico y la integración a la sociedad hasta adquirir, por lo menos en
parte, la dignidad humana.
Nuevamente basta un gesto de fe para que el Señor se compadezca y alivie el dolor
de los leprosos y los incorpora la vida normal. El Señor siente pena y tristeza
porque solamente uno y además samaritano, enemigo de los judíos, es quien le
agradece la curación. Estamos acostumbrados a suplicar al Señor pero muy poco a
agradecer y, sin embargo, es “de bien nacido el ser agradecido”. Cuando alguien
me ha hecho un favor lo normal es que tenga un sentimiento de cercanía y
reconocimiento hacia él.
La acción de gracias es la primera respuesta al amor, es la apertura al encuentro,
es dejarse persuadir por quien ha mostrado un interés por mí y se me ha
entregado. Por la acción de gracias se genera una dinámica de encuentro, de
relación mutua, de entrega, de amor correspondido. San Pablo nos recomendará:
“Den gracias en todas circunstancias” (1 Tes. 5, 17) “Cualquier actividad de
ustedes, de palabra o de obra háganla… dando gracias a Dios” (Col. 3, 17).
Jesús no se conforma solamente con curar físicamente. Las curaciones de Jesús,
por muy extraordinarias que parezcan, no son más que el signo externo de lo
verdaderamente importante. “la salvación”. Jesús, al curar, nos enseña que sólo Él
puede salvar.
Si reconociéramos nuestra condición de pecadores, de enfermos, también
acudiríamos a Jesús y él nos concedería su perdón, su salvación como se lo
concedió a aquellos hombres que se la pidieron con fe. La salvación surge por la
plenitud del encuentro con el Señor y por la confianza hacia Él.
Tenemos muchas razones para alabar y agradecer a Dios: el don de la familia, del
trabajo, la contemplación de la naturaleza, los
buenos momentos compartidos… “El que con tantos esplendores de las cosas
creadas no se ilumina, está ciego; el que con tantos clamores no se despi
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)