Ciclo C: XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos y amigas
¿Qué es para nosotros el agradecimiento? ¿Le damos mucha importancia? ¿Somos
agradecidos? Son preguntas que hago motivado por el evangelio de hoy (Lc 17, 11-
19), en el que Jesús sana a 10 leprosos, de los cuales sólo uno y éste extranjero,
supo ser gradecido. Y los otros nueve ¿dónde están?, preguntó Jesús
evidentemente decepcionado. Le llamó la atención el alto porcentaje de los
desagradecidos (90/100 %) y no dio como válidas sus tácitas excusas: ser
israelitas (de la familia, diríamos hoy), estar cumpliendo órdenes (del mismo Jesús)
y tener necesidad urgente de contar con el certificado de salud (que daban los
sacerdotes). Es decir, que el ser agradecidos y el mostrar agradecimiento están por
encima de toda otra consideración.
Es lo que, por otra parte, enseña la Biblia. Como palabra, gesto, actitud y forma de
vida, el agradecimiento traspasa las Escrituras y debiera traspasar toda nuestra
vida. Dar gracias a Dios con himnos y cantos, ofrecerle sacrificios de acción de
gracias (Lev 7, Lc 22, 19-20=la Eucaristía), alabarle y contar sus maravillas (como
Jesús, Jn 11,41), ser una alabanza permanente para Dios (tal María, Lc 1, 46), es lo
que Dios espera del hombre, por ser su creador y redentor. Y es lo que, por
diferentes motivos y en proporcional medida, el hombre debiera ser para el
hombre. Dar gracias (sentir y mostrar agradecimiento) por los favores recibidos y
darlas aunque las cosas se reciban como “debidas” (por venir de los padres y de los
funcionarios), pues siempre habrá un detalle, una amable palabra, etc., que
agradecer.
Añadamos que no basta con decir ¡gracias!, ¡muchas gracias!, como un cumplido o
como muestra de buena educación o, aún peor como disimulo de despecho. El dar
las gracias con sinceridad debiera llevar a estrechar lazos de unión y de amistad, a
poner de relieve los valores del otro, a crear empatía y simpatía. Como solemos
decir, agradecer no cuesta nada y, al contrario, atrae sobre quien agradece toda
clase de favores y bendiciones. La sociedad y el mundo irían mucho mejor si la
palabra atenta y amable, la sonrisa, el apretón de manos, el deseo de lo mejor para
el otro, etc. brotasen más espontánea y frecuentemente de nuestros corazones.
Hay que ser agradecidos con Dios, con la Iglesia, con las personas, con la vida
(¡gracias a la vida que me ha dado tanto!) y con la naturaleza, No olvidemos que el
agradecimiento es la memoria del corazón y la flor más bella del amor.
Todo es gracia de Dios y, por nuestra parte, todo debiera ser gracias a Dios. Al
respecto no me resisto a copiarles estos versos de un himno de la Iglesia, que les
invito decir muchas veces: “Gracias, Señor, por la aurora;/gracias por el nuevo
día;/gracias por la eucaristía/ y gracias por nuestra Señora./ Y gracias por cada
hora/ de nuestro andar peregrino./ Gracias por el don divino/ de tu paz y de tu
amor;/ la alegría y el dolor,/ al compartir tu camino./ Gloria al Padre, gloria al
Hijo,/gloria al Espíritu Santo,/ por los siglos de los siglos, Amen”. Para terminar,
permítanme recordarles que Jesús y la Iglesia han institucionalizado la acción de
gracias en la Eucaristía. ¿Quieres ser hombre/mujer agradecido de verdad? Sé
hombre/mujer eucarístico de verdad.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)